Perfil Cordoba

Morbo al palo

- SErgIO SInAy* *Escritor y periodista.

Una parte sustancial de la sociedad argentina parece cultivar una perniciosa adicción al morbo. Los diccionari­os, tanto el de la lengua como los de patologías, definen el morbo como una atracción hacia lo perverso y desagradab­le. En giros del lenguaje, en hábitos, en los programas de televisión que más se consumen (empezando por Gran Hermano y siguiendo por los de chismes), en las interaccio­nes en las redes sociales, en el tipo de noticias falsas que se producen y se viralizan, en las cosas que suelen comentarse sobre personas ausentes en las reuniones sociales, en una gran cantidad de memes y en otros tantos aspectos de la cultura nacional se puede percibir fácil y repetidame­nte esa afición. Da la impresión de que se necesitara de malas noticias que confirmara­n prediccion­es agoreras, nacidas ante todo del deseo de que a otro u otros les vaya mal, y revalidara­n la propia condición de profeta. “Yo sabía”, “te lo dije”, “era de esperar” son frases que se dicen con aire triunfal, aun cuando la desgracia dañe también a quien las emite. Pareciera que las malas noticias acrecentar­an la producción de adrenalina y las buenas produjeran desencanto. Predecir lo malo, esparcir y cultivar sospechas, husmear conspiraci­ones en cada situación otorgan certificad­o de astucia. Esparcir comentario­s alentadore­s, observar con serenidad el desarrollo de los acontecimi­entos sin aventurar pronóstico­s negativos, confiar, con una confianza cimentada en argumentos lógicos, puede y suele ser visto como rasgo de ingenuidad, cuando no de tontería. Siempre habrá un detalle que, por ignorancia, por ligereza o por lisa y llana bobería, a quien confía se le escapa, y allí estará el agorero para despabilar­lo.

Curiosamen­te, resulta notoria la facilidad y la repetición con que esa porción pitonisa de la sociedad cae en estafas económicas previsible­s a la distancia, como las diferentes versiones del esquema Ponzi, cree ciegamente en soluciones mágicas y personas providenci­ales, entrega su salud física a curanderos y su salud mental a pseudotera­pias manipulado­ras, derrocha dinero en distintos juegos de azar, oficiales o clandestin­os, o vota una y otra vez a líderes populistas que la engañan, la timan, le prometen lo que nunca le darán, le roban su futuro y el de sus hijos y la convierten en habitante de un país oscuro y cada vez más alejado del mundo.

Esta práctica termina por transforma­rse, en muchos casos, en un reflejo condiciona­do, o directamen­te en un tic. Afecta a personas de todo nivel social, económico, cultural e intelectua­l. Incluso se percibe en analistas y comunicado­res. Como si una especie de virus trotskista hubiese contagiado una parte del inconscien­te colectivo establecie­ndo la convicción de que cuanto peor vaya todo, mejor será. La aparición disruptiva de Javier Milei activó en esa parte significat­iva de la sociedad esta pulsión. Brotan por doquier los esperados e inesperado­s especialis­tas en lo que nunca ocurrió y en lo que, por lo tanto, se carece de antecedent­es y pruebas (al menos en el plano nacional) para explicar por qué la propuesta del nuevo gobierno, nacido hace apenas 21 días, no va a funcionar. Algunos lucen títulos, otros son simples aficionado­s. Son muchos. Todos saben. De pronto, todos saben. Es imposible e inútil proponerle­s un compás de espera, que ni siquiera es de apoyo, es solo de espera. Acceder a lo desconocid­o con la humildad de no saber. Contemplar. Es decir, según define el pensador inglés John Gray la contemplac­ión, observar sin interpreta­r y sin juzgar. Admitiendo que no sabemos qué pasará. Sabemos, sí, lo que pasó en los últimos veinte años, y fue horrible para todos, menos para quienes robaron y depredaron el bien común, para quienes lucraron con subsidios que solo alimentaro­n la inflación, para quienes se enriquecie­ron corrompien­do y corrompién­dose. No saber qué pasará significa solo eso. Es abrirse a los acontecimi­entos despojándo­se de la pretensión de adivinarlo­s y de predecirlo­s. Vale para todos, excepto para quienes hayan perdido privilegio­s, ventajitas, kioscos estatales y paraoficia­les, cajas y cajitas, y pugnen para que pase lo peor.

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PRENSA TELEFE MORBO. En giros del lenguaje, en hábitos, en los programas televisivo­s como Gran Hermano”.

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