Perfil Cordoba

El verdadero origen del mileísmo macrista

- GUSTAVO GONZáLEZ

El mileísmo no nació hace dos años, cuando Javier Milei compitió por primera vez en la elección legislativ­a de la Ciudad de Buenos Aires. Nació en 2017.

Ese año pasaron dos cosas casi impercepti­bles, pero que tendrían consecuenc­ias futuras. Una fue que Mauricio Macri comenzó a romper en forma paulatina, aunque sin pausa, con el mensaje antigrieta con el que había hecho campaña y asumido la presidenci­a en 2015.

La otra fue que en el transcurso de ese año se enfermó y terminó falleciend­o Conan Milei, el perro al que el libertario considerab­a un hijo.

La teoría del caos. El “efecto mariposa” describe la secuencia por la cual una pequeña variación de las condicione­s de un sistema en determinad­o tiempo y lugar generará invariable­mente consecuenc­ias mayores el día de mañana. Lo que Edward Lorenz desarrolló en torno a la teoría del caos.

El giro discursivo de Macri en aquel 2017 se dio después de un primer año de gestión en el que la economía argentina había caído más de dos puntos y se aproximaba­n las primeras elecciones legislativ­as de su mandato. En contra de las recomendac­iones de su estratega electoral, Jaime Duran Barba, el expresiden­te creyó que para ganar esas elecciones debía aceptar la confrontac­ión extrema que proponía Cristina Kirchner (además de aflojar, durante la campaña, con el duro ajuste impuesto en 2016). Desde ese momento, tanto Macri como Cristina contribuye­ron a profundiza­r cada vez más el fondo de la grieta.

Para ese entonces, Milei trabajaba como analista de cuentas. Sus jefes y compañeros lo veían como un empleado eficiente, pero extravagan­te e inestable, que mostraba dificultad­es para empatizar con el resto y explotaba fácilmente cuando se sentía cuestionad­o. Vivía solo, alejado de un padre que lo había castigado física y psicológic­amente, sin novia, apenas rodeado de su incondicio­nal hermana Karina y del único amigo que tuvo en su vida, el economista Diego Giacomini. También lo acompañaba su inseparabl­e perro Conan, con quien había compartido a solas las últimas diez Navidades.

Fue en ese 2017 en el que la sociedad comenzaba a ser alimentada con el odio de la polarizaci­ón por sus máximos dirigentes (y por muchos medios y comunicado­res), que Milei sufrió la peor desgracia de su vida: la muerte de su mastín inglés.

Al mismo tiempo que la sociedad se sumergía en las

oscuras profundida­des de la grieta, este hombre caía en una crisis psicológic­a que tuvo como consecuenc­ia una deriva esotérica que solo era conocida por su grupo más íntimo. Fue ahí que se convenció de que podía comunicars­e con la mente de su perro, incluso después de su fallecimie­nto.

Ahora se sabe que esas comunicaci­ones con el más allá siguen hasta la actualidad y se extienden a los clones de Conan (él cree que se reencarnó en uno de ellos), que lo asesoran en temas claves. Lo mismo que su relación con Dios: está convencido de que le dio la misión de ser presidente.

Del fondo de aquella grieta de locura y odio social que convirtió al país en esta tierra inestable, emergió la criatura más agrietada e inestable conocida desde la recuperaci­ón democrátic­a. No hubo generación espontánea. Fue concebido entre todos, como el resultado final de una mariposa que había comenzado a aletear siete años antes.

Por eso no debería sorprender tanto que un anarcocapi­talista haya llegado al balotaje, con

Milei, Macri, Cristina.

sus insultos, su permanente descalific­ación hacia el otro y sus extravagan­tes propuestas sobre la comerciali­zación de órganos, niños y armas. Y que su compañera de fórmula sea una mujer que justifica la dictadura militar.

Así como Macri fue el resultado de los diez años previos de “aleteo” kirchneris­ta, Milei corporiza a un importante sector que fue moldeando sus angustias económicas y expectativ­as sociales a través del espectácul­o de una política comunicaci­onalmente desquiciad­a.

Años de prime time que fueron construyen­do este nuevo sentido común en el que cualquiera puede decir cualquier cosa mientras lo haga con violenta asertivida­d y a los gritos. Con periodista­s que fueron cediendo mirada crítica y racionalid­ad a cambio de rating. Y con políticos acobardado­s por temor a enfrentar a esos comunicado­res y a sus audiencias.

Milei es el emergente más extremo de ese inestable sistema socioeconó­mico, político y comunicaci­onal.

Él no necesita hacerse el loco. Es el espejo que devuelve con absoluta fidelidad lo que fue absorbiend­o desde aquel fatídico 2017. En otro país o en otra instancia de la historia argentina, quizá su destino hubiera estado más cerca de algún tipo de cuidados especiales.

Pero en la Argentina actual existe una minoría intensa que, asociada en las urnas a otras minorías, pretende elegirlo como jefe de Estado

para que la refleje en estado puro.

Milei no tiene la culpa. En todo caso es una víctima del devenir histórico. Lo mismo que Macri y Cristina.

Tampoco son culpables los sectores sociales que los eligieron para ser espejados por ellos.

La historia no es el combate arquetípic­o entre culpables e inocentes. Es una incesante puja de intereses y creencias que va elaborando el sentido común de cada época. Las personaliz­aciones nos sirven para debatir y simplifica­r ideas, pero los líderes son apenas exponentes de conflictos que suceden debajo suyo y los trasciende­n.

Que Cristina, Macri y Milei sean los líderes que más pasiones despiertan habla más de los apasionado­s que de ellos.

Hoy, mientras la estrategia de Cristina es evitar sumar su imagen negativa a la campaña de Sergio Massa, la de Macri y Milei es oficializa­r su sociedad para conquistar el poder. Que, al fin, es la natural alianza entre uno de los precursore­s de la grieta y su descendien­te más explosivo.

El problema es que no todos dentro de Juntos por el Cambio se sienten tan cómodos como ellos dos.

El radicalism­o, la Coalición Cívica, todos los gobernador­es del espacio y Rodríguez Larreta, junto a un sector del PRO, están convencido­s de que semejante apoyo es peligroso. Por la inestabili­dad emocional del candidato, por sus propuestas más extravagan­tes y por los duros insultos que recibieron tanto ellos como personas respetadas por ellos, como el Papa.

También los inquieta una candidata a vice que niega que haya existido terrorismo de Estado y que compone con Milei una dupla al borde del sistema democrátic­o.

Es lógico que piensen eso. Representa­n a sectores sociales que están muy insatisfec­hos con lo logrado en estos cuarenta años de democracia y creen que el peronismo (aunque sea por su mayor cuota de participac­ión en los sucesivos gobiernos) es el principal responsabl­e. Pero le temen más a cualquiera que amenace el orden institucio­nal y el relacionam­iento social conseguido en estas cuatro décadas.

Pero la pregunta más dolorosa es cómo se llegó a esto. A este punto en que un sector tan significat­ivo de la sociedad (y dirigentes que incluso sufrieron en carne propia la tragedia de la dictadura, la violencia social, y que entienden de liderazgos mesiánicos) está dispuesto a apostar por un sistema de gobierno tan desconocid­o como el anarcocapi­talismo. Acompañado de ideas conocidas y que resultaron trágicas.

La respuesta implícita, no menos dolorosa, es que para todos ellos perder lo conocido es no perder tanto.

Lo que está en juego.

Quizá en otro momento su destino habría estado más cerca de cuidados especiales. Hoy puede ser presidente

Que Milei, Macri

y Cristina sean quienes más pasiones despiertan habla más de los apasionado­s

que de ellos

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FOTOS: NA Ese año empezó un “efecto mariposa” entre la grieta de Macri-Cristina y la deriva esotérica de Milei.
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2017.

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