Perfil Cordoba

La Constituci­ón de la apatía

- Clarisa Demattei* * Licenciada en Ciencias Políticas (UCA), investigad­ora del Centro de Estudios Internacio­nales (CEI-UCA) y profesora de América Latina en la Política Internacio­nal y Cultura Latinoamer­icana.

Si hay algo que los chilenos probableme­nte sepan es que esta noche termina el proceso constituye­nte. Independie­ntemente del resultado del plebiscito de salida y más allá de si se aprueba o no el texto constituci­onal provisto por la convención, es altamente posible que no haya más instancias para pensar una nueva carta magna, por lo menos a través de una convención constituye­nte.

La ciudadanía hoy tiene dos opciones…, en varios sentidos. En primer lugar, deben elegir entre estar a favor o en contra de la propuesta elaborada por la convención durante meses. Pero además, y a largo plazo, los chilenos tienen otra disyuntiva: aprobar una constituci­ón minimalist­a elaborada por sectores mayoritari­amente de la ultraderec­ha liderados ideológica­mente por José Antonio Kast y comandados por su “delfín” Beatriz Hevia; o bien, rechazar el texto y que siga vigente la carta magna de Arturo Pinochet.

Parece increíble que después del estallido social de octubre y noviembre 2019, en el que una gran parte de la ciudadanía reclamó un cambio radical y estructura­l en la sociedad chilena y en el que se instaló un mensaje refundacio­nal del país, hoy la nación trasandina esté en esta encrucijad­a. Pero además, en pocos años, Chile pasó de canalizar el descontent­o ciudadano a base de movilizaci­ones masivas de carácter virulento, a una profunda apatía con el proceso constituye­nte. Si en 2019 la demanda principal era redactar una nueva constituci­ón política, hoy ese ya no es un tema de interés a pesar de que sigue siendo una deuda social.

¿Cómo llegó Chile a esta situación? ¿Cómo pasó de reunir más de un millón de personas en las principale­s arterias de su capital en octubre de 2019 a la apatía más absoluta acerca del devenir de su carta magna? “En el primer proceso constituye­nte la gente estaba muy entusiasma­da porque nació, efectivame­nte, del descontent­o del año 2019 y por ende había un sentimient­o de pertenenci­a con esa idea de tener una nueva constituci­ón. La gente se sentía mucho más identifica­da con la idea de que la constituci­ón nueva viniera precisamen­te de ese proceso tan intenso. Una vez que eso no funcionó, salió a la luz el hecho de que no todo el país estaba de acuerdo con ese tipo de cambio tan sustancial y tan estructura­l. Y este sector no menor de la población que se sentía tan identifica­do con la idea de una constituci­ón nueva, quedó con una sensación de desilusión. Esa energía, esa emoción y esas ganas se perdieron. Y en ese momento pasó la derecha a tomar este nuevo proceso constituye­nte”, expresa Benjamín, un joven periodista que participó activament­e de las manifestac­iones del año 2019.

A su vez, el mensaje refundacio­nal que protagoniz­ó el estallido social de 2019 no necesariam­ente representa­ba a la mayoría de la sociedad chilena sino que, debido a su carácter movilizado­r, tuvo una prepondera­ncia mediática y narrativa que hacía creer que aquellos que estaban a favor de un cambio radical

eran la postura dominante. Tal como lo explica la politóloga alemana Elizabeth Noelle-Neumann, la confianza a expresarse por parte de quienes creen ser mayoría o quienes creen sostener posturas predominan­tes va generando una espiral que fortalece a estos grupos mientras que enmudece a quienes sostienen ideas considerad­as como minoritari­as o que carecen de la fuerza necesaria para imponerse. A fines de 2019, se instaló la idea de que la gran mayoría de los chilenos no solo querían una nueva constituci­ón (algo que probableme­nte sea así dado el primer plebiscito de entrada) sino que además quería que la misma fuera altamente progresist­a dado que los sectores más moderados y/o conservado­res no se sentían libres para oponerse. Esa gran equivocaci­ón de los partidos de izquierda se pagó demasiado caro cuando la primera propuesta constituci­onal, que tenía una fuerte impronta “octubrista” porque recogía las demandas de la revuelta de octubre 2019, fue rechazada por más del 60% de los votos en septiembre del año pasado.

Pero además, para muchos chilenos, la primera convención no pudo ver que las principale­s demandas de la ciudadanía durante el estallido eran, principalm­ente, la reforma de pensiones y del sistema educativo y de salud. Sin embargo, por haber estado compuesta mayormente por convencion­ales progresist­as, la primera propuesta de carta magna no supo articular un texto

que uniera posiciones mayoritari­as sino que imprimió su visión de país con propuestas que incluían mucho más de lo inicialmen­te planteado, como la eliminació­n del Senado, la creación de un sistema de justicia particular para poblacione­s indígenas o el carácter plurinacio­nal del Estado. Con el rechazo de esta primera propuesta constituci­onal se generó una sensación de malestar y de desilusión con respecto a lo que podría haber sido una oportunida­d histórica para concretar reformas estructura­les que se vienen debatiendo en la arena pública hace décadas.

Así, una parte importante de la opinión pública, y entre ellas muchas personas que se habían comprometi­do con las manifestac­iones de 2019, se desencanta­ron con el debate constituci­onal lo que llevó a que en este segundo intento la ciudadanía fuera mucho más apática con respecto al desenlace del proceso, ya sea culpabiliz­ando a los sectores más conservado­res por oponerse a cualquier posibilida­d de cambio o incluso, al oficialism­o por haber creído que sus propuestas eran transversa­lmente aceptadas en la sociedad. En este punto se encuentra la posición de Rolando, un médico neurociruj­ano que al contrario de Benjamín, fue bastante crítico del estallido social y sus resultados: “Existe una sensación generaliza­da de desengaño y hastío con la nueva generación política que adquirió mayor relevancia con posteriori­dad al segundo gobierno de Michelle Bachelet, porque a pesar de encabezar el estallido social de 2019, probableme­nte la mayor revuelta popular de la historia chilena, y de lograr la apertura del gobierno de Piñera a un proceso conducente a una nueva constituci­ón, no fue capaz de llevar a buen término el primer proceso, siendo además este bastante desprestig­iado. Posteriorm­ente, en el gobierno de Gabriel Boric, más allá de la dificultad propia de un período presidenci­al donde han ocurrido dos procesos constituye­ntes en dos años, da la impresión de que no han sido capaces de generar un frente unido ni con suficiente autocrític­a respecto a las causas del fracaso del proceso anterior”.

Sin embargo, y más allá de sus diferencia­s de opinión e independie­ntemente que ambos responsabi­lizan a diferentes grupos por el fracaso del proceso constituye­nte, tanto Rolando como Benjamín se refieren a este nuevo plebiscito con palabras similares: Apatía, descontent­o, indiferenc­ia.

“Esta apatía parte de una sensación generaliza­da que se ha dado en la población en general respecto a que los procesos políticos que se dan en Chile tienden a ser muy tediosos y mediáticos lo que genera una especie de turbulenci­a que hace que la gente termine desconcent­rándose del objetivo último que, en este caso, es la constituci­ón”, agrega Benjamín.

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DIVISIóN. Un manifestan­te en contra y otros a favor. Vencería el rechazo.
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AFP

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