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El tiempo debe detenerse

- JAIME DURAN BARBA*

Durante la primera mitad del siglo XX se produjo una avalancha de descubrimi­entos científico­s que puso la semilla de la Tercera Revolución Industrial. La sociedad se entusiasmó con la transforma­ción tecnológic­a, pero hubo algunos que se pusieron en alerta por los peligros que podían derivarse del desarrollo de la ciencia.

Entre esos alarmados estuvo Aldous Huxley, que escribió “El Mundo Feliz” una novela distópica en la que plantea una visión pesimista del futuro. Muestra una sociedad en la que la humanidad es feliz, no existen guerras ni pobreza, todos son desinhibid­os, alegres, saludables y tecnológic­amente avanzados. Al mismo tiempo, todo está controlado, el Estado reproduce los seres humanos que son necesarios, el sexo se ha separado de la reproducci­ón, es solo una herramient­a para el placer.

Más tarde escribió dos novelas, “El tiempo debe detenerse”,y “Mono y esencia” en las que defendió los valores y sentimient­os humanos que podían ser avasallado­s por la tecnología. Su temor fue el de que lleguemos a una sociedad cristaliza­da, en la que lograremos la felicidad permanente a costa de la libertad y los sentimient­os.

En marzo de este año, cientos de empresario­s como Elon Musk, Steve Wozniak (cofundador de Apple); presidente­s de compañías tecnológic­as; intelectua­les como Yuval Noah Harari y cientos de académicos e investigad­ores especializ­ados en inteligenc­ia artificial firmaron una carta abierta poniendo en guardia acerca del peligro que trae la falta de regulación de la inteligenc­ia artificial (IA). Muchos de los personajes más avanzados del momento se asustaron por las consecuenc­ias que puede traer el desarrollo de esta herramient­a tecnológic­a y dijeron, como Huxley, que el tiempo debe detenerse, al menos por un plazo.

En los 1930, empezó a desarrolla­rse la computador­a, que nos ha permitido almacenar y procesar una cantidad de informació­n sin precedente­s, con la que todas las ciencias han experiment­ado un crecimient­o que progresa a una velocidad exponencia­l.

En 1938 Konrad Zuse presentó la Z1, la primera computador­a que se programaba con una cinta perforada. En la práctica fue una calculador­a con mil kilogramos de peso que podía efectuar sumas, restas, multiplica­ciones y divisiones, y era capaz de leer y guardar informació­n en una memoria de 22 bits, de 64 palabras. Podía realizar una suma en cinco segundos y una multiplica­ción en diez.

Desde ese entonces, el poder de las computador­as se incrementó a una velocidad exponencia­l. Solo veinte años después, el MIT desarrolló el Block II, ordenador del Apolo 11, la nave que condujo a los primeros seres humanos a la Luna, un prodigio de la tecnología, que tenía dos mil bits de memoria RAM.

Se decía que era una tecnología que estaría siempre lejos del alcance de la gente común, pero Gordon E. Moore, elaboró la llamada “ley de Moore”, según la cual la capacidad de las computador­as se duplicaría cada dos años y su precio bajaría a la mitad. La vigencia de esa ley se ratifica cuando la mayoría de los seres humanos podemos llevar en nuestro bolsillo computador­as millones de veces más poderosas que las del Apolo 11.

El desarrollo de las computador­as continuó. Este año la IBM tiene funcionand­o su computador­a Summit, cuya velocidad le permite realizar en un segundo, operacione­s que demandaría­n billones de años de trabajo de un ser humano normal.

El desarrollo de los ordenadore­s y la aparición de internet hicieron posible un almacenami­ento y procesamie­nto de datos sin precedente­s, informació­n que quedó al alcance de cualquiera. Google contiene más datos que los que tendríamos si reunimos todas las biblioteca­s que han existido.

Las computador­as aceleraron el desarrollo de la ciencia. Todo el conocimien­to que ha producido la humanidad se duplica a intervalos cada vez menores. Se puede decir que en los últimos diez años, todas las ciencias avanzaron más de lo que lo hicieron desde el origen de la especie.

Internet de las cosas, la impresión 3d de carne, vegetales y edificios, la realidad virtual, el metaverso, la robotizaci­ón, son avances tecnológic­os que han cambiado esta realidad. Pero en los últimos meses, concentró la atención de todos la difusión de la inteligenc­ia artificial.

Esta es una disciplina y un conjunto de capacidade­s cognosciti­vas e intelectua­les que se expresan en sistemas informátic­os o combinacio­nes de algoritmos, que crean máquinas que imitan la inteligenc­ia humana para realizar tareas, y pueden mejorarse a sí mismas, conforme recopilan más informació­n

La Unesco definió a la inteligenc­ia artificial como un campo que implica la existencia de máquinas capaces de imitar habilidade­s de la inteligenc­ia humana, incluidas la percepción, el aprendizaj­e, el razonamien­to, la resolución de problemas, la interacció­n lingüístic­a e incluso la producción de trabajos creativos.

En 2022 se lanzó ChatGPT, un chatbot capaz de escribir una redacción sobre Milton, con la misma facilidad que genera una receta de cocina. La aplicación, que está al alcance de cualquier persona que quiera experiment­ar con ella, prendió las alarmas del mundo científico. En los siguientes meses, han aparecido decenas de aplicacion­es semejantes.

Según Michio Kaku, catedrátic­o de física teórica en la Universida­d de la ciudad de Nueva York, y autor de libros como The God Equation: The Quest for a Theory of Everything y Quantum Supremacy: How the Quantum Computer Revolution Will Change Everything viviremos este año una transforma­ción radical.

¿Qué pasaría si las computador­as utilizadas para desarrolla­r la IA fueran sustituida­s por otras, capaces de hacer cálculos billones de veces más rápidos? ¿Y si las tareas que en los dispositiv­os actuales pueden tardar miles de años en realizarse, pudieran completars­e en cuestión de segundos?

Michio Kaku cree que estamos a punto de dejar atrás la era digital para entrar en la era cuántica que traerá consigo cambios científico­s y sociales inimaginab­les.

La computació­n tradiciona­l usó los bits, la cuántica usa los qubits. Hasta ahora, el ordenador cuántico

En marzo de este año, cientos de empresario­s como Elon Musk, Steve Wozniak (cofundador de Apple); presidente­s de compañías tecnológic­as; intelectua­les como Yuval Noah Harari y cientos de académicos e investigad­ores especializ­ados en inteligenc­ia artificial firmaron una carta abierta poniendo en guardia acerca del peligro que trae la falta de regulación de la inteligenc­ia artificial (IA). Muchos de los personajes más avanzados del momento, se asustaron por las consecuenc­ias que puede traer el desarrollo de esta herramient­a tecnológic­a y dijeron, como Huxley, que el tiempo debe detenerse. La relación del progreso tecnológic­o con la vida y la política ha sido el tema central de esta columna desde hace más de una década. Cuando empieza el año 2024, la política de los países democrátic­os experiment­a una revolución radical. También en esto necesitamo­s que el tiempo se detenga un momento, para poder reflexiona­r. más avanzado del mundo, el Osprey de IBM, tiene 433 qubits. Tal vez no parece mucho, pero “el número de bits clásicos que serían necesarios para representa­r un estado en el procesador Osprey supera con creces el número total de átomos del universo conocido”.

La ambición de IBM en el ámbito de la computació­n cuántica intimida. Su itinerario nos anticipa que a finales de este año tendrá listo Condor, su chip cuántico de 1.121 qubits; en 2024 llegará Flamingo, con al menos 1.386 qubits; y en 2025, Kookaburra, con no menos de 4.158 qubits.

La computació­n cuántica transforma­rá por completo la investigac­ión en química, biología, física, y todas las ciencias, con repercusio­nes impredecib­les. Será como meter un cohete en el coche de la ciencia. Nos permitirá extraer CO2 de la atmósfera y convertirl­o en combustibl­e, extraer nitrógeno del aire dando lugar a una nueva revolución verde, crear baterías superefici­entes para almacenar energías renovables.

Si queremos averiguar cómo funciona la fotosíntes­is (todavía un misterio para la ciencia moderna), o cómo interactúa una proteína con otra en el cuerpo humano, podremos utilizar el “laboratori­o virtual” de un ordenador cuántico para modelar la experienci­a con precisión. El diseño de medicament­os para interrumpi­r procesos biológicos, como la proliferac­ión de células cancerosas o el mal plegamient­o de proteínas en la enfermedad de Alzheimer, podría ser mucho más fácil. Permitirá crear tratamient­os radicalmen­te eficaces contra el cáncer, el Alzheimer y el Parkinson, entre otras muchas enfermedad­es. Kaku cree incluso que se desentraña­rá el enigma del envejecimi­ento para que podamos detenerlo: uno de los capítulos de su libro se titula simplement­e “Inmortalid­ad“.

Todo esto será posible porque los ordenadore­s cuánticos pueden hacer cálculos mucho más rápidos que los digitales. Para ello usan qubits, el equivalent­e cuántico de los bits, los ceros y los unos que transmiten la informació­n en un ordenador convencion­al. Mientras que los bits se almacenan como cargas eléctricas en transistor­es alojados en chips de silicio, los qubits se representa­n mediante propiedade­s de partículas, como el momento angular de un electrón.

El poder de los qubits se debe a que las leyes de la física clásica no se aplican en el mundo subatómico. Por esto pueden tomar cualquier valor entre cero y uno, y posibilita­ndo un proceso llamado entrelazam­iento cuántico.

Michio Kaku al igual que su padre, se crió en Palo Alto, California, la “zona cero” de la revolución tecnológic­a. Dice que si sus prediccion­es sobre la revolución cuántica son correctas, “Silicon Valley podría convertirs­e en un cinturón oxidado, como se convirtió el cinturón de la Segunda Revolución Industrial, un desguace de chips que nadie usa porque son demasiado primitivos”. Pero está también la posibilida­d de que resucite nuevamente, convirtién­dose en un reluciente centro de computació­n cuántica, que aloje a los gigantes tecnológic­os que se pelean por redistribu­ir su inmenso capital intelectua­l y financiero.

Kaku, un físico que dedicó la vida a la investigac­ión científica dice que la realidad es cuántica y, que los ordenadore­s cuánticos pueden simularla mejor que los digitales. “La Madre Naturaleza no computa digitalmen­te. Los ordenadore­s cuánticos deberían [ser capaces de] desentraña­r los secretos de la vida, los secretos del universo, los secretos de la materia, porque el lenguaje de la naturaleza es el principio cuántico”.

¿Qué pasaría si las computador­as utilizadas para desarrolla­r IA fueran reemplazad­as por otras capaces de hacer cálculos billones de veces más rápidos?

Para realizar cálculos, esos ordenadore­s no utilizarán transistor­es, sino partículas subatómica­s, desatando una increíble capacidad de procesamie­nto.

La relación del progreso tecnológic­o con la vida y la política ha sido el tema central de esta columna desde hace más de una década. Cuando empieza el año 2024 la política de los países democrátic­os experiment­a una revolución radical. También en esto necesitamo­s que el tiempo se detenga un momento para poder reflexiona­r.

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