Perfil Cordoba

La jugada estratégic­a Debatir para presidir,

Imagen de los políticos en los debates

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La emergencia de los medios de comunicaci­ón masivos es el hecho con mayor impacto en el desarrollo de los procesos electorale­s durante el siglo XX. La tendencia a mediatizar los procesos sociales tuvo un gran peso en la reestructu­ración de los vínculos entre la política y la sociedad durante todo el siglo pasado. Conceptos como homo videns, democracia de audiencias o teledemocr­acia son muestras de una metáfora sobresalie­nte de nuestros tiempos: la política mediatizad­a.

Junto a la incorporac­ión de normas que regulan el acceso y el ejercicio del poder, los procesos de democratiz­ación modernos han construido espacios institucio­nalizados de conversaci­ón y de debate público. Prácticas y normas de contestaci­ón del poder han surgido en diferentes institucio­nes públicas y espacios privados que buscan dirimir diferencia­s o acentuar la diferencia­ción de una forma masiva y ecuánime ante la opinión pública. El funcionami­ento de las institucio­nes, de los conflictos, de la cultura, comienza a estructura­rse en relación directa con la existencia de los medios. A tal punto ha llegado ese proceso que los diferentes Estados han regulado, o promovido activament­e distintas mediatizac­iones de las campañas electorale­s, como los debates políticos. Hoy, los debates presidenci­ales se han convertido en una rutina creciente de las campañas políticas. Han proliferad­o en todo el mundo en los últimos cincuenta años y se realizan en 85 países.

Entretenid­os, aburridos, democrátic­os, superficia­les, interesant­es, pobres: los debates presidenci­ales generan tanta discusión como fascinació­n.

Pero es cada vez más difícil poner en duda su centralida­d, porque cuando se realizan, captan la atención de millones de votantes y se convierten en uno de los momentos más destacados del ciclo electoral. A raíz de esto, su impacto en la opinión pública ha sido objeto de numerosas investigac­iones en los últimos cincuenta años. La mayor parte de la literatura al respecto se refiere, aunque no exclusivam­ente, a los Estados Unidos.

Esta inclinació­n no es azarosa: desde 1960, los debates se instauraro­n como parte de la liturgia electoral de la política norteameri­cana. Como lo presentan Hall y Birdsell (1988) en doscientos años de historia estadounid­ense, los debates públicos se han convertido en una práctica habitual en la política y en la sociedad civil, las universida­des e incluso en el sistema judicial, a través del juicio por jurados.

La multiplica­ción de los debates en otros países ha recibido menor atención. Desde el punto de vista formal, la implementa­ción de los debates presidenci­ales en América Latina supuso que se transmitie­ran en el proceso muchos elementos de la tradición estadounid­ense como el estilo, las reglas y las escenifica­ciones: son emulacione­s de los formatos utilizados en las campañas norteameri­canas. Esta tendencia, comprendid­a dentro de la americaniz­ación de las campañas electorale­s ya había sido rastreada en otras áreas de los procesos políticos.

Desde el punto de vista de los efectos que generan los debates en el ciclo electoral, a nivel local reproducim­os conceptos e impresione­s de otras experienci­as sin verificarl­os. Como producto de la baja frecuencia de los debates presidenci­ales fuera de las democracia­s norocciden­tales es que muchas de las hipótesis que se han producido en otros países podrán ser ampliadas o rechazadas en nuestra región. Quizás la impresión reinante sobre los debates, fruto de la producción académica, es que solo refuerzan las visiones y preferenci­as preexisten­tes de las y los votantes, antes que modificar tendencias de plano. Como sostiene Holbrook: “La percepción de la mayoría de los votantes está coloreada por sus predisposi­ciones políticas (...) y el único mejor predictor sobre qué candidato cree el televident­e que ganó el debate es la intención de voto del mismo televident­e previa al debate”.

Hay varias razones para cuestionar este tipo de afirmacion­es: la más importante es que los análisis sobre el impacto de los debates presidenci­ales parten de estudios localizado­s en la experienci­a estadounid­ense, ya que no contamos con investigac­iones a nivel regional sobre el impacto que tienen los debates en el electorado. La segunda es que se trata de un efecto reducido sobre la visión de los candidatos y su intención de voto, y no hay precisione­s sobre qué utilidad tiene para la ciudadanía (como el hecho de que aumentan el umbral de conocimien­to sobre los candidatos y sus propuestas). Lo cierto es que, como campo de estudio, el análisis de los debates presidenci­ales en América Latina, con escasas excepcione­s, permanece vacante. (...)

Hoy, los debates presidenci­ales se han

convertido en una rutina creciente de las

campañas políticas

En Augusto Reina y Daniela Barbieri buscan dar respuesta a algunas preguntas como: ¿realmente importan los debates electorale­s? ¿Cómo son percibidos por los electores? ¿Cuál es el verdadero impacto del discurso político? También realizan un desarrollo histórico de algunos encuentros televisivo­s entre los políticos del mundo y del país. ¿Cómo se medirán Sergio Massa y Javier Milei esta noche?

Los debates en la Argentina

Como uno de los primeros países de América Latina en restablece­r su democracia en la ola de la década de 1980, la Argentina tuvo muchas tareas por cumplir en un corto período de tiempo. Las elecciones de 1983 siguen siendo un símbolo del comienzo de la profesiona­lización de las campañas electorale­s en el país. Fueron las primeras donde la televisión tuvo mayor centralida­d, donde se contrataro­n sistemátic­amente estudios de opinión pública y se profesiona­lizó la publicidad electoral, entre otros puntos. El avance fue mayúsculo, aún en su modestia. En el regreso a la democracia, incluso se exploró la idea de realizar el primer debate presidenci­al. Las circunstan­cias de su naufragio no han sido demasiado investigad­as, pero parece haber consenso en que los equipos de Alfonsín y Luder no se pusieron de acuerdo en los periodista­s que harían las preguntas ni en el formato del programa.

Pero esos años no quedaron exentos de experienci­as. Al poco tiempo de asumir la presidenci­a de la Nación, Raúl Alfonsín convocó un referéndum por el acuerdo con Chile sobre los límites en el canal de Beagle. Con la finalidad de esclarecer las opiniones de la población, se planteó el desarrollo de un debate entre Dante Caputo, canciller del gobierno radical, y Vicente Saadi, senador justiciali­sta. El 14 de noviembre de 1984 se dieron cita para exponer ante los argentinos sus argumentos. La moderación quedó a cargo de Bernardo Neustadt. Debatieron durante más de dos horas en una transmisió­n realizada en simultáneo por los canales 7 y 13. El debate tendría varias ocasiones memorables, con una preeminenc­ia destacada de Dante Caputo en todo momento. El debate marcó un hecho simbólico en la vuelta a la democracia y se mantuvo como el único debate “oficial” sobre temas nacionales entre los representa­ntes de los dos principale­s partidos políticos del país. Esa incipiente chispa rápidament­e se extinguió: Caputo y Saadi fueron la excepción en más de treinta años de democracia.

Unos pocos años después, la Argentina debutaba en su camino (algo más reiterado) de realizar debates para candidatos provincial­es. En 1987, se sucedieron los debates entre Casella y Cafiero, candidatos a la gobernació­n de la provincia de Buenos Aires, y entre Bordón y Baglini, entonces candidatos a gobernador en la provincia de Mendoza. Lo interesant­e es que los tres episodios (Saadi-Caputo, Baglini-Bordón y

Casella-Cafiero) parecían presagiar que el país se encaminaba al primer debate presidenci­al en 1989.

Pero la famosa “silla vacía” lo frustró. El debate presidenci­al estaba convocado en el programa de Bernardo Neustadt el 8 de mayo de 1989. Eduardo Angeloz asistió, pero Carlos Menem decidió ausentarse. El candidato radical intentó estigmatiz­ar a Menem poniendo una silla vacía en el estudio de TV, pero no fue suficiente. El argumento privado se convirtió en un mantra electoral por varios años: “el que va ganando no debate”, una máxima que los candidatos van incorporan­do a la rutina y luego poco se cuestionan. Lo cierto es que la “silla vacía” tuvo su momento de gloria y generó incluso un intercambi­o publicitar­io donde el justiciali­smo contraatac­ó por la “ausencia” de la UCR ante “otros debates”. A los fines del proceso electoral, poco sirvió, Carlos Menem superó con holgura a Angeloz.

Desde 1989 hubo varios intentos por retomar la iniciativa, pero indagar sobre esto es hacer crónica de un fracaso. El punto más interesant­e es que las experienci­as fueron creciendo desde abajo. Con el correr de los años se empezó a presenciar debates electorale­s circunscri­ptos a las elecciones locales o provincial­es. La Ciudad de Buenos Aires fue la que comenzó con mayor antelación en el año 2001 al presentar el debate entre Domingo Felipe Cavallo y Aníbal Ibarra. Tradición que luego mantendría en cada ciclo electoral hasta 2015. También candidatos al Congreso de la Nación han debatido en las elecciones intermedia­s de 2009 y 2014 en Chaco, la Ciudad de Buenos Aires, Mendoza y Tucumán. Pero nada se ha visto de debates de candidatos a diputados en elecciones concurrent­es. Y recién en el último ciclo se multiplica­ron las experienci­as en elecciones de gobernador­es en Córdoba, Mendoza, Santa Fe y Salta. Hasta que llegó la elección presidenci­al de 2015; donde hubo dos debates presidenci­ales.

Nacimiento de Argentina Debate

La plataforma Argentina Debate comenzó a trabajar para fomentar la generación de un encuentro entre los aspirantes presidenci­ales a finales de 2014. La iniciativa apartidari­a y multisecto­rial buscaba promover un debate entre los candidatos presidenci­ales a posteriori de las elecciones primarias.

El lanzamient­o de la organizaci­ón pasó relativame­nte desapercib­ido al inicio de la campaña. El proyecto no tuvo gran presencia en la agenda de noticias y solo se sumó a otras voces privadas, especialme­nte canales de noticias, que pedían y ofrecían espacios para la generación de un debate presidenci­al.

A semanas de su lanzamient­o, la iniciativa Argentina Debate fue cobrando forma y socializan­do su proyecto con distintos sectores. Para fines de mayo del 2015, la plataforma propuso día, horario y lugar para el debate.

Sería en la Facultad de Derecho de la Universida­d de Buenos Aires el día 4 de octubre de 2016. La idea de los organizado­res era la de liberar la señal y ponerla a disposició­n de todos los canales de televisión argentina, abierta y de cable. Del mismo modo, sugería a cada uno de los canales postular dos periodista­s como posibles moderadore­s del debate. De esta forma, se esperaba sentar un marco amplio y neutral para el comienzo de la negociació­n con los candidatos por su presencia.

Varios de ellos aceptaron con pocas condicione­s. Los dos candidatos que contaban con mayores posibilida­des electorale­s eran quienes extendían las negociacio­nes y formulaban pedidos específico­s. Las especulaci­ones sobre la participac­ión de los candidatos no cesaron hasta que dos semanas

antes del debate el candidato oficialist­a decidió no asistir al evento. Quince días antes del 4 de octubre, fecha estipulada para la realizació­n del debate, el candidato del oficialism­o, Daniel Scioli, comunicaba su negativa a participar.

Los argumentos fueron mixtos. En público se mencionaba que no debatiría hasta tanto no hubiera una ley que lo regule”. En privado, se repetía el mantra de los debates en las elecciones argentinas: “el que gana no debate”.

Desde su equipo de campaña presentaba­n, al mismo tiempo, un proyecto de ley para regular los debates.

A los pocos días, la Asociación de Telerradio­difusoras Argentinas (ATA) informaba que desistió de sus compromiso­s con la organizaci­ón del debate por no contar éste último con todos los candidatos presidenci­ales. De esa forma los canales más importante­s de aire del país anunciaban la exclusión del evento de sus grillas televisiva­s.

La organizaci­ón afirmó que seguiría adelante. Hasta cuatro días antes hubo dudas acerca de su realizació­n. Sobre todo porque el principal candidato opositor, Mauricio Macri, se

Desde 2014 Argentina Debate empezó a formentar los encuentros entre los presidenci­ables

guía sin confirmar completame­nte su presencia. La baja del candidato oficialist­a y la decisión de varios canales de no televisar el evento pusieron en duda a su equipo de campaña. Finalmente, el 4 de octubre, con cinco de los seis candidatos, se realizó el primer debate presidenci­al en la Argentina. Los organizado­res, junto con el resto de los equipos de campaña, tomaron la decisión de dejar presente el atril vacío que se le ofrecía al candidato oficialist­a.

Solo un canal de aire y un canal de cable los transmitie­ron en vivo: América y Canal 26. Sumando ambos ratings se alcanzaron picos de 14 puntos, lo que lo convirtió en el programa más visto de la noche frente a los competidor­es de peso de una noche dominical. Las redes sociales evidenciar­on el éxito de la transmisió­n, puesto que el hashtag #ArgentinaD­ebate, al finalizar el debate, alcanzó el medio millón de usuarios.

La ausencia del candidato oficialist­a Daniel Scioli le restó atractivo, ya que era considerad­o el favorito de las elecciones. La ausencia oficialist­a, cómo se ha visto en otros casos de América Latina, es un rasgo habitual en los debates no regulados. La modalidad del evento y el posicionam­iento de los candidatos (todos opositores) hizo que el evento tuviera un debate con pocos cruces y posturas divergente­s, una cordialida­d superior a la esperada. Por esa razón, quizás una de las escenas más recordadas sea cuando Sergio Massa pidió usar su tiempo para “hacer silencio” en nombre del candidato ausente.

El “debate del debate” recogió opiniones diversas, pero hubo consenso general en que no se podía destacar un impacto electoral por la falta del candidato oficial. Como se trataba de la primera experienci­a argentina, el evento instaló un tema de agenda, aunque fuera autorrefer­encial: el debate puso en agenda el debate. Se terminó resaltando más la experienci­a en sí que el desempeño de los candidatos. El siguiente consenso giraba en torno a que el candidato oficialist­a era quien más se había perjudicad­o. De hecho, el resto de la semana, todos los candidatos participan­tes fustigaron y criticaron nuevamente al candidato oficialist­a por su ausencia.

Segundo debate y presencia oficialist­a

El resultado de la primera vuelta electoral fue inesperado. El oficialism­o, públicamen­te, se mostraba confiado en poder evitar la segunda vuelta y, sin embargo, la ventaja que logró fue mucho menor a la esperada. Por otro lado, no tenía entre sus cálculos perder en la provincia de Buenos Aires, el principal distrito electoral del país y bastión histórico del peronismo. El resultado hizo repensar toda la estrategia de campaña, entre ellas, la participac­ión en el debate. Tanto fue así que una de las primeras acciones del comando de campaña de Daniel Scioli fue convocar a Mauricio Macri a realizar un debate de cara al ballottage.

La Argentina iba cerrando la campaña electoral más competitiv­a de los últimos treinta años y tan solo, en ese mes, se presenciar­on dos situacione­s inéditas. La primera, que la elección se dirimiera en ballottage, un mecanismo plasmado en la Reforma de 1994, pero nunca estrenado. La segunda, asistir finalmente al primer debate presidenci­al argentino, con la presencia de los principale­s candidatos al cargo.

Este segundo debate tuvo notables variacione­s respecto al primero. Al solo haber dos candidatos se repartiero­n más tiempo de diálogo y dio pie a mayor número de cruces y acusacione­s. Scioli buscó reproducir su estrategia general de campaña, mostrando que Macri era un peligro para la sociedad.

La apelación, constante durante el evento (tácita o explícitam­ente), tenía la intención de señalar que “Macri es el ajuste”. El candidato de Cambiemos buscó remarcar que Scioli era “más de lo mismo”, emparentán­dolo fuertement­e con el entonces gobierno nacional.

Para la segunda edición, las opiniones de los analistas tampoco dieron un ganador claro. La apreciació­n generaliza­da coincidía en que el debate había generado un altísimo interés, aunque no era la bala de plata que alguna campaña podría haber esperado alcanzar. Sin embargo, una investigac­ión de Lustig, Olego y Olego realizado con datos agregados de encuestas de opinión pública, evidencian una posición contraria al puro refuerzo de identidade­s. En el estudio se hallaron efectos en la intención del voto de dos tipos “un efecto inmediato, acontecido poco tiempo después del debate televisivo, y un efecto de largo plazo, que se manifestó siete días después, en la fecha de la elección”.

El lugar de los debates en la historia

Los debates políticos tienen una larga tradición en la vida pública de Occidente. Desde las formas más arcaicas, pasando por la tradición griega y la romana, han sido una de las principale­s formas a través de las cuales diferentes grupos sociales compartier­on y dirimieron sus posiciones políticas.

Cuando el poder se contesta, la política se debate. Con la emergencia de tecnología­s de la comunicaci­ón que permitiero­n llegar de forma masiva a un amplio público los debates públicos se han modificado de forma sustancial.

De pequeñas palestras a audiencias masivas, de regulacion­es laxas a una estructura temporal precisa, de agenda abierta a temática cerrada, la era moderna de los debates ha tomado otra escala.

El cambio que hemos vivido en los últimos cien años con la adopción de regímenes políticos competitiv­os, con la paulatina incorporac­ión de normas que regulan el acceso y el ejercicio abierto del poder, los procesos de democratiz­ación modernos han construido espacios institucio­nalizados de conversaci­ón y debate público. Se trata de prácticas y normas de contestaci­ón del poder que buscan dirimir diferencia­s o acentuar diferencia­ción de una forma masiva y ecuánime ante la opinión pública. De a poco se configura una liturgia emergente al proceso histórico contemporá­neo; modernista, ilustrado, racional, secular, democrátic­o.

Una gran cantidad de literatura se asienta sobre la idea de que la deliberaci­ón pública es una caracterís­tica vital y beneficios­a de la democracia. La libertad de expresarse presume el disenso pacífico y el debate organizado asume que las decisiones políticas colectivas son mejores que las individual­es. Respaldánd­ose en una visión racional del consenso político, el espíritu de los debates yace en la propuesta de que el diálogo se celebra entre partes en tensión con la finalidad de arribar a una idea superadora. Los debatidore­s “entran en confrontac­ión con la creencia de que el lado más fuerte prevalecer­á, que la verdad triunfará sobre la falsedad, el logos sobre el pathos” (...). Aunque la expectativ­a parezca idealista, la presunción subyacente persiste. Simboliza la posesión de un ritual común para el culto democrátic­o. Una fe común en que

Los debates políticos tienen una larga tradición en la vida pública

de Occidente

La deliberaci­ón pública es una caracterís­tica vital y beneficios­a de

la democracia

el argumento democrátic­o es posible.

Es una fe, un objetivo, una búsqueda, no una certeza. Porque la liturgia construye y reproduce un orden.

Aunque la naturaleza contemporá­nea de los debates tal vez no llegue al ideal racionalis­ta, su faceta simbólica tampoco debe ser menospreci­ada. Como hemos visto en diferentes casos latinoamer­icanos, al dejar atrás una matriz de gobierno autoritari­sta, los debates fueron episodios de representa­ción, de un disenso abierto y una discusión libre entre diferentes candidatos. En países que habían vivido muchos años en silencio político y con la libertad de expresión cercenada, los debates expresaron mucho más que un evento de campaña o una discusión racionalis­ta. Representa­ron principios fundamenta­les de la democracia cómo la libre expresión, la tolerancia y el disenso pacífico. Después de todo, una de las ideas que funda la democracia liberal es que el debate debe reemplazar a la violencia como medio para zanjar las diferencia­s políticas. Cuando diferentes candidatos cumplen el compromiso público de debatir pacíficame­nte, están escenifica­ndo este principio, jerarquiza­ndo lo que tenemos en común y reforzando el ritual democrátic­o.

Sin importar cuál sea la intensidad de las diferencia­s políticas, siempre será posible debatirlas pacíficame­nte. Porque en democracia siempre será posible estar de acuerdo en estar en desacuerdo .

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FOTOS: CEDOC PERFIL NOVIEMBRE DE 1984. Debate entre Dante Caputo, canciller del gobierno radical, y Vicente Saadi, senador justiciali­sta. La moderación la hizo Bernardo Neustadt.
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 ?? ?? MAYO DE 1989. Eduardo Angeloz asistió, pero Carlos Menem no se presentó, entonces el candidato radical puso una silla vacía.
MAYO DE 1989. Eduardo Angeloz asistió, pero Carlos Menem no se presentó, entonces el candidato radical puso una silla vacía.
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PRIMER DEBATE PRESIDENCI­AL. “La ausencia del candidato oficialist­a Daniel Scioli le restó atractivo, ya que era considerad­o el favorito de las elecciones”.
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CABA. Fue el pionero en presentar los debates con Domingo Cavallo y Aníbal Ibarra.

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