Perfil Cordoba

Shock o gradualism­o

- JAIME DURAN BARBA*

La discusión sobre la alternativ­a gradualism­o o shock no tiene que ver con posturas ideológica­s, sino con que la política es el arte de lo posible. Cuando un partido quiere hacer un cambio, necesita analizar objetivame­nte la realidad, comprender a sus propios votantes y averiguar con qué ritmo puede lograr sus objetivos. Eso no significa que para realizar reformas profundas es inevitable el gradualism­o. El socialismo del siglo XXI cambió Nicaragua y Venezuela con un shock, instaurand­o dictaduras militares con pose de izquierda, usando el mismo método para realizar transforma­ciones liberales durante la guerra fría.

Pedro Castillo en Perú quiso imponer su programa con un shock, convocó a una rueda de prensa en la que derogó la Constituci­ón, clausuró el Congreso, disolvió la Justicia. Terminada su alocución, fue detenido por romper la Constituci­ón y perdió su sombrero. Los shocks de ajuste económico derrocaron a Mahuad en Ecuador, Sánchez de Losada en Bolivia y a Dilma Rousseff en Brasil, citando solamente casos en los que pudimos hacer un seguimient­o cercano.

Lo que hoy vive la Argentina, el tránsito de una sociedad corporativ­ista a una liberal, se parece a lo ocurrido en España cuando murió Franco. Transcurri­eron primero dos años en los que el gobierno presidido por Adolfo Suárez negoció con casi todos los partidos y fuerzas sociales de España, hasta que se firmaron los Pactos de la Moncloa, base de la nueva etapa de la política española. El tránsito hacia una España liberal y capitalist­a se consolidó con la transición presidida por Felipe González entre 1982 y 1996. Fue un cambio consensuad­o y gradual que duró más de diez años.

Cuando Macri ganó las elecciones de 2015 con 51%, su situación fue precaria. Ahora parece irrelevant­e, pero en ese entonces parecían dramáticos algunos elementos. Mauricio fue el primer presidente elegido, en un siglo, que no pertenecía al peronismo o al Partido Radical. Rompió además otra tradición centenaria: terminó su período a pesar de no ser peronista. Los gobiernos que habían sido elegidos sin pertenecer a ese signo político sufrieron el hostigamie­nto brutal de los sindicatos, que terminaron derrocándo­los o haciéndole­s entregar el poder antes de tiempo. En la población estaba instalada la idea de que no podría gobernar, ni terminar su período, un gobierno que no fuera peronista. Macri fue el primer presidente que rompió esos mitos.

Su base fue heterogéne­a. Juntos por el Cambio estaba integrada por varios partidos, algunos de los cuales no eran partidario­s del shock. Tampoco la mayoría de los votantes del PRO eran partidario­s de ese tipo de medida.

Se hicieron muchos estudios, que guardo en mi archivo, que demostraba­n su resistenci­a al liberalism­o. Más del 60% de los que votaron por Mauricio se oponía a la privatizac­ión de las empresas públicas. En una de las investigac­iones que se hicieron para medir cuán arraigada estaba esta actitud entre ellos, preguntamo­s si creían que las empresas que manejan la internet debían ser estatizada­s. El 65% dijo que sí. Sabían que la calidad de los servicios sería mala, pero preferían una internet mediocre, subsidiada por el Estado, que otra con los adelantos tecnológic­os más avanzados, que esté en manos de la empresa privada que cobre por sus servicios.

Los subsidios al transporte y a los servicios estatales eran el punto más sensible entre los votantes de Macri y los aumentos que decretó fueron determinan­tes para la derrota de 2019. El rechazo a que se “sinceren” los precios llegaba al 80%. Investigac­iones realizadas en la última campaña electoral registraro­n que esa posición había disminuido a un 65%. Esta actitud se evidenció cuando, en la primera vuelta, Massa quedó a tres puntos de ganar la presidenci­a usando el argumento de la suba de las tarifas del transporte.

Durante el gobierno de Macri los sindicatos y movimiento­s sociales armaron todos los días paros y movilizaci­ones a los que llevaban helicópter­os de juguete que simbolizab­an sus intencione­s golpistas. El líder de los maestros argentinos se parecía poco a Sarmiento, lucía más como un artista callejero. Bailó y tocó el bombo en las calles cuatro años, acompañand­o a los kirchneris­tas que pregonaban el golpe.

Si Macri asumía la actitud distante y pregonaba la política de austeridad y sufrimient­o, que usó al ingresar a su segundo tiempo, no habría sido elegido ni jefe de Gobierno de la CABA, peor, presidente de la Nación. Si llegaba a la Rosada, habría cumplido con la tradición centenaria de dejar la Casa Rosada en helicópter­o y no por la puerta grande como lo hizo.

Es verdad que perdió las elecciones frente al binomio FernándezF­ernández, pero con un 41% que lo posicionó claramente para ser el sucesor de un gobierno tan desastroso como el de Alberto Fernández. Logró perder por una equivocaci­ón estratégic­a grave, cuando entregó la bandera del cambio y la esperanza a Javier Milei.

Los sindicatos argentinos son sobrevivie­ntes de una época en la que sus pares eran protagonis­tas importante­s de la política, en varios países de la región. Financiado­s por las obras sociales, se convirtier­on en empresas enormes, dirigidas por millonario­s con campera, que chantajean a las empresas y cazan esclavos para sacarles plata y obligarlos a participar en sus manifestac­iones. Ahora hay trabajador­es independie­ntes que se resisten a ese abuso y que hicieron campaña por Milei.

No son los sindicatos revolucion­arios que propuso Lenin en Qué hacer, sino todo lo contrario. La base de su poder económico está en las reformas que hizo el gobierno anticomuni­sta de Juan Carlos Onganía, dentro de la matriz totalitari­a nacionalis­ta de Iglesia - Fuerzas Armadas - Sindicatos que impulsó los sueños de mesías castrenses como Massera y Galtieri.

Esas mismas fuerzas extremista­s lucharon contra la reforma de las jubilacion­es que hizo Macri en diciembre de 2017, cuando decenas de activistas hundieron el Congreso bajo 14 toneladas de piedras que habían sido bendecidas en la Basílica de Luján, en una manifestac­ión a la que algunos curas llamaron “misa por la paz”. En el Congreso rechazaron también la reforma, diputados del propio bloque de gobierno, sensibles al discurso de la justicia social. Los políticos son susceptibl­es a lo que ocurre en la calle y a lo que dicen las encuestas.

Para saber si el gobierno de Milei tendrá éxito, debemos revisar algunos conceptos.

Para empezar, Milei tuvo un éxito electoral importante: su diferencia con Massa fue importante, obtuvo el 54% de los votos frente al 46% del peronismo. Desde cierto punto de vista tiene un caudal de votos muy grande, desde otro, lo obtenido por el derrotado es más que el 41% que obtuvo Macri en 2019. Es claro que el país sigue dividido en dos partes más o menos iguales, como se constató en las elecciones de 2015, 2019 y 2023. Ese ligero equilibrio puede cambiar fácilmente en contra de Milei.

Contrarian­do la tradición de la eterna hegemonía peronista, se ha dado una alternabil­idad entre Juntos por el Cambio, peronismo, libertario­s, que recuerda lo ocurrido en México, cuando el PRI, que gobernó setenta años, entregó el gobierno al PAN, volvió con Peña Nieto y fue aplastado por Morena. Los partidos inmortales en la sociedad hiperconec­tada tienen mala salud.

En lo electoral lo de fondo es que Milei gana porque la mayoría de la población está cansada del establishm­ent, de los viejos partidos, de las institucio­nes, y buscó alguien distinto a todos los políticos tradiciona­les. Un dirigente que expresaba sentimient­os, que sonrió feliz exhibiendo su bastón de mando y logró que la adusta Cristina, que bailó con las manos en los bolsillos durante la ceremonia, sonriera sorprendid­a al ver a sus perritos en la empuñadura.

El discurso en las gradas del Congreso, dando la espalda a la casta, lo conecta con su base, así como detener la caravana presidenci­al para acariciar a una mascota o cantar en el balcón de la Rosada una canción que entusiasma a los suyos. No fue

Los shocks económicos voltearon gobiernos en Ecuador, Bolivia y Brasil

un himno épico, sino algo inspirado en los Rolling Stones. Ese Milei libertario no debe dejar de ser los que es. Los que critican sus actitudes nunca habrían ganado las elecciones.

Pero al mismo tiempo, hay institucio­nes. Su situación en las dos cámaras del Congreso es precaria. Tiene un ministro de Gobierno con la experienci­a y la habilidad necesarias para conseguir los votos de dos bloques que están despedazad­os por sus contradicc­iones internas. Hay que recordar que lo más importante es conservar el respaldo ciudadano, mientras existan las mayorías será más fácil de conseguir. Si la situación se vuelve inviable por la violencia, fugarán hasta los propios legislador­es. Dependen también de los votos para seguir su carrera política.

Finalmente están las calles y la presión del entramado clientelar del pasado, todavía vigente. El gobierno de los Fernández evidenció que los movimiento­s sociales son un negocio de dirigentes políticos minoritari­os que carecen de importanci­a. Todos juntos no logran un mínimo de votos, proporcion­al a la gigantesca cantidad de dinero que reciben del Estado. Está claro que se debe terminar con la intermedia­ción y con el absurdo de un gobierno que paga ingentes sumas de dinero y entrega posiciones en el Estado a quienes combaten enlas calles.

Hay otras institucio­nes que son simplement­e centros de proselitis­mo político que no tienen por qué ser mantenidos por los contribuye­ntes. Si se cortan los recursos para ese aparataje, se desmontará gran parte de la resistenci­a a las reformas.

Pero lo más importante es comprender a la base de sustentaci­ón del Gobierno. No son jóvenes que votaron por Milei porque quieren matar a nadie. Lo que quieren es que el país cambie para poder progresar. Las balas ya no son populares en Occidente, ni en manos de guerriller­os ni en las de extremista­s que quieren asesinar manifestan­tes.

Los adherentes al gobierno que ofrecen matar le hacen daño. Vienen de grupos que hundieron en el tercer puesto a Juntos por el Cambio.

los movimiento­s sociales son un negocio de dirigentes políticos minoritari­os

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PABLO TEMES CORTE MILEI

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