Un ejercicio amoroso
En su novela Fantasticland, Ana Wajszczuk propone un recorrido por la odisea de torcer un destino. Narrando en primera persona, la protagonista detalla con máximo detalle los tratamientos a los que sometió a su cuerpo para tener un hijo. Ante la imposibilidad de ser madre por medios naturales, Ana recurre a la ciencia y a otros métodos para cambiar la historia. Fantasticland es una historia de resiliencia, ya que a veces la vida nos obliga a atravesar un muro, a no entregarse nunca. Ahí, tal vez, está la clave de la novela.
Cada tratamiento que emprende representa una apuesta. Cuando un camino se cerraba, otro se abría: la paciencia de Ana parecía no conocer límites, ardiendo como una llama votiva. Y no sólo la ciencia abría su abanico de probabilidades, también la heroína de esta historia apelaba a los caminos de la fe: “1 viaje a Rosario para recibir la bendición del Padre Ignacio/8 horas de cola para recibir la bendición del Padre Ignacio (con misa)/1 bidón de 5 litros de agua bendita por el Padre Ignacio (para beber)”. En las derivas de la angustia, Ana confeccionaba listados donde registraba su peregrinación por consultorios médicos, terapias obstétricas y laboratorios, tratando de exorcizar el maleficio de no poder concretar lo tan ansiado. Todo valía para lograr el objetivo, como si una fuerza sobrehumana asistiese a Ana en todo momento para seguir en la brecha.
Dividida en dos partes (antes y después del nacimiento de la hija), Fantasticland plantea en su primera parte una trama, donde son puestos en cuestión los procedimientos médicos, todo ese mundo de la reproducción asistida y sus claroscuros.
Pero Fantasticland también tiene encriptada una historia de amor entre Martín y Ana y una “vida anterior” donde se cuenta un desencanto: “En mi vida anterior a Martín había diez años de matrimonio, transcurridos en una playa a orillas del Pacífico centroamericano”. La llegada de Martín a la vida de Ana fue como un bálsamo: “Martín era una fuerza de la naturaleza que me arrastraba como si algo en el universo se hubiera contraído para expandirse y dar a luz algo nuevo”.
La segunda parte nos muestra a la narradora aprendiendo el oficio de maternar, asistiendo a talleres, leyendo libros, tratando de sobreponerse al impacto producido por el nacimiento de su hija. Aunque el vínculo maternal parece impedir cualquier otro tipo de actividad, las turbulencias se pasan ejerciendo el amor, o sea, aquello que es sostén y alimento diario.
Ana confeccionaba listados donde registraba su peregrinación por consultorios médicos y laboratorios, tratando de exorcizar el maleficio de no poder concretar lo tan ansiado.