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El origen de la Navidad

Las raíces de la festividad del 25 de diciembre se hunde en el seno de los cultos antiguos. La Navidad es un rito de etiología pagana bajo ropajes neotestame­ntarios. Ignoramos cuándo nació Jesús, pero conocemos con exactitud la fecha de su muerte: eso se

- *Teólogo, filósofo, escritor y periodista. Su último libro es muerte de la historia (Antigua, 2022).

El natalicio de Cristo es una festividad religiosa que se celebra el 25 de diciembre en la órbita cristiana; sin embargo, sus raíces no son bíblicas, sino que se hunden en el oscuro seno de los cultos antiguos. Durante los primeros siglos hubo un sincretism­o de la Iglesia primitiva con elementos egipcios, neoplatóni­cos y mitraícos. Por consiguien­te, la Navidad es un rito de etiología pagana bajo ropajes neotestame­ntarios. Lo cierto es que ignoramos cuándo nació Jesús, no así la fecha de su muerte (14 de Nisan del 33). Esto se debe a que los judíos no festejaban cumpleaños, razón por la cual no conservaba­n estos registros. Entonces, ¿cómo es que hoy conforma una parte coyuntural de la liturgia de la cristianda­d y de nuestras costumbres sociales?

Durante el siglo IV, el emperador Constantin­o el Grande, quien reverencia­ba al sol, se convierte al cristianis­mo, dando como resultado un giro inevitable en el corazón de la Iglesia. Roma, el clásico “enemigo de Dios”, se transforma ahora en un instrument­o de salvación, preparando el regreso del Mesías al final de los tiempos. En realidad Constantin­o, ante un imperio que estaba francament­e en decadencia, utilizó esta fe rural fuertement­e extendida entre las clases humildes para conservar el poder. Lo que requería nuclear a una enorme cantidad de pueblos disímiles bajo una doctrina común. El monoteísmo era apropiado y las núminas politeísta­s serían leídas ahora bajo las figuras de los santos mártires. Cristo, quien para entonces ya tenía estatus divino, debía amalgamars­e con los movimiento­s circadiano­s, de igual manera con rituales ajenos, siendo así viable como adoración oficial. En otras palabras, la máscara cristiana que hoy vemos es, en realidad, la herencia de credos pretéritos que se han conservado dentro del mundo occidental.

Para los pueblos arcaicos diciembre era sagrado. En Egipto se conmemorab­a la transfigur­ación de Osiris en su hijo Horus. Asimismo, entre los romanos, aunque con otro sentido, se llevaban a cabo las Saturnalia­s, una juerga dedicada a Saturno que se festejaba del 17 al 23 del mismo mes. Por otra parte, el dios

persa Mitra era asesinado el día contiguo, el 24 a la noche, y renacía a la mañana siguiente trayendo bendicione­s. Mito que estaba plasmado en el drama de sacrificar un toro (sugerentem­ente análogo al “cordero pascual” crucificad­o y su revivencia posterior). En concreto, desde el punto de vista del hemisferio norte, la Navidad se celebra durante el solsticio de invierno. Es el período más oscuro, donde las sombras vencen a la luz. La estrella asemejaba morir al agotar su potencia, mientras sorteaba misterioso­s peligros en el inframundo y, al amanecer, se temía por su extinción. Al alba todo era algarabía. Esa jornada era sacra, era el Natalis Solis Invicti (natividad del sol invicto) y se renovaba la vida. La importanci­a del astro rey era tal que se entendía muy bien con la experienci­a monoteísta y el dios Febo (ElGabal sirio) fue incorporad­o naturalmen­te al Cristo cósmico.

Esto último tiene que ver con el árbol navideño. Entre los pueblos nórdicos se quemaban árboles cuyas luminarias servían mágicament­e para animar el renacimien­to solar. La práctica de “encender luces” sobre los follajes era para infundir fuerza a los cuerpos celestes, para que recuperara­n su brillo, lo que dio como consecuenc­ia la asimilació­n crística con el ciclo de la vegetación. El árbol es rico en hierofanía­s. Por su forma y modalidad, es símbolo ideal de la existencia. Por perder hojas y renovarlas en primavera, es sindicado al triunfo sobre la muerte. Ya encontramo­s bajorrelie­ves entre los asirios de la planta sagrada en el palacio de Asurbanipa­l II. En Babilonia fue visto bajo el signo tau o “la cruz”, que representa­ba a Tammuz, el héroe que era sacrificad­o en un madero. En la Edad Media el leño cortado era parte del impuesto que el vasallo debía pagar a su señor. En Pascua se exigían huevos; en Navidad, leños. Este debía mantenerse avivado en los hogares durante esa noche, caso contrario era signo de desgracia. El carácter alegre y festivo que hoy tiene se lo debemos en parte a las intervenci­ones monárquica­s inglesas además de la literatura, como la de Charles Dickens o Antón Chéjov, entre otros. A través del protestant­ismo, dicha costumbre se traslada a América del Norte. Para 1850 en Nueva York los pinos navideños se alumbraban a gas haciendo halagos de las nuevas industrias, y así fueron adquiriend­o fama mundial.

Otra creencia herética que sobrevivió hasta nuestros días es la visita de una entidad llamada San Nicolás. En Alemania existía la costumbre de colocar

La máscara cristiana que hoy vemos es la herencia de credos pretéritos

En el acervo cristiano se asocia a San Nicolás con el obispo Nicolás de Licia

obsequios en las casas porque se creía que esa noche vendría un ser diabólico para asesinar a los niños. No obstante, en el acervo cristiano se lo asocia con el obispo Nicolás de Licia. Hombre famoso por su generosida­d y por otorgar dones. Pero lo más probable es que esta imagen fuera inspirada en Odín, una deidad que resucitaba entre diciembre y enero, y al cabalgar por los cielos los vientos que levantaba fertilizab­an los campos.

Este es solo un breve repaso para que tomemos nota de que no todo lo que practicamo­s en las religiones tradiciona­les es lo que parece. En Navidad, bajo figuras amables y fastas, estamos en realidad rindiendo piedad a espíritus primitivos que esconden rostros maléficos. Carl G. Jung nos hablaba de arquetipos que repetimos constantem­ente sin que lo notemos. Ninguna configurac­ión espiritual es pura. De alguna manera, lo terrible convive entre nosotros bajo una era que se jacta de ser secular, racional, técnica y científica, pues aún practica ritos ancestrale­s que en el fondo no puede superar, guardando una necesidad de contactar con lo invisible. Quizás porque el hombre es el único ser que tiene conciencia de la finitud y del sinsentido, es que, a pesar de su omnipotenc­ia, siempre sucumbe inclinándo­se ante el enigma de lo trascenden­te.

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NATIVIDADE­S. Arriba: Sandro Botticelli (1445-1510). Al lado: Caravaggio (1571-1610). El carácter alegre y festivo que hoy tienen se lo debemos en parte a las intervenci­ones monárquica­s inglesas, además de la literatura, como la de Charles Dickens o Antón Chéjov.
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POR SERGIO FUSTER*
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