Saberes y técnicas que resisten el paso Del tiempo
Hay oficios que continúan vigentes a pesar del avance de la tecnología. La mayoría de ellos remite a conocimientos que no pueden ser reemplazados por las máquinas. Un luthier y un quesero cuentan su experiencia en el día a día.
Relojeros, barberos, cocineros, zapateros, costureros, luthiers, imprenteros, carpinteros. En tiempos vertiginosos marcados por la tecnología y la digitalización, donde la demanda de empleos vinculados a la última innovación parece imparable, sorprende descubrir la vigencia de oficios tradicionales que desafían el paso del tiempo. Hay un sinfín de actividades humanas que no pueden ser reemplazadas por una máquina, que aún requieren de la destreza y el conocimiento acumulado a lo largo de generaciones. Quienes las ejercen son los verdaderos guardianes de saberes ancestrales que siguen manteniendo viva muchas tradiciones de nuestra cultura.
Antonio Di Marco tiene 71 años y vive en la localidad rural de Verónica, partido de Punta Indio, a unos 90 kilómetros de La Plata. Allí llegó siendo muy joven y comenzó a trabajar en la cría de gallinas. Luego, sumó vacas y con ellas la recuperación de todo un bagaje sobre ordeño y producción de alimentos que traía de su familia italiana. “Esto es un trabajo de todos los días, no hay fines de semana, fiestas ni feriados. Las vacas necesitan ser ordeñadas y esa leche tiene que ser utilizada”, cuenta Toni, que durante décadas se levantó a las 4 de la mañana para extraer la leche de las vacas.
Su tesoro, hoy, son 50 animales raza Jersey que le dan la posibilidad de producir entre 200 y 230 quesos de medio kilo tipo gouda por día. Toda la elaboración es artesanal: pasteuriza la leche, arma la masa, la deja estacionar en salmuera, corta la cuajada, separa el suero, lo prensa y lo pone a madurar hasta que está listo para la venta. El proceso puede llevarle un día. Cuenta con la ayuda de un tambero y de una máquina de ordeño. Parte de la leche la destina a una cooperativa de la zona que la almacena en sachets y, de vez en cuando, realiza mozzarella trenzada, algo que le enseñó su tío que vive en Italia. “Es una receta familiar que la hago a pedido. En aquel país, mis primos se dedican a la misma actividad”, cuenta.
“Dedicarme a trabajar con las vacas y la leche no fue nada fácil. Costó mucho porque todo tuve que conseguirlo a pulmón. No hay facilidades para comprar vacas ni maquinarias. Mantener el ganado es muy costoso, los sueros son caros, los animales suelen tener mastitis y los medicamentos salen mucho, pero fue una actividad que me permitió subsistir toda la vida”, explica Toni, que hasta hace 15 años también salía a repartir leche por las calles de su ciudad.
Oficios tradicionales como el del lechero o el quesero no resisten solo en espacios rurales. Las ciudades más cosmopolitas también albergan a miles de trabajadores que dedican gran parte de su tiempo a tareas que ninguna tecnología pudo reemplazar. Se encuentran en cada barrio y son requeridos a diario. “Son trabajos que nunca se van a perder, que pueden ayudarse de la tecnología, pero que requieren de habilidades que son imposibles de sustituir. Siempre vamos a necesitar a un plomero, a alguien que arregle un zapato o a un electricista que te ayude a conectar los cables de tu casa”, asegura el músico y luthier Manuel Sandrini.
Manuel descubrió su pasión por la luthería en Europa. A raíz de la crisis de 2001, se instaló en Madrid, donde conoció a Massimo, un italiano de Cerdeña, que lo introdujo en el arte de fabricar instrumentos. “En casa siempre hubo música. Con mi hermano Juan tocábamos la guitarra. Mi amigo Massimo hacía violines y me comentó sobre una escuela de luthería en Perugia. Me apasionó desde el primer momento, descubrí un mundo mágico que se convirtió en mi modo de vida. Me formé durante cuatro años, luego volví a Madrid y después, a Argentina. Juan también se sumó a este mundo y hoy los dos trabajamos como luthiers de todo tipo de instrumentos: él desde la Ciudad de Buenos Aires y yo desde Punta Alta, donde decidí instalarme con mi familia. Este es un país de mucha música, con artistas increíbles y hay un montón de demanda. Trabajamos con músicos amateurs, consagrados, orquestas y casas de música. Todavía es un universo chiquito y el boca en boca es nuestra mejor estrategia de marketing”, afirma.
Lo describe como un trabajo solitario, de mucha concentración, lleno de detalles, que requiere de paciencia y tiempos no tan acelerados, casi a contramano de esta época. “Hay que
tener templanza y te tiene que gustar mucho porque son horas y horas de estar en el taller trabajando la madera, tensando cuerdas, ajustando clavijas. Es todo muy artesanal y cada pieza es única. Un buen violín te puede durar toda la vida. Mucha gente nos acerca instrumentos muy dañados pero que tienen un valor sentimental importante, y hacemos lo imposible por recuperarlo. No hay un tiempo estándar de reparación o elaboración: puede llevarte un día o una semana”, explica.
Es que la luthería, como tantos otros oficios, no solo soporta el embate del tiempo, sino que también representa una resistencia a la homogeneización, a que todo sea uniforme y se pierda la autenticidad. Revalorizan una conexión con la tierra y la cultura. Además, suele convertirse en una salida laboral para muchas personas que perdieron sus empleos, que no cuentan con un título universitario o están buscando cambiar de trabajo.
Saber un oficio suele abrir muchas puertas y por ello desde la Escuela Universitaria de Oficios (EUO), dependiente de la Secretaría de Políticas Sociales de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), ofrecen diversos cursos para evitar que se pierdan los saberes sobre determinadas actividades y poder formar personas capacitadas para realizarlas bien. La institución cuenta con una matrícula de aproximadamente 7.000 estudiantes, de los cuales la mayoría son jóvenes de entre 18 y 35 años. “El objetivo es incluir al mercado laboral a muchas personas que quizás no cuentan con una profesión o título universitario y que pueden aprender una actividad que es muy demandada”, afirma su director, Sergio Serrichio.
Algunos cursos se dictan de manera bimodal. Entre la oferta aparecen Cuidado de personas mayores y discapacidad; Agente socio-comunitarios en cuidados de primera infancia para jardines y espacios comunitarios; Electricidad de inmuebles; Cerrajería; Auxiliar en seguridad e higiene industrial; Auxiliar asistente administrativo-contable; Cocina; Pastelería; Auxiliar en mecánica de motos y carpintería general. Tienen una duración que no supera el año de cursada, lo cual los hace más accesibles a quienes desean formarse. Están abiertos a toda la comunidad, son gratuitos y se pueden cursar a partir de los 16 años. No es necesario contar con título secundario para anotarse.
Una de las particularidades de la escuela es que para el desarrollo de la oferta de cursos realizan un diagnóstico de lo que se está buscando en un momento determinado, de las necesidades que hay en la zona. “Trabajamos con muchos docentes e investigadores de la UNLP. Lo más importante es que las personas que se inscriban cuenten con herramientas para conseguir un empleo y satisfacer también las necesidades que vamos detectando para potenciar las actividades económicas regionales”, agrega.
La Escuela forma parte de la Red Nacional de Universidades Formadoras en Oficios, integrada por más de 50 instituciones. “Es una iniciativa que se está expandiendo en todo el país, con las características que tiene cada una de las regiones. Una cuestión para destacar es que son formaciones que cuentan con un respaldo del Ministerio de Educación de la Nación, que es el que expide los certificados, y esto es muy importante”, asegura Serrichio.