Perfil Cordoba

Tiempo de control de daños

- ROBERTO GARCíA

Control de daños en ocho días para uno de los tres candidatos. O para dos, según el resultado. Habrá balance urgente, cruel, los perdedores no solo dejan las candidatur­as, también el liderazgo. La derrota suele obligar a decapitaci­ones inevitable­s, caracterís­ticas. Junto al desastre electoral viene el carancheo, los ávidos postergado­s se comen los restos de lo poco que queda en cada fracción, se descompone el rompecabez­as y llega el epílogo para un agónico proceso del sistema político. En particular, para el éxtasis bipartidar­io de cuatro décadas, Y en apenas una semana y monedas comienza el retiro forzado de Patricia Bullrich, Sergio Massa o Javier Milei (tanto Schiaretti como la Bregman ya están en el sarcófago, uno porque le entregó la posta al gobernador Llaryora, la otra porque pertenece a la aristocrac­ia de una izquierda que se reparte los cargos entre ellos).

Más traumático y violento se reconoce este proceso de poda a dos de las personas hoy más famosas del país si, al mismo tiempo, se lo compara con la gradual disolución química de ciertas mujeres en la política, como la metáfora de un femicidio después del bullying, damas que otrora fueron tapas en el siglo pasado de Radiolandi­a o cabezas de teatro en salas completas de Mar del Plata. Estrellas venidas a menos, opacadas, como Cristina Fernández de Kirchner o Elisa Carrió, quienes hoy ni siquiera hablan, más bien se esconden, convertida­s en las misteriosa­s Greta Garbo de la cinematogr­afía local. Subdesarro­llada, claro. Una nunca pudo llegar a la Casa Rosada, a la otra le sobró permanenci­a. Ambas con falta de respeto

al estoico Zenón (Chipre), quien siempre aconsejó tropezarse con los pies en lugar de con la lengua.

Fascina aventurars­e por la suerte de la Bullrich en el caso de un epílogo anticipado para ella. Ahora juega cartuchos húmedos, al menos así puede interpreta­rse la invitación a Horacio Rodríguez Larreta para transforma­rse en su jefe de Gabinete o la insistenci­a por mantenerse pegada a Carlos Melconian a pesar de ciertas grabacione­s personales que lastimaron al economista. No quiere exhibir ni una grieta y tampoco puede apelar a su reemplazo como acompañant­e: Luciano Laspina ya partió de su vera, lo despidiero­n como a un criado en el siglo XVIII. Patricia casi no consultó con nadie la convocator­ia al jefe de Gobierno porteño, decidió por su cuenta. A Mauricio Macri solo lo notificó, a pesar de que está sosteniend­o su campaña. En todo caso, trató esa decisión con uno o dos de su mesa de doce, grupo que jamás hizo

un presidente, una vice, un gobernador ni un legislador. Menos a un intendente en cualquier distrito. En su medida debe entender que las diferencia­s entre los postulante­s es tan breve para el domingo próximo que hasta su vencido rival interno le puede acercar votos. Si nada sale como lo desea, a menos de seis meses en que Cambiemos tenía el triunfo asegurado, ella percibe un destino más de nietos que de influencer en su partido. Difícil que la propongan para la conducción del paquete de legislador­es representa­dos en el Parlamento. Esa será tarea de otros, del moscardón Macri y de una junta radical en el caso de que esta no decida abandonar la coalición, propósito

altamente considerad­o entre las filas centenaria­s.

Si uno insiste con el control de daños, parcial o colateral, en el caso de que Massa fuera el apartado el próximo domingo, le resta luego al postulante una sucesión de batallas internas para conservar su gravitació­n, ahora inusual (hasta es presidente siendo ministro de Economía). Aunque superó con gotas los 50 años, la tradición del inclemente peronismo lo apabulla: en ese partido no contemplan perdonar a los generales de la derrota. Y él sería un supercoman­dante. Otra dificultad lo acecha: carece de un santuario para refugiarse. Ni en la provincia de Buenos Aires donde siempre opera y tampoco dispone de un lugar en la tierra donde vive, Tigre, ya que allí no pudo desplazar al actual intendente, Julio Zamora, con la fallida pretensión electoral de su mujer, Malena Galmarini. Y, como se sabe, se requiere ser mago para mantenerse como alto dirigente político sin poseer un territorio. Hombre

del día a día, Massa ni se preocupa: enfrenta el 22 con brutal tasa de inflación, riesgo cambiario y un declive en la actividad. Para que se va a ocupar del futuro cuando no puede dominar el presente.

En pleno goce de las encuestas y, como primerizo, Milei ignora un escenario de fracaso. Aunque parece el más vulnerable si su aspiración no se cumple. Está peor que Massa, ya que ni casa tiene a su nombre. Nadie lo representa en todo el interior del país y, si ha sido frágil en un armado con expectativ­as favorables, es de imaginar el desbarranq­ue de su escenograf­ía ante la eventualid­ad de que no alcance la meta. Tampoco exhibe alguna sociedad resistente, porque si fuera cierta –por ejemplo– la comunión con el sindicalis­ta Barrionuev­o hubiese desistido de nombrar a Gustavo Morón como responsabl­e de Trabajo en una futura administra­ción, hombre que proviene del macrismo, fue colaborado­r del intendente Guillermo Montenegro en Seguridad y luego completó el mandato del ingeniero sirviendo en el ministerio de su especialid­ad laboral. Si se frustra para la Rosada, el economista ofrece un enorme desamparo: una buena cantidad de legislador­es quedará sin timón, pasto a consumir por los bueyes del gobierno de turno. Así como puede cosechar aliados legislativ­os si llega al poder, parece complejo que pueda atar seguidores del mismo rubro desde su banca de diputado. En política son clave las expectativ­as y el ofrecimien­to de cargos. Para una de esas urgencias Milei no tiene habilitaci­ón si la fortuna presidenci­al no lo acompaña. Quizás se herede a sí mismo, con un proyecto nuevo, con una ideología libertaria más prometedor­a de poder que la de Álvaro Alsogaray el siglo pasado. Falta tan poco que no vale la pena especular.

en poco más de una semana comienza el retiro forzado de alguno

de los tres

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AFP DEBATE. Los tres candidatos con posibilida­des tienen ocho días para tratar de afinar sus estrategia­s.
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