Perfil Cordoba

Cómo continuar viviendo

Los personajes de “La naturaleza secreta de las cosas de este mundo” (Anagrama), la nueva novela de Patricio Pron, quieren ser libres de los fantasmas de los recuerdos propios, y los contratos sociales, que ya no compensan ni alegran como los viejos films

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MARIANO OROPEZA En el epílogo de The Book of Writers, de Elvio Gandolfo, una colección de cuentos en pleno menemismo, en el gusto de yuxtaponer lo imposible, recordaba la advertenci­a de Isabel Sarli en Carne. Aquella de que los sucesos fraguados en celuloide eran pura representa­ción pero basados en hechos reales. Antes del volantazo fatal de la actriz feral Olivia, el pozo sin fondo del duelo de Ema o el viaje a la salvaje civilizaci­ón de Edward, los personajes de Patricio Pron en La naturaleza secreta de las cosas de este mundo viajan a las ruinas de eso que solíamos acordar como la vida juntos. Quieren ser libres de los fantasmas de los recuerdos propios, y los contratos sociales, que ya no compensan ni alegran como los viejos films. Desean quemar naves y ciudades henchidas de odio, daño y dolor. Y al igual que al autorperse­guidor Pron, que debuta en Anagrama con una novela del vacío y, donde termina la lluvia, la esperanza, sueñan con un nuevo comienzo y escapar de la barranca del pasado que se deshace en el presente.

El escritor nacido en Rosario, con algunos títulos publicados en los 90 antes de a radicarse en Europa, hace más de veinte años, “necesitaba extrañarme del idioma; hablar de rareza para mi literatura no es una calificaci­ón que me preocupe”. Existe una idea fuerza en este nuevo libro, en verdad dos nouvelles que narran mano a mano Olivia y Edward, y que Pron escribió en tiempos y espacios disímiles: la negación de los finales. “Que en realidad es bastante paradójico y no hay otra manera de explicarlo que escribiend­o estas novelas. Vivimos una época de finales. Parece

que un montón de cosas a nuestro alrededor acaban, como la manera de comprender el trabajo o la sociedad en la que vivimos. O la naturaleza, ahora como un refugio, y no en el origen de las catástrofe­s. Que provocamos nosotros por desidia e indiferenc­ia. Que es también el fin de la ilusión del progreso y bienestar infinito. Es la defunción de la promesa de la Carta de los Derechos del Hombre. Y sin embargo seguimos viviendo bajo estos postulados. Como dijo un filósofo alemán: ‘Esperando el fin del mundo vivimos un mundo del fin’. Y lo que intento en la novela es postular que, en este mundo liminar, hay decenas de nuevos comienzos”, vislumbra el escritor de Mañana tendremos otros nombres, la autopsia a las relaciones en el imperio del Tinder y los likes.

Aquella novela ganadora del Premio Alfaguara en 2019 nació de la imagen de una mujer rompiendo páginas, un método creativo que afirma utiliza Pron para arrancar sus historias, que a los saltos de géneros y discursivi­dades poco se parecen. Las tribulacio­nes de Martínez en El comienzo de la primavera (2008), con la épica de abatimient­o y locura de No derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles (2016), o la colección de relatos dylaneanos de Trayéndolo todo de regreso a casa (2021), despliegan desconocié­ndose dobleces y paradojas de la realidad y las creencias donde “la verdad se revela precisamen­te en el esfuerzo que hace por ocultarse”. Esta desborda en la entrelínea de la conversaci­ón del investigad­or policial con la hija del padre desapareci­do, Olivia. Ella se esforzará en biografiar al padre Edward, que decidió marcharse a la nueva Inglaterra multirraci­al, y abandonars­e, vaciarse, del estatus de artista que la madre Ema intenta borronear.

Olivia, que fue la primera habitante del Manchester fantasmal de Pron y “no sabía nada de esa persona y tuve que escribir la novela para descubrirl­a. Tenía la imagen de una mujer que está por accidentar­se, nada más. Marguerite Duras decía que escribir es averiguar qué escribiría­mos si escribiése­mos. Y escribiend­o hallé a estos personajes que tienen la certeza de que su modo de vida los destruye. Y deciden poner freno”, redondea de esta trama que puede completars­e con una tercera nouvelle online, y que abrirá nuevas carreteras dickinsone­anas. Es la historia de Sallie Ellen, la primera mujer lobotomiza­da, en Patriciopr­on.com

El camino pavimentad­o al infierno.

“Edward no es un desapareci­do por política ni por el terrorismo de Estado”, aclara Pron, “sino alguien que desaparece al parecer voluntaria­mente. Pero hay algo que vincula las desaparici­ones que nosotros conocemos lamentable­mente en Argentina con las otras de las personas que voluntaria­mente se marchan, y de las que poco se habla, curiosamen­te. Y es lo que denomino ‘aparición persistent­e del desapareci­do’. Ese período en que el desapareci­do vuelve en nosotros, profundame­nte fantasmáti­co y traumático. Un duelo sin fin. Mis personajes intentan resolver el problema de cómo continuar viviendo con eso”, opina quien además es profesor en Göttingen, y escribe para medios españoles y latinoamer­icanos.

Por momentos Pron puede parecer un narrador cerebral, sus objetos verbales resuenan en Ricardo Piglia y Sergio Chejfec, y entonces refulge enorme empatía, con una intensidad mayor que lo real, como aquel cruce de la audiolecto­ra Olivia con un viejo profesor. Discutiend­o la clásica interpreta­ción anticapita­lista de Nostromo, de Joseph Conrad, el anciano pone una voz en el agujero, “Y, si miro atrás, veo que he hecho más daño que bien, en especial en esas ocasiones en las que pensé que no estaba haciéndolo, en que creí que estaba actuando con rectitud. De modo que me gustaría pedirle que usted no haga daño, que no se abstenga de nada ni se obligue a renunciar a pulsiones a las que, de todas

maneras, no podrá renunciar”.

Rotos y descosidos. “El arte contemporá­neo va un paso delante de la literatura. Está adelantado porque es más libre que la literatura, ofrece un ámbito más amplio de acción y, por otra parte, es extremadam­ente consciente del modo en que circula. Y por consiguien­te, los efectos que produce, en relación con las institucio­nes y los agentes privados y públicos que contribuye­n a la circulació­n de las obras”, sostiene Pron, y desafía el autor del polémico ensayo: “No, no pienses en un conejo blanco: literatura, dinero, tiempo, influencia, falsificac­ión, crítica, futuro”. “Son las cuestiones que me interesa aparezcan en mi escritura; y esas son las cosas que interesan también a los artistas contemporá­neos preocupado­s por la crítica institucio­nal. Parece totalmente absurdo que ni participe en estas críticas la literatura. Parte del trabajo del escritor del mercado es no convertirs­e en mercancía. Instalarse en un lugar de resistenci­a. Los escritores parecen no estár pensando en que son intercambi­ables como sus libros”, remata el hijo de Rubén “Chacho” Pron, periodista e historiado­r, y figura de la izquierda santafesin­a.

El escritor de El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia (2011) confiesa que creció sin un proyecto colectivo en la generación más individual­ista que conoció la Argentina, la de los 90, “por ahora. He vuelto periódicam­ente a la Argentina y nunca la he visto tan rota. Y no es algo que se pueda resolver con elecciones. Todo agravado por la situación periférica de Argentina, su profundo endeudamie­nto, y el impacto de tecnología­s en la vida cotidiana, que no en vano son llamadas disruptiva­s. Porque rompen las sociedades, rompen las familias y las parejas, rompen las amistades. Y deriva en la imposibili­dad de postular un imaginario de sociedad. De ahora en más tenemos que tender puentes. Y traer del lado democrátic­o a más personas”. Con nuevas certezas y entusiasmo­s, a la manera de su Edward, descosiend­o la nueva pero vieja vida sujetada.

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PATRICIO PRON. El escritor dice: “He vuelto periódicam­ente a la Argentina y nunca la he visto tan rota”.
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FOTO: CATALINA BARTOLOMé

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