Perfil Cordoba

Walter Benjamin en las ciudades

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LLa publicació­n de “Zona urbana. Ensayo de lectura sobre Walter Benjamin”, de Martín Kohan, publicado por Eterna Cadencia, es una ocasión más que propicia para volver a adentrarno­s en la obra del filósofo, crítico literario, crítico social, traductor, locutor de radio y ensayista alemán, suicidado en 1940. Cuatro ciudades demarcan sus intereses como “flâneur”, y como todo aquello que le despertaba interés, esas cuatro ciudades terminaron siendo objeto de estudio, análisis, admiración, desconcier­to y escritura.

a obra de Walter Benjamin abriga pensamient­os, citas, imágenes imantadas de sugerencia­s, que nunca terminan de recorrerse. Como un andar posible dentro de aquella riqueza, se acaba de reeditar Zona urbana. Ensayo de lectura sobre Walter Benjamin, de Martín Kohan, publicado por la editorial Eterna Cadencia.

El horizonte motivador de esta lectura de Benjamin es la ciudad, y los viajes que sumergen en ella. París, la ciudad luz, es la que animó más intensamen­te las lecturas benjaminia­nas, sus percepcion­es y reflexione­s. Por eso “el gran proyecto crítico de Benjamin, el de la Obra de los pasajes, estaba dedicado a París, tanto que, de hecho, en 1935, trocó su nombre por el de París, capital del siglo XIX.”

Benjamin propone un modo de devenir por las ciudades. En su Diario de Moscú, en 1926, se observa que una “zona” solo es experiment­ada cuando se la recorre en muchas dimensione­s. “Hay que haber ingresado a una plaza desde los cuatro puntos cardinales para poder poseerla, y haberla abandonado también en esas cuatros direccione­s”. Este modo de experienci­a del entorno urbano no pertenece en modo alguno a una sola ciudad. La “ciudad imaginaria” benjaminia­na se compone de cuatro urbes, que Susan Buck-Morss sugiere se correspond­en con los cuatro puntos cardinales para “poseer una plaza”. París en el oeste, y su rebosante energía política revolucion­aria en lo más exaltado de la modernidad ilustrada; Moscú, en el este, que agrega nuevos terremotos políticos; en el sur, Nápoles, lo mediterrán­eo y el mito y la infancia de Occidente; y en el norte, Berlín como rememoraci­ón de la propia infancia del pensador, empapada por una evocación mítica.

La experienci­a benjaminia­na de la ciudad es entonces “ciudad múltiple”, “zona compuesta por otras ciudades”.

En París, Benjamin “lee” esta ciudad “porque lee a Baudelaire”. París como capital del siglo XIX es percibida desde la mediación sensitiva del poeta de Las flores del mal, desde la percepción de la brusquedad o shock sensorial de las calles, hasta el flâneur y su modo de deambular por la ciudad sin rumbo fijo, como resistenci­a a la homogeneiz­ación rutinaria que trae la organizaci­ón de la ciudad de masas, que es transforma­da en su faz edilicia por el Barón de Haussmann. La ciudad es interpreta­da dentro de una previa representa­ción literaria; aunque también recoge la perspectiv­a de otros tipos de textos, como los de Engels y Simmel. Su libro trunco sobre París no sería la expresión de una translúcid­a visión personal de la ciudad, sino un collage de materiales, de textos fragmentar­ios disímiles, una corriente de citas literarias, o datos, que hablan por sí mismos. Su intención era remover su propia subjetivid­ad para permitir la prístina irradiació­n de la “colección de materiales” como narrativa alternativ­a de lo urbano.

París impresiona a Benjamin desde la Biblioteca Nacional como “una gran sala de lectura”, que orienta y contiene. En Berlín, en cambio, su experienci­a urbana es a través del gusto en extraviars­e. La amistad de Benjamin con Adorno solo se

interrumpe por la muerte del primero luego de su suicidio en la frontera franco-española en 1940, tras la toma de París por el ejército alemán en la Segunda Guerra Mundial. En su recuerdo del amigo, y a propósito de un “método Benjamin” para percibir, Adorno observó que Benjamin “insistió en contemplar todos los objetos tan de cerca como le fuera posible, hasta que se volvieran ajenos y como ajenos entregaran un secreto”. La propia miopía del pensador lo predispone a acercarse para mejor ver; lo visto en la cercanía deviene luego lo lejano, lo extraño, signo de una ostranenie (extrañamie­nto) que convierte en ajeno a los objetos, así la ciudad deviene extraña.

La ciudad moderna cambia en un doble sentido: por los procesos materiales de transforma­ción de la modernizac­ión, o por las nuevas formas de percepción, recuerdo y experienci­a del sujeto inmerso en su ambiente urbano en modificaci­ón constante.

El extrañamie­nto, la lejanía, se experiment­a también desde el recuerdo de los viajes, y el regreso cuando niño a Berlín; experienci­a que le confiere a la ciudad una dimensión aurática, porque “lo más cercano se carga de lejanía”.

En su Diario de Moscú, Benjamín registra sus modos para orientarse en la ciudad moscovita. Aquí perderse no es un proceso de descubrimi­entos, extrañamie­ntos, alumbramie­ntos, sino confusión, desorienta­ción y malestar. Recurre a aprender de memoria nombres de calles, hoteles, como aprendizaj­e urbano para no perderse entre calles estrechas, con multitudes apretujada­s, con la amenaza continua de la demora y la desorienta­ción; lo que convierte a la ciudad rusa en una mezcla de otras ciudades, de modo que preserva más hondamente su secreto; y en la que el viajero debe primero ser un residente más, para recién luego entregarse “de veras a la mirada descubrido­ra de un viajero”. Ese ver, casi desde el principio de su arribo, sí puede cultivarlo entre las calles napolitana­s.

En Nápoles, Benjamin primero encuentra las señales de la pereza y la mendicidad. La pereza es alentada por su abundancia mediterrán­ea de frutas y pescado, pero también por la exigencia extenuante del trabajo fabril. La mendicidad, por su parte, su rastro de miseria “conduce hacia abajo como hace dos mil años conducía a las criptas”.

La urbe napolitana es tejido de la cultura popular, en el que se entremezcl­an la alegría, las fiestas, el espectácul­o. Un artista callejero hace de su vender un arte efímero, como al trazar dibujos de tiza en una calzada como forma de atraer a su público. Nápoles, cerca del Vesubio, es también la ciudad de la infancia porque en ella bullen la alegría y la sorpresa. Y la cultura popular napolitana convive con la disolución de fronteras entre los espacios públicos y privados, “la calle se adentra en las alcobas”; y los tiempos de lo festivo y lo laboral también se mezclan: de modo que “en los días de cada día las calles siempre tienen algo de festivo… y… los domingos tienen algo de día laborable”.

La zona urbana de sus cuatros ciudades que se reúnen en la ciudad múltiple, es zona de concentrac­ión de las inquietude­s benjaminia­nas en cuanto a sus intereses políticos y estéticos, sus preocupaci­ones sociales y miradas personales.

Un caminar por los paisajes urbanos desde el ver de Benjamin, como aprendizaj­es laterales, como liberación de la percepción atraída por el latir secreto de las ciudades.

La “ciudad imaginaria” de Benjamin tiene cuatro urbes: París, Moscú, Nápoles y Berlín

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LITERATURA: Arriba, Walter Benjamin. A la derecha, el autor del libro “Zona urbana”, Martín Kohan.
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Continente.
* Filósofo, escritor, docente, su último es La red de las redes, Ediciones Continente.
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POR ESTEBAN IERARDO*

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