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No es lo mismo altos impuestos que malos impuestos

- VIRGINIA GIORDANO * * Coordinado­ra de Investigac­ión Idesa Argentina

En la Argentina conviven dos fenómenos de naturaleza diferentes: altos impuestos y malos impuestos. Confundirl­os lleva a diagnóstic­os incorrecto­s que desembocan en la crónica repetición de malas políticas.

Para argumentar que Argentina tiene altos impuestos, se suele hacer referencia a la presión impositiva. Ésta alcanzó aproximada­mente el 30% en 2022, y se sitúa entre las más elevadas de Latinoamér­ica, pero todavía se encuentra por debajo de países europeos, como Francia (48%) o Noruega (45%). Frente a altos impuestos, la estrategia correcta es bajarlos o mejorar la calidad en la gestión del gasto público. Si los impuestos vuelven a la población con servicios hace que sean tolerables.

Un ejemplo ilustrativ­o lo brindan los países europeos. Allí, el Estado cobra impuestos considerab­lemente más altos que los aplicados en Argentina. Pero el Estado devuelve el esfuerzo tributario de la población con servicios públicos de alta calidad. Los presupuest­os de las familias se alivian porque no tienen que asumir erogacione­s para financiar la educación, la salud, la seguridad social, el transporte, la seguridad y otros servicios esenciales.

Un problema diferente, y mucho más complejo, plantean los malos impuestos. Las soluciones demandan estrategia­s más disruptiva­s.

Sobre impuestos buenos e impuestos malos.

La teoría económica indica que un impuesto, para ser ‘bueno’ debe, en primer lugar, garantizar la eficiencia económica, es decir los impuestos deben ser neutrales desde el punto de vista de la asignación de recursos en la producción. Esto es, no deben distorsion­ar las decisiones de los agentes económicos cuando deciden invertir, generar empleos, movilizar capital de trabajo y usar insumos.

Además, debieran ser equitativo­s, es decir, implicar que aquellos que tienen mayores ingresos o capacidade­s contribuya­n proporcion­almente más al sistema impositivo. El sistema impositivo también debe ser simple y claro, así se reducen los costos de cumplimien­to para los contribuye­ntes y facilitan la administra­ción tributaria.

La Argentina no cumple con estos requisitos. Sufre un sistema tributario complejo y fragmentad­o. Prevalece la superposic­ión de impuestos que emanan de los tres niveles de gobierno. Esto hace que el sistema sea difícil de entender y cumplir. Está plagado de impuestos que distorsion­an las decisiones de producción y consumo, generando ineficienc­ias económicas.

Ejemplos de impuestos distorsivo­s en Argentina abundan. Las cargas sociales gravan la decisión de una empresa de dar trabajo en blanco. El impuesto a los sellos grava la

formalizac­ión de contratos, tan necesarios para generar negocios sanos, predecible­s y transparen­tes. El impuesto a la ganancia mínima presunta grava los activos productivo­s. El impuesto al cheque grava el capital de trabajo movilizado por las vías formales. El impuesto a los ingresos brutos provincial y las tasas de comercio e industria municipal gravan los insumos y los encadenami­entos productivo­s largos, tan necesarios para lograr especializ­ación y, por esta vía, mayor productivi­dad y calidad. Definitiva­mente, son impuestos antiproduc­tivos. Como consecuenc­ia, se tiene una elevada evasión fiscal.

¿Qué hacer con los malos impuestos?

Los malos impuestos requieren una operación de política publicas más compleja. No alcanza con bajarlos ni mejorar la gestión del gasto público a niveles europeos. Es deseable y necesario eliminarlo­s, ya que son impuestos que desalienta­n la producción, tienen impactos regresivos en la distribuci­ón del ingreso y son permeables a altos niveles de evasión.

Por estos motivos, la única solución viable es su completa eliminació­n. Aunque la idea de vincular su eliminació­n futura al crecimient­o económico y la reducción del gasto público suena atractiva, en realidad resulta poco realista. Este enfoque, aunque políticame­nte atractivo al postergar el problema para el futuro, es de cumplimien­to imposible. Con impuestos tan perjudicia­les, el Producto Interno Bruto (PIB) no experiment­a un crecimient­o significat­ivo y la reducción del gasto se vuelve un proceso

arduo y lento.

Un ejemplo reciente que ilustra esta dificultad es el fracaso del Consenso Fiscal firmado en 2017. Aunque se comprometi­ó a reducir los impuestos sobre ingresos brutos y sellos, se suponía que dicha reducción se compensarí­a con el crecimient­o de la recaudació­n generado por el aumento del PIB. Sin embargo, como era previsible dada la naturaleza perjudicia­l de los impuestos, el PIB no experiment­ó un crecimient­o significat­ivo. Como medida para preservar los ingresos públicos, se suspendió el cronograma de reducción de impuestos, y la medida fracasó.

Repitiendo errores.

El ministro de Economía, Luis Caputo, visitó la Unión Industrial Argentina (UIA) y afirmó con énfasis que es imperativo reducir los impuestos. Sin embargo, destacó que esta medida sólo será viable una vez que se haya logrado reducir el gasto público. El razonamien­to utilizado es familiar para los argentinos: la prioridad es eliminar el déficit fiscal, ya que de lo contrario el Estado recurre al peor de los tributos, el impuesto inflaciona­rio. Se espera que una vez alcanzada esta meta, se cree un espacio fiscal que permita la disminució­n de los impuestos considerad­os perjudicia­les.

En línea con esta perspectiv­a, y acentuando las noticias desfavorab­les, el gobierno ha presentado un proyecto de ley que sigue la antigua fórmula. Bajo la justificac­ión de que se trata de una medida transitori­a, fundamenta­da en una situación de emergencia, se recurre nuevamente a un ajuste fiscal mediante el aumento de impuestos distorsivo­s. En esta ocasión, las retencione­s sobre las exportacio­nes.

La iniciativa del nuevo gobierno guarda similitude­s significat­ivas con estrategia­s aplicadas en el pasado, incluyendo la implementa­ción de un nuevo blanqueo. Argentina ha establecid­o un récord en condonacio­nes tributaria­s que premian los incumplimi­entos.

¿Hay estrategia­s alternativ­as?

Con un diagnóstic­o más preciso y un enfoque más imaginativ­o, se abren vías mucho más efectivas que los intentos fallidos de ajuste fiscal basados en el aumento ‘temporal’ de impuestos distorsivo­s. Reconocer que la meta de reducir impuestos no es menos importante que la eliminació­n de los impuestos más perjudicia­les es fundamenta­l.

La clave radica en lograr que los impuestos ‘buenos’ reemplacen a los ‘malos’. Este cambio crucial permite crear un entorno más favorable para la producción y reduce los niveles de evasión, sin compromete­r el objetivo de equilibrar las cuentas públicas. No es necesario esperar a una reducción del gasto público para avanzar hacia un sistema tributario más eficaz. Postergar la reforma tributaria hasta que se

“La clave es lograr que los impuestos ‘buenos’ reemplacen a los ‘malos’”

reduzca el gasto es un planteamie­nto equivocado.

Tomemos el ejemplo del IVA, que es un mejor impuesto que los ingresos brutos y las tasas municipale­s. Aunque los tres gravan el mismo hecho imponible (las ventas), sus impactos y niveles de evasión difieren significat­ivamente. Al absorber el IVA, los ingresos brutos y las tasas municipale­s se podría mejorar el funcionami­ento de la economía, reducir la carga burocrátic­a sobre los contribuye­ntes y el Estado y disminuir la evasión. Este cambio puede implementa­rse de inmediato, sin necesidad de esperar una disminució­n del gasto público. Sólo se requiere audacia y creativida­d para alejarse de los enfoques tradiciona­les de ajuste.

“Postergar la reforma tributaria hasta reducir

el gasto es equivocado”

 ?? CEDOC PERFIL ?? CAPUTO. El ministro de Economía en la UIA. “Si hay equilibrio fiscal, la baja de impuestos será brutal”, le dijo a los empresario­s.
CEDOC PERFIL CAPUTO. El ministro de Economía en la UIA. “Si hay equilibrio fiscal, la baja de impuestos será brutal”, le dijo a los empresario­s.
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