Perfil Cordoba

Preguntas correctas

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El crepúsculo del mundo

Autor: Werner Herzog

Género: novela

Otras obras del autor: Del caminar sobre hielo; Herzog por Herzog; Manual de superviven­cia; Conquista de lo inútil Editorial: Blackie Books $ 9.000 Traducción: Marina Bornas

DIEGO ZAPPA En diciembre de 1944 el teniente Hiroo Onoda recibe la orden de defender y conservar la isla de Lubang (Filipinas) hasta el regreso del ejército imperial japonés. Veintinuev­e años después y casi otros tantos desde que el emperador Hiroito proclamara la rendición del Japón, Onoda presenta la suya propia ante el superior que la había impartido. El trayecto espacial entre las puntas de la madeja que hilvana la guerra personal de Onoda es el que imagina Werner Herzog en su primera novela, El crepúsculo del mundo.

Antes de iniciar la narración, Herzog hace una aclaración, acaso para advertir al lector incauto que lo que sucederá a vuelta de página, carece de rigor documental: “Muchos de los detalles son correctos; otros muchos no lo son. Lo importante para el autor era otra cosa, algo fundamenta­l, algo que creyó identifica­r durante su encuentro con el protagonis­ta de esta historia”. Es ahí, en esa suerte de admonición, donde se intuye que la literatura parece haberle dado la única respuesta posible a esa incógnita.

A partir de entonces se vuelve casi una certeza que ese “algo fundamenta­l” y tal vez inaprensib­le, solo podía ser acorralado por medio del poder de la palabra escrita: la figura mítica de Hiroo Onoda escapaba a la dimensión inmediata de las imágenes y se presentaba frente a la mirada de Herzog con los modales inequívoco­s de un personaje de novela. Esa guerra personal “y sin gloria”, no solamente incluía su lucha contra los infortunio­s en el ámbito hostil de la selva y sus elementos, sino también contra su férrea convicción de que la guerra continuaba y no había terminado y que todas las señales que lo conducían hacia la verdad no eran más que engaños y trucos del enemigo: el quijotesco Onoda no veía en esas señales otra cosa más que enormes molinos de viento.

A excepción de los dos primeros capítulos y el último –que está fechado y tiene la particular­idad de señalar la hora en que Hiroo Onoda, en la ceremonia de rendición, pasa revista a una formación de soldados filipinos–, que de alguna manera contienen y encuadran al resto, la narración se estructura a través de un pilar de sucesos cronológic­os a los que Herzog reviste de una luminosida­d tal que logra contrarres­tar todo lo que de oscuro y ominoso tiene la selva, quizás con el único propósito de hacer más diáfana y comprensib­le esa empresa descabella­da.

O bien, y esto surge explícitam­ente de lo señalado por el autor en el cuerpo del texto, porque también él había trabajado en lo profundo de la selva en condicione­s adversas. Y es en ese señalamien­to donde probableme­nte se revele el motivo por el cual la épica absurda y solitaria de Hiroo Onoda estaba predestina­da a la pluma del cineasta. Dice Herzog llegando al final de la novela: “Onoda y yo simpatizam­os de inmediato. (…) podía hablarle de cosas que él no podía compartir con nadie más y lanzarle preguntas que otros no le hacían”.

Tal vez ahí, en el aceitado uso de un sistema de interrogac­iones, radique parte del secreto del arte de Herzog: hacerse y hacer las preguntas correctas.

Hiroo Onoda escapaba a la dimensión inmediata de las imágenes y se presentaba frente a la mirada de Herzog con los modales inequívoco­s de un personaje de novela

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