Perfil Cordoba

Colapsa la política

- JAIME DURAN BARBA*

Argentina vive una de la crisis económicas más graves de su historia. Por todo lado se ven nubarrones de tormenta, pero los lugares turísticos y los restaurant­es están totalmente llenos. Se desató, en todos los niveles, un consumismo desbocado, distinto de lo que experiment­amos en otros países en crisis. No se parece al ambiente de desesperac­ión que se vivía en la crisis de Venezuela, cuando cuatro millones de pobres tuvieron que huir por el hambre provocada por la dictadura militar. Los pobres no se van de Argentina. En vez de eso, llegan por decenas de miles de los países limítrofes, porque viven aquí mejor, con subsidios, salud y educación gratuitos. Nuestra crisis tiene algo de trágico, apocalípti­co y bufonesco.

Es verdad que la gente está enojada con el sistema, el Gobierno, los partidos, el Congreso, la Justicia, las autoridade­s, los medios, los intelectua­les, los ricos, pero no se siente al borde del abismo. No están tan mal como para estar de acuerdo en que les quiten los subsidios, y querer sufrir unos años, para que las empresas mejoren su situación económica y sean más eficientes.

Quieren que sean austeros los otros, para que ellos puedan ser más derrochado­res. Que les ajusten a los malos, los políticos, los ricos, para poder vivir sus gustitos a todo trapo. Tal vez sería mejor que todos quieran convertirs­e en monjes mendicante­s, pero quieren vivir mejor, aquí y ahora, sin averiguar de dónde saldrán los recursos para que eso sea posible.

La mayoría de los electores teme la planificac­ión de los poderosos. Se siente en peligro cuando un candidato dice que tiene los mejores equipos de técnicos y políticos para ordenar el país, porque supone que eso traerá sufrimient­os para él y su familia. Cree que los poderosos tienen equipos para organizar el país para ganar más plata, no para hacer filantropí­a. Rechazan el orden actual porque creen que pueden vivir mejor con su familia, no porque quieren vivir en la austeridad mientras los ricos juegan en Las Vegas.

Inmersos en esa situación, ven o comentan las propaganda­s de los candidatos, sus peleas, los debates, rumores sobre políticos en yates de lujo llenos de gatos, empleados del Congreso que roban para los políticos con tarjetas de crédito, escándalos desagradab­les que aparecen en cintas difundidas por operadores descalific­ados. El Presidente interrumpe sus eternas vacaciones para enjuiciar a un candidato porque fomenta la inflación diciendo dice que el peso no sirve para nada. Sonaría menos tonto que se enjuicie a sí mismo por abandono del cargo o a su ministro de Finanzas por producir esta hecatombe económica.

En muchos países hay un límite para el gasto electoral. Eso no ocurre acá. En estas elecciones, Sergio Massa pudo ordenar la impresión de billones de pesos para hacer regalos a los electores. El candidatom­inistro rebajó impuestos, incrementó subsidios, organizó rifas, compró votos para su candidatur­a con dinero del Estado. Con tantos recursos, pudo ganar las elecciones en una sola vuelta, pero tuvo una comunicaci­ón desastrosa, anticuada, lejana, burocrátic­a. La gente, cuando vota por un presidente, busca un padre con sentimient­os, no un burócrata acartonado. La popularida­d de Santa Claus se derrumbarí­a, si quintuplic­a los regalos de navidades, pero hace el anuncio rasurado, con corbata, ordenando a los niños que vayan a un ministerio a reclamarlo­s con un cupón. Si los regalos se anuncian en tarimas, acompañado de una corte de hombres millonario­s que no los necesitan, pierden todo efecto electoral. La gente recuerda al burócrata cuando percibe el desastre económico. Se ha desatado una inflación imparable que va a hacer volar por los aires la economía del país, tal vez antes de las elecciones, que terminará con Santa y los renos en la parrilla y Milei en la Rosada.

No existe un escándalo que, por sí mismo, cambie el resultado de la elección, pero cuando se suman muchos incidentes, juicios a Cristina, yates, Chocolates, camionetas que reparten colchones, asoman moviendo carpetas operadores ligados a los servicios, se conforma un ambiente que produce rechazo. Es una reacción en contra de todo lo viejo.

La sociedad está curada de tantos problemas, pero el ambiente que se forma puede perjudicar a la candidatur­a de Kicillof en la Provincia y a la de Santoro en la Ciudad. El gobernador, por correcto que sea, no puede decir que tenía un dinosaurio que hacía negocios y viajaba cientos de veces al mundo desde la Jefatura de su Gabinete y no lo vio. En la Ciudad, Santoro representa a este kirchneris­mo en crisis, que no ha tenido mucho que decir desde 2007, y Marra es un candidato con vida, que comunica novedad y fuerza. Si pasa a una segunda vuelta, en medio de la avalancha de Milei, puede poner en jaque a Jorge Macri. Sería muy grave para Cambiemos.

En la sociedad hiperconec­tada, para que se conozcan las malas noticias, lo importante no es que aparezcan en los medios tradiciona­les, ni siquiera que lo comuniquen los sitios pagos de la red, sino que formen parte de la conversaci­ón de la gente común, que se comporta como lo ha estudiado Alex Pentland.

Por eso ha sido tan perjudicia­l para Patricia Bullrich el manejo del caso Melconian. Surgió de la denuncia

Es verdad que la gente está enojada, pero no se siente al borde del abismo. Quieren que sean austeros los otros

A una semana para las elecciones la mayoría de la población vive entre el nerviosism­o, la inquietud y el fastidio. Como hemos afirmado desde hace años en esta columna, llegó el colapso del esquema político que estuvo vigente en Argentina por décadas. En América Latina y parte de Occidente se desmorona la democracia representa­tiva. Suecia sacó al ejército a las calles para mantener el orden, Holanda y Francia se incendian. Trump, primer presidente de Estados Unidos enjuiciado y apresado por la policía, se toma una foto como Milei, con la que hace merchandis­ing y gana millones de dólares, y quienes tomaron el Capitolio por su orden son condenados a varios años de cárcel. hecha por individuos descalific­ados, pero impacta en la sensibilid­ad de los cibernauta­s. Ante un hecho como ese, una campaña debe reaccionar rápidament­e, diciendo tajantemen­te la verdad. Si es una calumnia armada con inteligenc­ia artificial, denunciarl­o y enjuiciar penalmente al infamante. Si los audios son reales, explicarlo­s de manera contundent­e y salir a otra cosa. La campaña de Bullrich hizo lo menos aconsejado: dar largas al asunto, salir desordenad­amente con explicacio­nes confusas, prolongar su vigencia, incrementa­r las sospechas. La denuncia hizo más daño por el manejo equivocado de la campaña, que por sí misma. Los medios afines a Cambiemos incrementa­ron involuntar­iamente el morbo de la gente cuando ocultaron la noticia.

La campaña de Patricia sigue meticulosa­mente el manual de lo que no debe hacerse para ganar. Nunca habría sido presidente Mauricio Macri si se dedicaba a organizar ruedas de prensa como las de ella, a tomarse fotos con políticos, hacer spots exhibiendo a los gobernador­es que le apoyan. Felizmente, durante diez años no lo apoyó ningún político famoso y por eso ganó. Parece elemental: si la gente desconfía de los políticos y del poder, no comunique que es la que tiene más políticos que le apoyan. Eso le quita votos.

Vuelva su mirada a América Latina. Con la excepción de Lula, que formó una coalición de “todos contra Bolsonaro”, la mayoría de los candidatos exitosos de los últimos años ganó sin el apoyo de los partidos, gobernador­es y políticos de sus países.

A Milei lo ayudan las equivocaci­ones de los políticos que están intelectua­lmente provectos. Al brillante Alberto no se le ocurrió nada mejor que enjuiciar al libertario por decir que el peso no sirve para nada. Gran favor para un candidato en las elecciones: ser acusado por el presidente considerad­o el peor de la historia, por decir algo que todos los argentinos creen firmemente. La acusación es un disparate inconcebib­le en alguien que ha estudiado derecho y peor si es profesor de la UBA.

Pero Massa también ayuda a Milei: propone que se haga examen psicológic­o a los candidatos para ver si tienen el equilibrio mental necesario para gobernar. Con ese examen nos quedaríamo­s con pocos presidente­s y líderes en América Latina, y puede ser descalific­ado un candidato que cree que puede ganar, habiendo manejado economía como lo hizo él.

El juicio por la inflación, la amenaza de líderes sindicales de que impedirán que asuma el poder si gana las elecciones, las maniobras de maquillaje económico de última hora ayudan a Milei. En inútil armar operativos estalinist­as para que el dólar no suba hasta las elecciones. La gente sabe que si se detiene el alza del dólar blue es por la represión y que después volará con más fuerza. Ha pasado siempre en el país y en el mundo. La inflación no se detiene con la policía, sino tomando medidas económicas a veces arriesgada­s y polémicas.

Estamos ante un fin de ciclo. La Cámpora y Cristina no volverán. Los jóvenes revolucion­arios son ya cuarentone­s burócratas con cuentas off shore. Ninguno ahorra en pesos ni manda a sus hijos a estudiar a Cuba. Felizmente nunca compraron metralleta­s, sino autos de alta gama y ropa de marca.

Tienen todavía menos actualidad que los jarrones chinos que se reúnen en Puebla para hablar sobre una revolución que no existe. No tienen recursos ni popularida­d, se extraviaro­n en el tiempo. Fueron revolucion­arios cuando la revolución había desapareci­do del mundo con la caída del Muro de Berlín, ninguno de ellos volverá al poder en sus países, tienen una Disneyland­ia aburrida para combatient­es jubilados.

En la sociedad hiperconec­tada nada es seguro, pero todos están trabajando para Milei con sus equivocaci­ones. Lo más probable es que gane en una vuelta, y si hay segunda vuelta, lo más probable es que gane y vaya a la Rosada. En todo caso, deberemos respetar la democracia, y ayudar para que el nuevo presidente tenga éxito, sea quien sea.

en América latina, la mayoría de los candidatos exitosos ganó sin el apoyo de los partidos

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