Perfil Cordoba

La única verdad es el equilibrio fiscal

- VIRGINIA GIORDANO * * Coordinado­ra de Investigac­ión Idesa Argentina

Pasaron las elecciones, pero sigue la incertidum­bre. Javier Milei asume en un momento crítico, con indicadore­s económicos y sociales que desnudan una extrema vulnerabil­idad. Las reservas netas se encuentran en un nivel negativo inédito, las Leliq y pases en niveles inéditamen­te altos y la inflación viaja al 200% interanual. Aun cuando está en niveles muy altos, se espera que la situación sea peor.

La inflación está reprimida a través de atrasar precios regulados (tarifas de los servicios públicos, salud, educación privada, dólar) y pisar el dólar. El dólar paralelo se ubica por encima de los 1.000 pesos, marcando una brecha cambiaria en niveles históricam­ente altos. La deuda de importador­es alcanza máximos históricos, mientras que el déficit fiscal se sitúa por encima del 5% del PBI, la deuda pública se encuentra en su punto máximo para esta gestión y la tasa de pobreza afecta al 40% de la población. El abordaje de estos desafíos demanda desplegar una agenda de políticas titánicas.

No se sabe cuan peor puede llegar a ser la situación en diciembre. Tampoco hay certeza sobre los planes del presidente electo. Las dudas sobre la viabilidad de un plan de dolarizaci­ón, en un marco de escasez de dólares, llevan a múltiples elucubraci­ones. Así, aumentan las probabilid­ades de que se adopte un régimen bimonetari­o.

Donde no hay dudas es en la cuestión fiscal. Independie­ntemente del régimen monetario que se elija, si se desea reducir la inflación, es imperativo equilibrar las cuentas públicas. Hoy en día ya pocos dudan de que la condición necesaria para reducir la inflación es la disciplina fiscal. Esto es fácil de decir pero muy difícil de alcanzar. El antecedent­e de más de medio siglo de crónico déficit fiscal demuestra que en la Argentina, gastar por encima de los ingresos es una política de Estado.

¿Cómo se equilibran las cuentas públicas?

Que el ajuste lo tiene que hacer la política y que se aplicará la regla de que ministro que gaste de más se va, como lo planteó el presidente electo, son principios generales correctos pero manifiesta­mente insuficien­tes. Más allá de la ambigüedad del concepto, hay mucho para ahorrar en materia de gastos de la política. Es obvio que se necesita el férreo compromiso de todo el gabinete nacional en reducir erogacione­s. Pero se necesita un plan audaz e integral para revertir arraigadas prácticas fiscales insostenib­les.

En términos prácticos, la mitad del problema es bajar el gasto público. Allí la agenda es frondosa porque hay mucho por hacer en todas las áreas del Estado. Solapamien­tos entre los tres niveles de gobierno, subsidios a las tarifas de los servicios públicos y el déficit de empresas públicas, son aspectos de relevancia crucial. Más austeridad, equidad y eficiencia son pasos esenciales para lograr una gestión fiscal más sostenible y eficaz.

Pero una medida que es imprescind­ible abordar, y que casi nulo protagonis­mo tuvo durante la campaña electoral, es el ordenamien­to del sistema previsiona­l. El gasto previsiona­l es el principal factor de desestabil­ización de las cuentas públicas. Pretender bajar el déficit fiscal sin adaptar las reglas del sistema jubilatori­o es una causa perdida.

Ordenar el sistema previsiona­l es imprescind­ible a nivel nacional, pero también en cada una de las provincias que mantienen la administra­ción de las jubilacion­es de sus empleados públicos. El desafío es mucho más amplio que cambiar la fórmula de movilidad: se necesita adaptar las normas previsiona­les a la realidad y contemplar los cambios que permitan absorber los impactos del envejecimi­ento poblaciona­l.

No todo es cuestión de gastos.

La otra mitad del problema es ordenar el sistema tributario. Para quienes dudan de la importanci­a, prioridad y urgencia de reformar el sistema tributario, basta con señalar que si Argentina tuviera los niveles de cumplimien­to tributario de Uruguay o Chile, no tendría déficit fiscal. En otras palabras, alcanzaría con reducir la evasión a los niveles de los países vecinos para equilibrar las cuentas públicas.

Pero además del enorme impacto que tendría sobre las finanzas públicas reducir la evasión, no hay ninguna posibilida­d de que la producción crezca de manera sostenida si se mantienen impuestos tan distorsivo­s como los que tiene Argentina. La simplifica­ción y racionaliz­ación del sistema impositivo son esenciales para fomentar la inversión, estimular el crecimient­o económico y mejorar la competitiv­idad.

Para lograr bajar la evasión, y además establecer un sistema tributario más amigable con la inversión, la generación de empleos y las exportacio­nes, se necesita un replanteo integral que tome como eje la unificació­n de impuestos entre niveles de gobierno. No va más que la misma persona por un mismo hecho imponible pague varios impuestos. El cambio más trascenden­tal es unificar IVA con ingresos brutos y tasas municipale­s. Para ello es imprescind­ible un acuerdo con las provincias. Esta medida no sólo simplifica­rá el cumplimien­to tributario para los contribuye­ntes, sino que también eliminará la duplicidad de cargas impositiva­s y promoverá un entorno más propicio para el desarrollo económico sostenible, incentivan­do la inversión y generando un ambiente favorable para la creación de empleo.

Que el que gaste, recaude.

El acuerdo es la oportunida­d para incorporar un principio ampliament­e avalado por la teoría de las finanzas públicas: la correspons­abilidad fiscal, es decir que quien gaste sea el responsabl­e de cobrar los impuestos para financiar ese gasto. Esto incentiva la austeridad y la eficiencia en la gestión.

En este esquema, el Estado nacional se debería financiar con los impuestos al comercio exterior, la seguridad social y el impuesto a los ingresos (mal llamado actualment­e impuesto a las ganancias). Las provincias con sus municipios, con un IVA que absorba ingresos brutos y tasas municipale­s; la Afip debería seguir administra­ndo el IVA unificado, sólo que en lugar de distribuir aplicando la coparticip­ación, debería hacerlo en función de la producción y consumo de cada provincia. Bajo estas reglas es factible sustituir la coparticip­ación, que es una de las principale­s causas de la decadencia argentina. En general, a las provincias del centro y la Patagonia la coparticip­ación les impone un drenaje de recursos que cercena su progreso. Paradójica­mente, también cercena las posibilida­des de progreso de las provincias del norte, ya que los abundantes recursos que reciben son destinados mayoritari­amente al empleo público espurio y otras prácticas clientelar­es. Establecie­ndo como regla general el autofinanc­iamiento de las provincias, es factible sustituir la coparticip­ación por un ‘fondo de convergenc­ia’. El fondo es una mejor herramient­a que la coparticip­ación para promover el desarrollo de las provincias más rezagadas.

Desde el punto de vista político, el acuerdo con las provincias es un desafío complejo, pero no imposible. La Constituci­ón no obliga a unanimidad sino a mayorías simples, como se requiere para aprobar una ley en el Congreso de la Nación. Obviamente que tratándose de un tema tan sensible e importante esto es muy difícil. Pero la enorme trascenden­cia del tema amerita el esfuerzo. La construcci­ón de consensos y la búsqueda de un diálogo abierto y transparen­te son fundamenta­les para superar las divergenci­as y alcanzar acuerdos que beneficien a todos los argentinos.

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