¿Qué queremos los artistas?
“Cada vez que escucho hablar de cultura llevo la mano a la pistola”, decía uno de los adláteres de Hitler (no recuerdo si Goebbels). Parece ser que la cultura era amenazante para ese señor.
El diario Página/12 citaba hace unos cuantos años, en uno de esos recuadritos de la tapa, una conversación del riojano contrabandista y asesino con Jean Broudillard, filósofo francés, en ocasión de un almuerzo ofrecido en honor del expresidente: “... nosotros tenemos nuestra propia cultura, la cultura del trabajo…”, decía entre otras sandeces. Imagino que Broudillard no entendió nada.
La cultura es una palabra tan amplia que por momentos deja de significar lo que pretendemos. Para el jerarca nazi, una amenaza; para la bestia peluda, vaya a saber qué; para los que trabajamos en el campo de lo artístico, lo artístico; para mi abuelita, un poema recitado por Paulina Singerman; para la Vaca Potenza, la Mole Moli. Es probable que todos tengamos algo de razón.
Leído desde las teorías del comportamiento, la cultura es el testimonio de los que hacemos, la huella de nuestros procederes, la materialización de nuestros gustos y preferencias. La actitud frente al fútbol, el hábito de pasar semáforos en rojo, la discriminación de las minorías, el autoritarismo estúpido de algunos porteros de edificios, el consumo de bienes artísticos son –y casi en la misma medida– manifestaciones culturales. Le sumemos a estos ejemplos todos los que a cada uno se le pueda ocurrir.
Ampliando un poco más el sentido, ahora que los ejemplos pueden dar cierta luz a lo que digo, me atrevo a afirmar que la cultura es la manifestación de nuestros valores y creencias. Comprender ésto puede simplificar mucho las cosas, a la vez que abrir caminos para la construcción de un modelo, cualquiera sea.
De lo dicho hasta ahora quisiera remarcar que la producción, desarrollo y consumo de bienes artísticos es un campo específico de lo cultural, no es ‘la cultura’ y que la inserción e interés de este campo específico por parte de la gente es una medida de ‘la cultura’ en la que nos desarrollamos.
Para mantener cierta lógica coherencia en este terreno, supongo que los funcionarios políticos, y los culturales en particular, deben dar curso a sus proyectos y programas desde el sistema de prioridades que constituyen sus valores y creencias más enraizadas. Más simple: la política –y la cultural en particular– reflejan el sistema de valores de quienes las sustentan. Esto constituye un marco referencial.
Nos pongamos por un momento en el otro costado, los que producimos bienes artísticos de cualquier índole y tenemos dificultades para ponerlos a la consideración del público, del espectador, de la gente o como quieran llamarlo. Esto se constituye en una empresa, por momentos titánica, que se desarrolla en el marco referencial aludido.
¿Qué queremos los artistas? Más allá de la natural libertad absoluta para desarrollar nuestro arte, tenemos la pretensión de encontrar el camino para generar recursos que nos permitan producir lo que hacemos, difundir lo que producimos y llegar al público potencial para ponerlo a su consideración. Descuento en este punto la seriedad de nuestro trabajo, el permanente desarrollo y entrenamiento de nuestras capacidades y todo aquello que tenga que ver con lo que específicamente hace al respeto por nuestro propio arte. Amamos lo que hacemos, creemos que el arte es un camino para el desarrollo del espíritu y nos arrogamos el legítimo derecho a ser considerados. Quizás se resuman allí, muy estrechamente, nuestros valores y creencias más elementales.
Del otro lado están los destinatarios, la sociedad con todos sus estratos y matices.
La cultura es el testimonio de los que hacemos, la huella de nuestros
procederes