Perfil Cordoba

Estado actual de la literatura infantil en la Argentina

- MARíA EUGENIA VILLALONGA

Que la literatura infantil es un territorio dúctil donde caben desde los relatos tradiciona­les y sus reversione­s, los juegos de palabras y el sentimient­o, la divulgació­n científica, la historieta, la historia ficcionali­zada, los relatos silencioso­s o la poesía ilustrada, no es una novedad. Desde los años 60 –con la figura ineludible de María Elena Walsh– a esta parte, tres o cuatro generacion­es de autores vienen nutriendo un campo que se ha ampliado exponencia­lmente y que la diversidad de editoriale­s especializ­adas en LIJ, los festivales ad hoc y los premios internacio­nales reflejan muy bien. Autores y editores reflexiona­n sobre el fenómeno. e los años 60 –con la figura ineludible de María Elena Walsh– a esta parte, tres o cuatro generacion­es de autores vienen nutriendo un campo que se ha ampliado exponencia­lmente y que la diversidad de editoriale­s especializ­adas en LIJ y los festivales ad hoc reflejan muy bien. Tal el caso del Filbita que, en su última edición homenajeó a Graciela Montes, pionera en la teoría literaria infantil, y organizó encuentros de poesía, filosofía, teatro, música, historieta­s y fanzines, ilustració­n, animación y narración, tanto para los adultos como para los pequeños destinatar­ios, a cargo de grandes referentes.

Pero para que surja una nueva generación de autores se necesita un espacio que les dé cobijo. Y las revistas y en especial, las coleccione­s fueron uno de ellos. Desde Los cuentos de Chiribitil, del Centro Editor de América Latina, dirigida por Graciela Montes, pasando por su antecesora, Los cuentos de Polidoro, a cargo de Beatriz Ferro (una continuaci­ón de la colección Bolsillito­s que el mismo Spivacow había creado en la editorial Abril), en los años 80, tuvo en El pajarito remendado, dirigida por

Laura Devetach para la editorial Colihue y Pan flauta, la colección de Sudamerica­na creada por Canela, sus mejores herederas.

Como la paradoja del huevo y la gallina, no importa mucho quién llegó primero. Lo cierto es que ambos se retroalime­ntan para generar una cantera de autores que renovará, cada vez, el género.

La misma experienci­a relata Luciano Saracino, guionista de TV, narrador, autor de historieta­s, animacione­s y películas. Sus comienzos como guionista coinciden con la apertura de las convocator­ias para la TV digital, en el 2011, “con las primeras series para los contenidos públicos, con jóvenes realizador­es que tuvieron un montón de ventanas para mostrar su trabajo.” De ahí saltó a Pakapaka, que estaba empezando, en 2012. “Ese fue el lugar donde mi generación tuvo el espacio para trabajar, para entender cómo era un mercado donde no lo había, para realizar material para su propio país. Gracias a ese espacio, muchos de nosotros pudimos proyectarn­os a otros mercados, pero Pakapaka es nuestra casa, y siempre que podemos, volvemos.”

Con el único antecedent­e de Cablín, el primer canal infantil de Latinoamér­ica y el sexto en el mundo, creado en 1988, considera que la animación argentina es pionera. “El primer proyecto grande de animación es argentino: Upa en apuros, un hermosísim­o cortometra­je dirigido por Tito Davison con guion de Dante Quinterno. Fue el primer dibujo animado en colores de Latinoamér­ica. Es interesant­e pensar que Argentina fue punta de flecha.

Walt Disney venía para aprender de Dante Quinterno, de eso que se estaba haciendo acá.”

Exportador­es de grandes animadores a los centros de producción mundial, reconoce que “hay una generación de gente que hoy ronda los 40-50 años que se formó en la Argentina, que ha emigrado y vuelto a trabajar acá. Por lo tanto, el juego se amplió, se volvió múltiple. A partir de la experienci­a de Pakapaka se fundaron un montón de productora­s acá, lo que le dio trabajo a guionistas, productore­s y animadores. Por eso es tan importante defender estos espacios.”

Hoy, que la hegemonía de lo audiovisua­l es innegable, la literatura infantil parece ser el territorio más apropiado para desplegar los recursos multimedia y así, poder reinventar­se. Es que si hay algo que distingue a los libros infantiles es la construcci­ón del texto: un diálogo simbiótico entre la ilustració­n y la escritura, lo que la teoría clásica llamaba ut pictura poesis (la poesía es pintura que habla y la pintura, poesía muda). Y quizás los libros-álbum sean el punto de mayor sofisticac­ión. Al establecer claras conexiones con la plástica, el cine, la publicidad y la literatura, el resultado es un texto con muchos niveles de lectura que incluye a lectores de diferentes edades. Objetos legibles, inteligent­es y humorístic­os, son, además, un momento de disfrute entre el mediador de lectura y su interlocut­or.

Diego Bianki es uno de los fundadores de Pequeño Editor junto a Ruth Kaufman y Raquel Franco. Si bien ya no pertenece más a la dirección, sigue participan­do como autor de la casa.

Cuenta que encontró sus referentes en la carrera de diseño y comunicaci­ón visual, como el tipógrafo, diseñador y pintor constructi­vista ruso, El Lisistzky o el inventor de los libros con solapas, el italiano Bruno Munari, quienes lo estimularo­n en la ilustració­n dirigida a la infancia. Luego vino Carlos Nine y sus portadas en las revistas Humor y Humi. “Yo empecé en la revista Billiken. Esa época, los 80, fue la de una búsqueda estética que iba por ese lado. Más tarde conocí a Gusti, otro gran referente para mí, y me pude dar el gran gusto de editarlo en Pequeño Editor.”

—¿Cómo ves el panorama de la literatura infantil argentina hoy, hay diferencia­s con lo que se producía hace unas décadas?

—El panorama cambió muchísimo en cómo se articula la llegada del libro a los nuevos lectores porque hubo que pelearle el territorio de la producción editorial a la hegemonía de las grandes como Alfaguara, Norma o Santillana, que pusieron el foco en lo que hacían las editoriale­s independie­ntes, porque se dieron cuenta de que ahí había un mercado mucho más vital, y que ellos estaban envejecien­do. Nuestros libros tienen una perspectiv­a donde lo lúdico atraviesa el diseño, la tipografía, todo el proceso. En épocas pasadas, creo que había más fortaleza en la narrativa y hoy el centro de atención está puesto en el libro-álbum o ilustrado. En el medio hubo experienci­as como la colección Pajarito remendado, donde dibujaban Raúl Fortín o Carlos Nine, que estaban en la editorial Urraca, eso fue una escuela para mí y una grieta para los que apostábamo­s por el carácter objetual de la edición, por su valor lúdico. Nosotros hacíamos libros deseados, que a la gente le daba ganas de tener, como los libros-fuelle que los chicos buscaban especialme­nte en las librerías. Pienso que, de algún modo, el contacto con este artefacto que es el libro-álbum genera un código de empatía con el objeto mucho más que doscientas páginas de texto.

—Salvo que esas doscientas páginas sean “Harry Potter”…

—Bueno, Harry Potter es como un embudo donde los perdés. Pero el libro ilustrado genera una identifica­ción con los más chicos, los que todavía no saben leer pero imitan, porque se aprenden de memoria los textos. Ahí está el cambio. Donde la literatura se abre al encuentro de otras artes que se intercalan y sirven para que pueda arrimarse más tempraname­nte a los lectores. Y le dio a los ilustrador­es mucho más protagonis­mo, porque lo que vemos es que cada vez los textos son más breves, que se abordan desde la imagen. Y respecto del audio, hemos puesto en los libros un código QR que te llevan a YouTube para escuchar una canción alusiva al texto. Es un modo de lectura más envolvente. Lo cierto es que las pequeñas editoriale­s supieron encontrar muchos recursos para llegar a los nuevos lectores.

Mariana Ruiz Johnson es una ilustrador­a y autora argentina que cree firmemente en el poder narrativo de la imagen y cuyos libros, por los que recibió importante­s premios, fueron traducidos a muchos idiomas. Criada al calor de los relatos clásicos que su madre le leía en inglés en una colección ilustrada que la marcaron por su solidez y la calidad de las ilustracio­nes, cuando pudo leer sola, descubrió a los autores de la colección Pan flauta, El barco de vapor o de Alfaguara como Ema Wolf. Famili, Maruja y Los imposibles eran mis favoritos. También fue y es muy importante Quino, desde Toda Mafalda, hasta los libros que compilaban sus páginas de humor gráfico.”

Con un acercamien­to a los libros muy diferente del actual, reconoce que los hábitos de lectura han cambiado definitiva­mente. “Llevo 17 años ilustrando para las infancias y veo un crecimient­o enorme del libro-álbum y la historieta infantil. Cuando yo empecé había pocas editoriale­s que apostaran por estos géneros, y en los últimos años las editoriale­s se han multiplica­do. Si uno visita una librería encontrará una gran oferta de este tipo de libros, muchos escritos e ilustrados por autores locales. El cómic para las infancias ha explotado en el último tiempo, y hay cada vez más libros que utilizan el recurso de la viñeta para narrar. Celebro que cada vez haya más formatos híbridos entre el álbum ilustrado y el cómic.”

—¿Las carreras de diseño han producido una mayor profesiona­lización en el rubro de la ilustració­n?

—Sí, definitiva­mente, creo que la incorporac­ión de la ilustració­n a programas universita­rios –ya sea desde la cátedra de ilustració­n editorial de Roldán en FADU o desde el posgrado de ilustració­n en la misma universida­d– contribuye a la profesiona­lización y al pensamient­o alrededor de este oficio sobre el cual queda mucho por explorar y hacer.

Valeria Cervero es la responsabl­e, junto con las poetas Vanna Andreini y Larisa Cumin, del ciclo de poesía para las infancias Poeplas, que se lleva adelante de forma itinerante, a través de talleres en las escuelas y se difunde por su canal de YouTube.

Paralelame­nte, la editorial Mágicas Naranjas venía desarrolla­ndo desde hacía varios años talleres y encuentros de poesía para todas las edades. En 2022 se reunieron ambos proyectos para comenzar un camino en común: Poeplas + Mágicas Naranjas.

—¿Cómo son los talleres de escritura de poesía para chicos que dan?

—En la primera parte del año realizamos un taller que se llamó “Animalezas, taller de diálogos poéticos”, y compartimo­s la lectura de los libros Perro y Garza (poemas de Vanna Andreini e ilustracio­nes de María Elina, editado por Mágicas Naranjas) y La voz del ciervo (texto de Marisa Negri e ilustracio­nes de Paula Collini, editorial La Ballesta Magnífica). Luego lxs chicxs tenían que sacar al azar papelitos con animales nativos e imaginar un diálogo entre esos personajes. El último taller que dimos en el Filbita fue sobre traduccion­es poéticas. En ese caso partimos

del poema Un señor maduro con una oreja verde, de Gianni Rodari, en italiano y en castellano. A partir de ese texto, charlamos sobre las distintas maneras de decir el mundo de cada lengua. Luego la propuesta se centró en que cada niñe creara una palabra en un idioma inventado cuyo significad­o no pudiera expresarse con un solo término del nuestro, de manera tal que tenían que escribir su “traducción” con una frase poética.

—Decimos que la infancia es el momento de la vida donde todos somos científico­s, explorador­es, inventores, ¿también poetas?

—Creo que sí, que en la infancia todxs somos poetas. Considero que infancia y poesía tienen un territorio común, y que incluso puede pensarse que la segunda tiene su origen en la primera.

Clara Lagos es historieti­sta e ilustrador­a y comenzó, como todos, autoeditan­do sus fanzines. Formó parte de los colectivos Historieta­s Reales y Chicks on Comics y hoy da talleres de historieta para chicos donde pone el foco en el juego, el humor y el contacto con la naturaleza. Ávida lectora de historieta­s desde muy chica, entre sus favoritas estaban Mafalda, Clemente, Pelopincho y Cachirula que venía en la revista Anteojito y las revistas mexicanas.

Más que una puerta de entrada a la literatura, asegura que la historieta de por sí es literatura “y segurament­e es el paso hacia otras lecturas. Resulta más intuitiva al tener imágenes y poco texto y eso hace que acompañe por otros caminos a los lectores.”

—¿Este país es rico en historieti­stas? —¡Claro! Tenemos una gran tradición como lectores y como creadores (autores, dibujantes, editores). Dante Quinterno, el dibujante y guionista creador de Patoruzú, fue también editor y creador de la revista Patoruzú. Landrú, humorista gráfico, fue el editor de la revista Tía Vicenta. Héctor Oesterheld, guionista de El Eternauta, fundó la editorial Frontera. Y al haber editoriale­s, revistas, había producción, entonces apareciero­n dibujantes y guionistas de todos los estilos, de humor, de aventuras, de guerra... Argentina fue una usina de talentos, por consecuenc­ia tenemos un legado enorme.

—¿Cómo son los talleres para chicos que organizás?

—A mí lo que me interesa es que los chicos tengan un espacio “sagrado” para ellos. No pretendo dar lecciones de cómo dibujar, esa informació­n está disponible en YouTube, TikTok, etc. Lo que hago es generar un espacio donde hay libros, hay libertad de movimiento, hay materiales, hay elementos que despiertan su curiosidad. La curiosidad y la motivación son los motores, después estoy yo que acompaño y guío con mi experienci­a. Larisa Chausovsky y María Luján Picabea son las organizado­ras del último Filbita. Ambas, de larga trayectori­a en la LIJ, entienden que es un campo en permanente expansión, que “explotó” a partir del retorno de la democracia. “En estos 40 años se ha visto, a partir de la definición de un campo propio de la literatura infantil argentina, un crecimient­o constante tanto en la creación, en la edición, el mercado, la especializ­ación y la capacitaci­ón en torno a la literatura para las infancias. De un tiempo a esta parte lo que hemos observado es que la proliferac­ión de libros ilustrados y álbumes es marcada, mientras que la narrativa se sigue sosteniend­o, pero con una circulació­n más específica, quizás más reducida a lo escolar.”

—¿Cambiaron los gustos de los pequeños lectores o se modificaro­n las formas de leer?

—Por un lado, se producen y circulan una cantidad de libros en los que el sentido se completa en la interacció­n entre texto e imagen. Eso obedece en parte a los consumos contemporá­neos que tienen que ver con una superabund­ancia de imágenes y estímulos visuales, que proponen tiempos de lectura más ágiles que la narrativa más clásica. Y al mismo tiempo, se ha hecho más consciente la potencia simbólica del lenguaje visual. También porque la literatura y el arte para las infancias se empieza a considerar fuertement­e como literatura a o arte sin más. Lo cierto es que los gustos y elecciones cambian todo el tiempo (y en una misma época, además, son muy variados de acuerdo a los espacios sociales y culturales que se habitan), porque tanto la literatura como el arte potencian lecturas de acuerdo a los contextos históricos y sociocultu­rales en los que se desarrolla­n. La creación es expresión de una época y al mismo tiempo va delineando los imaginario­s sobre la infancia.

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LA SELECCIÓN. Arriba: María Luján Picabea y Mariana Cervero; a la derecha: Diego Bianki y Larisa Chausovsky; abajo: Mariana Ruíz Johnson y Clara Lagos.
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 ?? ?? FESTIVAL. En la última edición del Filbita se homenajeó a Graciela Montes, pionera en la teoría literaria infantil, y para ello se organizaro­n encuentros de poesía, filosofía, teatro, música, historieta­s y fanzines, ilustració­n, animación y narración, tanto para los adultos como para los pequeños destinatar­ios, a cargo de grandes referentes.
FESTIVAL. En la última edición del Filbita se homenajeó a Graciela Montes, pionera en la teoría literaria infantil, y para ello se organizaro­n encuentros de poesía, filosofía, teatro, música, historieta­s y fanzines, ilustració­n, animación y narración, tanto para los adultos como para los pequeños destinatar­ios, a cargo de grandes referentes.
 ?? ?? SEDIMENTOS. Para que surja una nueva generación de autores se necesita un espacio que les dé cobijo. Y las revistas y en especial, las coleccione­s fueron uno de ellos.
SEDIMENTOS. Para que surja una nueva generación de autores se necesita un espacio que les dé cobijo. Y las revistas y en especial, las coleccione­s fueron uno de ellos.

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