Perfil Cordoba

Edro Lambertini EL DIVULGADOR

En un mundo donde las recetas se acortan hasta adaptarse a TikTok, Pedro Lambertini vuelve a apostar al libro con Pastelería a la carta. Hablamos de su nueva obra, de las redes en gastronomí­a, del culto a lo saludable y de los textos que lo inspiraron.

- Por Karina Niebla • Fotos Eduardo Torres

Esta es la generación de la rapidez y la avidez de novedades. De la errancia, decía Heidegger, explica y golpea la mesa suavemente con el dedo, levantándo­lo entre un toque y otro como si pasara páginas. El scrolling es el epítome de la errancia, de no ir a la hondura de nada. Es un rasgo de esta época, marcado a fuego por las redes sociales, dispara. La opinión no es de un filósofo ni un sociólogo ni un experto en tecnología, sino de un apasionado por la cocina y la pastelería. Y el lugar no es una facultad ni una sala de conferenci­as sino un bar en Colegiales, donde ya saben lo que quiere Pedro Lambertini incluso antes de que él lo pida.

A este pastelero y chef nada le es indiferent­e. Habla de su métier, de comunicaci­ón o de política con la misma sinceridad. Él mismo es un comunicado­r que, a diferencia de lo que abunda en las redes, difunde su saber sin perder rigurosida­d ni técnica. Y aunque domina el lenguaje mediático, sigue apostando al primer objeto divulgador: el libro.

Justo para su cumpleaños número 41 lanza Pastelería a la carta –con fotos de Eduardo Torres–, una mirada particular sobre su profesión que incluye técnicas, ingredient­es, herramient­as y los famosos “Lambertips”, que ya brinda en redes. La obra está dedicada a su inspirador­a mamá Edda, que murió en abril, y a Fede, su “otra mitad”. En 2016 ya había publicado Al natural, con recetas saladas y dulces. En ambos libros la edición estuvo a cargo de María De Michelis.

El libro es como la radio: uno creería que, porque llegan tecnología­s superiores, la anterior va a dejar de existir, pero no. Aunque ahora estemos a un clic de todas las recetas, hay algo fuerte en la materialid­ad del papel, en agarrar el libro, en tocar sus hojas –analiza Lambertini. Es un objeto bello, que tiene fotos y diseño. Es lindo de ver y de regalar.

Antes de ponerse a escribir, revisó todas las recetas que había hecho en sus restaurant­es, enseñado en sus clases de cocina, mostrado en programas de tele. Quedaron 100, aunque cada una pueda ser aplicada a otros platos y eso amplíe la lista. No hubo grandes equipos hoteleros ni hornos Rational de 30.000 dólares: son fórmulas probadas y elaboradas en un hogareño horno a gas.

Como si todo eso fuera poco, dan la bienvenida, a modo de prólogos, pesos pesados de la materia, como Osvaldo Gross, Dolli Irigoyen, Fernando Trocca y Pamela Villar. Las páginas siguientes dan técnicas básicas, ingredient­es clave y materiales de cocina. Y, después, sí, están las recetas: tartas y tartaletas, horneados de placa y molde, postres para muchos comensales, otros para emplatar y, por último, pastelería para el mate, el café y el té. Cada receta incluye una introducci­ón propia, con caracterís­ticas, dificultad­es, algún rasgo histórico, alguna anécdota personal, el motivo de su inclusión en el libro.

Eso es lo que aporta un plus literario a la obra, en tiempos en que hay casi más autores que lectores. Además de dar recetas, quiero evocar emociones y contar historias –remarca Lambertini–. Porque en realidad la cocina es una invitada en el mundo de la literatura. Desde mi posición de cocinero trato de dar lo mejor de mí sin escatimar informació­n, con la meticulosi­dad de los procedimie­ntos y la confiabili­dad de las fórmulas. Quiero rescatar el libro de cocina de antes y que perdure, que la gente haga todas las recetas y lo tenga en el cajón de la cocina para ensuciar, para manchar. Espero que tanto amateurs como expertos puedan encontrar en este libro su propia voz.

Es una frase jugada en el mundo de la pastelería, que educa en la exactitud.

–La constricci­ón no es constituti­va de la pastelería. Una cosa es ser metódico y otra replicar. Conforme vas aprendiend­o, vas ganando cierta mano.

¿Qué es mano en la cocina?

–Es una dosis de inteligenc­ia para saber qué hacés primero y qué después. También, una de intuición para pronostica­r si lo que creés que va a quedar rico efectivame­nte lo será. Una de paciencia para saber esperar. Una de experienci­a. Una de destreza.

¿Y cuál de esas dosis es la más importante?

–Todos dicen que el rasgo más importante en un cocinero es el amor, la pasión... Para mí es la inteligenc­ia: saber cómo moverse, qué hacer ante y qué después, cuánto tiempo hay que reducir la salsa para echa la pasta. De ahí salen la sincronía, el buen gusto, el criterio, qu

es hijo de la repetición.

Definicion­es

Soy un pastelero que cocina, más que un cocinero que hace tortas. Trabajé para que me vieran más como lo segundo que como lo primero. En el libro digo casi a mo de confesión que soy pastelero. En realidad soy un impo tor, bromea Lambertini. Sabe que, más allá de las etiquetas, la pastelería fue su primer amor, y los alfajores de maicena de su abuela, su puerta de entrada a la coci na. Así lo ilustran las recetas escritas en letra pequeña y amarronada por un Pedro de 13 o 14 años, hoy fotografia­d en pleno desorden para la retiración de tapa del nuevo libro

No quería perderme de todo lo lindo que tiene la cocina por dedicar me solo a la pastelería. Por eso estudié gastronomí­a [en el Instituto Gato Dumas] y pasé por varios restaurant­es, recuerda. En este libro se plasma su trabajo en esos lugares: Sucre, Bar Uriarte, Buddha Bar, Caesar Park Hotel. También en su restaurant­e propio, Natural Deli, donde exploró la cocina natural y orgánica, elaborando desde cero el pan, la granola, el yogur y los jugos. Incluso fue a parar a s páginas parte de lo que aprendió en su programa Alemania. Tradición y sabores (201 de El Gourmet, con el que recorrió 16 ciudades y pueblos de ese país.

traje de cocinero y pastelero habría que sumarle el de divulgador. Cada decisión ne un porqué y Pedro no se guarda ninguno. Todo el mundo promete dar los secres. Yo doy la porosidad del dato: te puede pasar esto o lo otro, tenés que evitar esto o uello. A todo esto modestamen­te llamo ‘Lambertips’ –explica–. Una persona que no be cocinar dulce va a aprender con este libro, y un experto va a sacar algunas rece

también.

época de influencer­s y recetas rápidas en TikTok, Lambertini tiene a opinión clara sobre la divulgació­n en redes. En un momento el cinero adquirió una importanci­a desmesurad­a y eso hizo explolas escuelas de cocina. Hoy el oficio pasó de moda y ser amaur no es una carencia sino una virtud. El lema es ‘Si yo puedo, s podés’. Cuando uno quiere llegar a mucha gente tiene que mplificars­e, pero la sencillez ya coquetea con la tomada de o. En realidad no son expertos en cocina sino en redes ciales. Deberían dar cursos sobre cómo posicionar­se, no bre cómo hacer un bife. Pero esto no lo dicen porque sería mo sacarle la nariz al payaso.

nspiracion­es

mbertini tiene una copiosa colección de libros de cocina iempre vuelve a ellos. Le gustaría que el suyo tuviera la imonta de Doña Petrona, eso de hacerles sentir a los lectores que les bla de forma personal mientras les da una receta. Con ya dos libros su haber, el pastelero va en busca de un estilo reconocibl­e, que permita ber que una obra es suya sin tener que mirar la tapa.

eo que Jamie Oliver tiene un gran mérito en haber creado una compañía que hable su smo lenguaje. O Blanca Cotta, que tenía un estilo literario muy perfilado, precisa Pedro.

Su otra inspiració­n bibliográf­ica carece de autor: es una vieja colección de libros de cocina sin firma. Uno de los tomos es de postres. El otro, de pastelería. El postre es muy particular porque tiene los rigores de un final de menú, y su calidad es indicio de que el restaurant­e es bueno. Si cuidan el postre, que es el detalle, lo esperable es que lo principal se vigile solo, desliza, y suma así otro tip.

En tiempos de dietas restrictiv­as donde el postre puede ser mala palabra, Lambertini lo defiende y descree de la llamada “cocina saludable”. Me parece un término feísimo. Para mí hay alimentaci­ón consciente. Yo no me cuido: me registro, subraya. Por eso no introduce ingredient­es “sanos” con fórceps. El otro día subí a mis redes una carrot cake y no dije que tenía harina integral. Le aporta sabor a trigo, funciona como si fuera una especia más. Y te permite comer algo mejor, más nutritivo, sin que nadie te diga lo que tenés que hacer. Es la única manera de incorporar para siempre hábitos alimentici­os, remarca.

Esta máxima deviene de otra verdad fundamenta­l para Pedro: hay que sacar la comida del ámbito del pecado y del conflicto. Tenemos la dicha de necesitar comer para vivir y que eso nos dé placer. No hay que enemistars­e con eso. Nadie hace algo para sí, solo porque le hace bien. El único hábito que podemos mantener en el tiempo es el que nos da placer.

Con ese concepto en mente es que Lambertini saca a relucir una última influencia. Cuando era chico leía un libro de pastelería con un capítulo que se llamaba ‘Un postre para cada día’. ¿Por qué no terminar la comida con un postre, es decir, con un placer todos los días? Por dificultad no, porque hay muchos que son muy simples. Por salud tampoco, porque hay algunos que son muy nutritivos. Me encantó como filosofía: la idea de no dejar los placeres para ocasiones especiales, con lo corta que es la vida.

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