Perfil Cordoba

La forma de vida de las hojas

- LAURA ISOLA

“Estoy seguro de que tú sí serías capaz de dormir en esta choza en medio de la selva, como en la que yo viví el primer año en mi hacienda cafetalera de la sierra de San Luis Potosí. Estoy seguro de eso. Después de todo, eres inglesa, eres un ladrillo, no como otros extranjero­s. No hay nada como un inglés cuando se trata de salir bajo el sol del mediodía”, escribió Edward James en una de las cartas dirigidas a Leonora Carrington.

O porque era más fácil ser un buen inglés fuera de Inglaterra, en medio de la selva, como siguió escribiénd­ole, su gran amigo, también británico, que otra de las coincidenc­ias que tuvo con ella fue la elección de las tierras aztecas para cumplir la fantasía de una existencia en libertad, sin convencion­es, un poco fuera del mundo.

Para ello, además del viaje indispensa­ble, el poeta, escultor y mecenas, muy ligado a movimiento surrealist­a, construyó un jardín que dotó de deliciosas esculturas, de las maravillas de sus tallas que refieren todo el tiempo a Leonora. Esto fue en 1944, en un terreno a orillas del Santa María en Xilitla, territorio huasteco, al noroeste de México. En una de esas caminatas siguió pensando en Leonora y “de un jalón me vino a la mente enterito el poema que te estoy enviando: Hojas, hojas, hojas; toda forma concebible/ orma de hoja y alma de hoja y espíritu de forma/ Y forma de vida de hoja en la hoja del amor y la hoja del corazón/ Y la hoja de la sangre y la hoja del cerebro y las hojas/ Que son como manos y la hoja en forma de labio/ Boquiabier­ta escuchando en los bosques de Xilatoyan/ Sobre las ruinas de Taziol, la poderosa ciudad”.

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FOTO: AMANDA HOLMES XILITLA. El jardín de Edward James en México.

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