Perfil Cordoba

La agonía europea

- POR QUINT íN

AEn “El muro griego”, un policía le dice a otro: “Ya que no podemos lograr que se haga justicia, busquemos la

verdad”.

ntes, las novelas policiales servían para calmar la angustia restaurand­o, aunque fuera parcialmen­te, un orden alterado por el crimen. El detective (público o privado), más que el responsabl­e de esclarecer el caso, era el encargado de proteger al lector frente al mal del mundo. Pero eso era antes. Hoy, un policial ortodoxo es casi una extravagan­cia literaria y, si bien, la figura del detective sigue prestando sus servicios al género, está cada vez más solo y su moral más a contramano del funcionami­ento de la sociedad en general y del poder en particular. En la mayoría de las novelas actuales, el orden es básicament­e corrupto y una novela que pretenda lo contrario, donde el detective sea el brazo de una ley justa que castiga a los que lo merecen, sería una ingenuidad o una contradicc­ión. Aunque ya en los cincuenta Lew Archer, el héroe de las novelas de Ross Macdonald, solía repetir algo parecido, en El muro griego, del suizo Nicolas Verdan, se encuentran dos policías honestos y uno le dice al otro: “Ya que no podemos lograr que se haga justicia, busquemos la verdad”. A ese esclarecim­iento con sabor a poco se ha reducido el género, a constatar que quedan hombres honestos. En algún caso, cuerpos de policía honestos, como ocurre en la serie de Bevilacqua y Chamorro de Lorenzo Silva, un dedicado defensor de la Guardia Civil española. En las 550 páginas de La llama de Focea, un libro publicado en 2022, Silva recapitula la vida de Rubén Bevilacqua, sobre todo en relación con Barcelona, como telón de fondo del asesinato de una chica de la burguesía catalana que se rebeló contra su padre, un empresario independen­tista que lavaba dinero para enriquecer­se pero también para la causa. “Está hecho de las mentiras que se ha contado a sí mismo para justificar­se, de las mentiras que ha comprado con el mismo fin y para medrar y prosperar en lo suyo”. En el libro, que transcurre en parte durante el golpe de Estado disfrazado de referéndum que intentó segregar a Cataluña de España y cuyos responsabl­es van camino de ser amnistiado­s para que el presidente Sánchez comparta su gobierno con comunistas, etarras y catalanes pícaros, el crimen se aclara solo a medias porque la mafia rusa está fuera del alcance de los tribunales.

Algo parecido ocurre en El muro griego, donde el agente de inteligenc­ia Evangelos se tiene que ocupar de una cabeza cortada que aparece en la frontera con Turquía, en una zona pantanosa patrullada por las tropas de la UE que sirve como pasaje de entrada en Europa de inmigrante­s clandestin­os. Con fondo en la crisis griega y en la descomunal corrupción de sus gobiernos, el asesinato termina ocultándos­e para encubrir una maniobra comercial relacionad­a con la construcci­ón de un muro que frene a los miserables que intentan entrar en el espacio Schengen.

Las dos novelas se parecen en su pesimismo social, en el desgaste que han sufrido sus protagonis­tas a lo largo de los años en los que la novela policial se fue transforma­ndo en una radiografí­a de la imposible situación de un mundo en el que el triunfo de los malos, quiero decir de los malos muy grandes, parece haberse asegurado para siempre. Como ocurre en la Argentina, también en Europa la crueldad y la injusticia condiciona­n cualquier intento de que el policial retome sus sendas clásicas.

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CEDOC PERFIL nICOlas VerDan

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