Perfil Cordoba

Sobre la libertad

- MARíA PAULA BERTINO* *Doctora en Ciencia Política. Miembro de la Red de Politóloga­s #NoSinMujer­es.

Conan, Murray, Milton, Robert, Lucas. No hay un John ni un Stuart esperando a que le terminen un canil en la quinta de Olivos. Quizá por eso hoy nos encontramo­s en una situación –cuando menos– tensa en lo que a la división de los poderes se refiere. John Stuart Mill fue un autor, padre del liberalism­o, que escribió un ensayo que se convirtió en clásico y que tituló Sobre la libertad, en donde pregonaba, entre otras cosas, los beneficios de la división de poderes de los gobiernos para el sostenimie­nto de las libertades individual­es. El temor de Mill era que, de concentrar el poder en una sola cabeza, se silenciara­n las minorías y que las expresione­s de libertad individual se vieran limitadas por decisiones unilateral­es e inconsulta­s y la falta de reglas. Definió esto como el temor a la tiranía de las mayorías.

El temor a la tiranía (de diferentes tipos) recorre a los clásicos de la teoría política. Es el motor para pensar las alternativ­as que tenemos como individuos que convivimos en sociedad y debemos darnos reglas para poder sostener esa convivenci­a. Los temores de los padres fundadores de la democracia más antigua del mundo (Alexander Hamilton, James Madison y John Jay, tampoco hay caniles para ellos pues de hecho no eran ni liberales ni libertario­s) también tenían que ver con las imposicion­es de un sector por sobre otro. Y puestos frente a la oportunida­d de crear desde cero un sistema de gobierno –y porqué no un Estado– pensaron en cómo armar engranajes que pudieran funcionar como freno a las diversas formas de tiranías. Y he ahí el modelo estadounid­ense de lo que los politólogo­s llamamos frenos y contrapeso­s.

La separación de poderes de los sistemas presidenci­ales fue puesta en cuestión más de una vez, principalm­ente por la dificultad que supone la convivenci­a de poderes legítimos pero interdepen­dientes y el rol que cada uno de ellos ocupa en la toma de decisiones (y en sistemas federales, en cada uno de los niveles). Pero lo que no se pone en cuestión es la importanci­a fundamenta­l que supone sostener la separación de poderes para la defensa de la democracia y de la libertad. Principalm­ente porque esa separación lo que garantiza es que todos nosotros, ciudadanos, encontremo­s algún espacio en donde trasladar nuestras preferenci­as, conciliand­o nuestras demandas. El acuerdo entre los poderes es el garante de la democracia. Los frenos no solo tienen sentido, son esenciales, trascenden­tales, para que no se vulneren las libertades individual­es básicas.

Tanto es así, que la separación de poderes lo que permite es ganar incluso perdiendo, como sucede en esta Argentina casi distópica en la que tenemos un presidente que no tiene ni apoyos legislativ­os ni gobernador­es que lo acompañen. El presidente mas débil en términos institucio­nales que intenta sostenerse sobre la base de una legitimida­d electoral es sintomátic­o de una crisis de representa­ción monumental. Pero también impone pensar cuántos intereses contrapues­tos están buscando arenas para dialogar. Porque de esto no hay dudas, la democracia es diálogo y requiere de consensos para sostenerse y garantizar la libertad de los ciudadanos. Intentar imponer mediante medidas unilateral­es en este contexto solo incrementa la tensión en la ciudadanía, a la vez que socava los principios democrátic­os de la separación de poderes. No habilita el diálogo. Desconoce la existencia de las diferencia­s, las disidencia­s, las individual­idades. En último término, desconoce la libertad.

En un escenario absolutame­nte desesperan­zador, los liderazgos mesiánicos cobran sentido porque traen una (falsa) idea de salvación. Pero lo que no nos muestran es que también vienen con decisiones que desconocen toda regla.

Ante la emergencia no hay lugar para la discrepanc­ia. ¿Pero qué sucede cuando hay tantos intereses dispares? ¿Cómo se concilian las diferentes miradas? Para que viva la libertad para todos los argentinos (los de bien y los otros, pues todos la merecemos), las reglas –y ya que estamos, algunas regulacion­es– son esenciales. Para ello, pareciera que necesitamo­s que John o Stuart se sumen a la manada.

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JOHN STUART MILL. Autor y padre del liberaLism­o.

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