La muerte tan temida
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Otras obras del autor: El hombre ante la muerte; El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen; Ensayos de la memoria 1943-1983; El tiempo de la Historia Adriana Hidalgo, $ 10 mil
Víctor Goldstein
Philippe Ariès, historiador e investigador que dirigiera la Ècole des Hautes Ètudes en Sciences Sociales de París, traza en Morir en Occidente una rigurosa guía, y como tal metódica y luego cronológica que, como el propio autor declara, reúne sus estudios sobre la conducta cristiana ante la muerte de las culturas occidentales cristianas.
A diferencia de su otra insoslayable y monumental obra que es El hombre ante la muerte, en este libro Ariès abandona el abordaje universal y atemporal del tema para circunscribirlo al derrotero que abarca desde la Edad Media hasta nuestros días. Y este propósito se traduce en un texto nacido al calor de una llama que no sólo no ponía fin a la ardua tarea historiográfica y filosófica, condensada en las cuatro conferencias impartidas en la Johns Hopkins University en 1974, sino que, al decir de Jabès, inscribía esa marca roja en la primera página de un texto, puesto que la herida es invisible en su comienzo.
Morir en Occidente nos alerta, desde ese retazo de prólogo inscrito en su cubierta, que huir de la muerte es (y ha sido y será) la tentación del hombre occidental. Podría conjeturarse que en El hombre ante la muerte el tema no es la muerte sino el morir, cuestión bien distinta, magistralmente tratada por el filósofo Vladimir Jankèlèvitch en ese libro breve e iluminador que es Pensar la muerte. Es por ello que en el libro que comentamos Ariès no duda en sostener que la gran negación de la muerte en el siglo XX es incomprensible si no la tenemos en cuenta, ya que un solo lado de esta frontera (las grandes ciudades, por un lado, las comunidades rurales, por otro) surgió y se desarrolló.
En una llamada bibliográfica en la que el autor se remite a sí mismo cuando alude a La muerte invertida, nos advierte sobre la revolución brutal del último tercio que se encabalga en el siglo pasado y el actual de ese fenómeno inaudito en el que el hecho inexorable de la muerte, presente y familiar, se encamina hacia su ocultamiento, puesto que “se vuelve vergonzosa y objeto de censura”. El absurdum negatio. Notable que la humanidad haya sometido a los caprichosos vaivenes de sus conveniencias un hecho incontrovertible.
En el siglo XVIII se proclama: “nada de pueblos con cementerios”; hacia fines del XIX: “nada de ciudades sin cementerios”. Entremedio el entierro a los lados de los caminos, las fosas comunes, inhumación en las iglesias, muerte doméstica en las casas, muerte anónima los hospicios. Los muertos van a entrar en las ciudades no tanto con el cristianismo, sino con el culto a los mártires, de origen africano, dice Ariès. Manda el miedo a la muerte.
Sometido al cuestionario Proust, Derrida, al ser preguntado sobre cuál era su mayor temor, respondió “sobrevivir a mis seres amados”. Un sereno señalamiento de Ariès: “quiere decir que los sobrevivientes aceptan con mayor dificultad que antes la muerte del otro. La muerte temida no es entonces la muerte de sí, sino la muerte del otro, la muerte tuya”. Leer el “Blues Funerario” de Auden, antes y después de esta oscura piedra preciosa de Philippe Ariès.
Morir en Occidente nos alerta, desde ese retazo de prólogo inscrito en su cubierta, que huir de la muerte es (y ha sido y será) la tentación del hombre occidental.