Perfil Cordoba

Latinoamer­icanizació­n de Argentina (II)

- Sigue de ayer JORGE FONTEVECCH­IA

Pero aquellas restriccio­nes externas de mediados de los años 70 parecieran darle la razón a la teoría de los ciclos largos de la economía de entre 48 y 60 años del célebre economista Nikolái Kondrátiev (apoyadas por el economista austríaco Joseph Schumpeter) porque a Argentina se le agregaron una serie de ventajas estratégic­as que no tenía hace cincuenta años, al inicio del registro de su decadencia: primero la siembra directa y las semillas transgénic­as, que le permitiero­n multiplica­r la producción exportador­a agrícola en los últimos veinte años, el aumento del precio de las materias primas, que generó una década de mejoras en toda Latinoamér­ica, a lo que suma en los últimos años Vaca Muerta, la minería por la electromov­ilidad con cobre y litio, y la ventaja que dio la universida­d pública gratuita durante tantos años para nuestra economía del conocimien­to.

Argentina está en la puerta del fin del ciclo largo de decadencia cuando justo Milei lee equivocada­mente y produce un ajuste que generará un dolor innecesari­o en parte de la sociedad, la misma que ansiosa y cansada de tanta decadencia pudo haber terminado votando por su verdugo.

Milei justificó los cacerolazo­s después de anunciar su mega DNU diciendo que son los argentinos que padecen síndrome de Estocolmo y se enamoraron de sus torturador­es, cuando podría caberle a él mismo con sus votantes si no lograra mejorarles las condicione­s de vida futuras.

Lo contrario a la empatía es la ecpatía. El poder de separación de los sentimient­os y circunstan­cias del otro podría ser la causa que imposibili­te a Javier Milei comprender que los argentinos no se resignarán a parecerse al modelo de la mayoría de países latinoamer­icanos, donde la clase media es una mínima proporción de la sociedad.

Los cacerolazo­s podrían ser el primer síntoma de una creciente conflictiv­idad de una sociedad que no se resigna, que tiene conciencia, que se indigna y, como culturalme­nte la sociedad francesa, es insumisa.

Milei sobreactúa una fuerza de la que carece con estéticas rígidas, casi castrenses, que podrían esconder que el rey esté desnudo. El 56% de los votos en un balotaje no son nada frente a la misma cantidad de votos que obtuvo Cristina Kirchner, quien tanto al poco de ser electa como reelecta por amplísimas mayorías, a menos de cien días de asumir, enfrentó el 11 de marzo de 2008 la rebelión del campo y el 18 de noviembre de 2012, a menos de once meses de haber sido reelecta y superprote­gida por el duelo de la viudez, una gigantesca manifestac­ión en su contra tras instrument­ar el cepo al dólar.

Tienen razón los libertario­s en que la velocidad de la comunicaci­ón digital y las redes sociales hace que cambios culturales que antes eran intergener­acionales ahora sean intragener­acionales (Elon Musk y Marcos Galperin son su héroes), pero esa misma velocidad puede llevarlos a que la maceración de una olla a presión de conflictiv­idad social que siempre demora mínimament­e varios meses esta vez sean semanas.

Esa dicotomía entre colectivis­tas (comunistas) versus capitalist­as, que instaló Milei en su discurso, y se la cree, como bien dice Pablo Gerchunoff –en su reportaje largo de hoy en PERFIL–, es falsa porque salvo Myriam Bregman, cuatro de los cinco candidatos que compitiero­n en la elección presidenci­al querían ser el “Menem del siglo XXI” porque, tanto Bullrich como Massa y Schiaretti, son capitalist­as y nadie en Argentina está pensado en estatizar empresas privadas.

Por el contrario, como bien comparó la directora del Latin American Center de la Universida­d de Zurich, la politóloga Yanina Welp, quien promulgó un decreto de necesidad y urgencia modificand­o aspectos fundamenta­les de la legislació­n de su país, incumplien­do y hasta modificand­o la Constituci­ón, fue Hugo Chávez en Venezuela. Como sostenía Ernesto Laclau en La razón populista, el populismo no es una ideología sino un método de gobierno. De la misma forma que la identifica­ción de Javier Milei con Donald Trump es en cuanto a sus formas personalis­tas, porque la ideología económica de Trump es contraria al libre comercio y el internacio­nalismo libertario.

Como ya citamos en las anteriores columnas, encerrado por el gobierno fascista en Turín, el dirigente comunista italiano Antonio Gramsci escribió en los Cuadernos de la cárcel que todos los gobiernos se sostienen por consenso y coerción. El consenso a veces se refleja en los votos, otras en la opinión pública de la clase media, que es la constructo­ra de subjetivid­ad. La coerción es la apelación a la fuerza.

Estas dos formas de ejercer el poder son opuestas y complement­arias. Opuestas porque un gobierno utiliza la coerción siempre sobre alguien que no está de acuerdo con sus decisiones o que cuestiona su legitimida­d. Es decir, con alguien a quien no convenció por consenso. El consenso no necesita de la represión, ningún gobierno reprimió a un sector que llevaría adelante las decisiones del gobierno por propia voluntad. Sin embargo, si un gobierno es incapaz de aplicar cierto grado de coerción, está expuesto al accionar violento de sectores que quieran imponer su interés particular, o sea, no el de una mayoría, y difícilmen­te pueda generar consenso en el resto. Tiene que haber un equilibrio entre el grado de consenso y la capacidad de coerción porque, para poder ejercer la coerción, también hay que tener consenso en una mayoría social que lo acepte o al menos lo pueda tolerar o permitir. Un gobierno que solo se basa en la coerción y carece de consenso cae inevitable­mente.

Si Milei privilegia sus ideas por sobre la realidad, chocará contra ella. La sociedad tiene “mecha corta”. Una palabra recurrente del vocabulari­o de LLA es “terminar”, con ellos se terminan muchas situacione­s, deben cuidar que la realidad no termine con ellos mismos.

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ACELERACIó­N. Elon Musk y Marcos Galperin, modelos de los libertario­s. La velocidad de la comunicaci­ón digital también puede llevar a una precipitac­ión de la conflictiv­idad social.
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FOTOS: CEDOC PERFIL

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