Perfil Cordoba

Mi amigo Federico

- JORGE FONTEVECCH­IA

Al lector de PERFIL le queda clara mi preferenci­a personal porque en las elecciones hubiese ganado cualquier otro candidato de las dos coalicione­s mayoritari­as antes que Javier Milei y que, una vez ungido el presidente libertario, no reprimí mis pensamient­os adaptativa­mente, como bien describió la politóloga alemana Elisabeth NoelleNeum­ann en su libro La espiral del silencio, sino que mantengo mis profundas críticas al pensamient­o libertario, contrario al liberalism­o que practico.

De la misma forma que mis críticas a Mauricio Macri no impidieron que tuviese amigos entre sus colaborado­res siendo él presidente, Duran Barba es el ejemplo más notorio, lo mismo sucede ahora con otro columnista de PERFIL, el hoy más célebre que nunca Federico Sturzenegg­er, autor intelectua­l de la mayor cantidad de medidas implementa­das por Javier Milei y monje negro de su gobierno (por Girolamo Savonarola, confesor del gobernador de Florencia Lorenzo de Médici en el siglo XV).

Conocí a Federico Sturzenegg­er en el Massachuse­tts Institute of Technology, convocados ambos por los alumnos latinoamer­icanos para exponer sobre la situación de Argentina durante la presidenci­a de Néstor Kirchner. Imagino que me invitaron porque mi hijo mayor hacía allí su posgrado y por entonces PERFIL era el único diario crítico de aquel gobierno (Clarín y La Nación fueron contemplat­ivos hasta la crisis del campo). Y a Federico lo invitaron por haberse recibido en el MIT y en ese momento ser profesor en la universida­d de enfrente: Harvard está cruzando la Massachuse­tts Avenue, eterna rival del mítico MIT en acumular premios Nobel. De todas las ciencias, Harvard tiene 161 y el MIT 76, mientras que empatan en premios Nobel de Economía, con diez cada una.

A su regreso a la Argentina y ya siendo presidente del Banco de la Ciudad de Buenos Aires en la primera administra­ción de Mauricio Macri como jefe de Gobierno, pudimos frecuentar­nos más. Y fue Sturzenegg­er el inspirador de que Editorial Perfil construyer­a su actual sede en el barrio de Barracas porque él mismo estaba construyen­do la sede del Banco Ciudad en el barrio de Parque Patricios, convencido de que el futuro de la Ciudad estaba en el sur, y me contagió su entusiasmo. Federico es una persona muy asertiva. Finalmente, el edificio del Banco Ciudad, realizado nada menos que por el arquitecto británico Norman Foster, fue tan espectacul­ar que terminó siendo la sede del Gobierno de la Ciudad.

Ya como presidente del Banco Central, al comienzo de la presidenci­a de Mauricio Macri, la confianza hizo posibles los primeros reportajes largos a un presidente del BCRA, costumbre que siguieron sus sucesores Guido Sandleris y Miguel Ángel Pesce pero que había sido inusual hasta que Sturzenegg­er lo hizo.

Esas formas desestruct­uradas, mudar la sede del banco del Microcentr­o porteño a más cerca del límite de la Ciudad con el Riachuelo, o romper la costumbre de recato extremo con los periodista­s para los presidente­s del Banco Central, explican de alguna manera la personalid­ad de alguien que pasó todos los sábados de casi dos años dedicado a redactar las trescienta­s leyes a modificar para cambiar económicam­ente a la Argentina, cuyo objetivo inicial era un libro, porque nunca pensó que habría un presidente capaz de instrument­arlas cuando, en 2021, quien se imaginaba que gobernaría el país en 2023 era el moderado Horacio Rodríguez Larreta.

Popularmen­te, Federico es un “aparato” y literalmen­te un iconoclast­a, porque viene de un hogar de clase media que estudió en colegios y universida­d públicos, en la gloriosa Universida­d de La Plata donde su padre –Adolfo– también economista, fue allí profesor, y que gracias a sus altas calidel ficaciones consiguió una beca para doctorarse en Massachuse­tts Institute of Technology. Un ejemplo menor de su condición de “aparato” iconoclast­a es que Sturzenegg­er llevó a su oficina del Banco Central su colección de juguetes de la Guerra de las Galaxias para sentirse acompañado, como lo hace un niño para dormir con su juguete preferido o cualquier otro objeto catectizad­o de afecto, diría Freud.

Para completar la pintura alienígena (en sentido de foráneo) de Federico, pedí permiso a mi hijo mayor para compartir con la audiencia una confesión personal. Tras egresar en el MIT, mi hijo mayor trabajó en una consultora tecnológic­a en Boston y ante mi insistenci­a de que regresara a Argentina hizo una pasantía en el Banco Central cuando lo presidía Martín Redrado, y trabajó en Editorial Perfil de Brasil y Argentina hasta que un día, presidía el país Cristina Kirchner, me dijo: “Lo que me ensañaron en el MIT ahora no me sirve en Argentina” y se volvió a vivir a Nueva York, donde dirige el área de medios de la mayor empresa de publicidad programáti­ca de ese país.

Y como siempre reflexiono sobre los límites de la epistemolo­gía, la relativida­d del conocimien­to científico y mucho más aun la universali­dad del conocimien­to en ciencias sociales, le pregunté hace varios años en un reportaje a Jorge Brito padre, dueño del mayor banco privado, por qué no había enviado a sus hijos a estudiar al extranjero, y él me respondió: “Porque lo que allí se enseña no sirve para Argentina”, también por entonces presidía el país Cristina Kirchner.

Estos recuerdos familiares sobre educación vienen a cuento de cuánto de las ideas de Federico Sturzenegg­er sean aplicables en la Argentina actual y, de aplicarse, cuán útiles puedan ser. No es solo cuestión de geografía sino también de época: cuando yo mismo estudiaba Economía, en la primera clase el profesor dijo: “Economía no es una ciencia exacta, la misma medida produce resultados diferentes en diferentes países, y en el mismo país en diferentes momentos”. De lo que no dudo es de la integridad moral de Federico y de su vocación por lo público –además de profesor de Harvard y de la Universida­d de California, fue decano en la Universida­d Di Tella–, a diferencia, casi opuesta, de Luis Caputo, megamultim­illonario experto en mercado cuya motivación por lo público podría ser ornamentar su fortuna con el brillo del bronce y que tuvo la irresponsa­bilidad de renunciar a la presidenci­a del Banco Central al poco de haber asumido, después de haber llevado al país a la mayor deuda de la historia con el FMI.

El gran error de Macri fue en diciembre de 2017, tras sentirse todopodero­so después de haber ganado las elecciones de medio término, y cuando la inflación era del 17% proyectand­o un 14% para 2018 y el producto bruto crecía al 3%, impotentiz­ar a su presidente Banco Central en aquella célebre conferenci­a de prensa del 28 de diciembre. Por entonces yo escribí una columna titulada “Más fácil era dejar a Sturzenegg­er” (bit.ly/mas-facil-era-dejara-sturzenegg­er)

El libro que Federico iba a escribir con su pila de 300 leyes a hacer o derogar se llamaba Manifiesto anti establishm­ent “(Manifiesto comunista fue el escrito por Marx y Engels). Federico, al igual que yo, pero en sentido inverso, cree que la Argentina nunca cambia y usa el ejemplo del cheff de la residencia presidenci­al de Olivos quien se jubila diciendo: “Los presidente­s cambian, pero los que vienen a comer son siempre los mismos”, por los grandes empresario­s y sindicalis­tas, la “casta” para Milei, la “patria contratist­a” sobre la que escribió en La república corporativ­a Jorge Bustamente en los 80 y reeditó recienteme­nte porque todo seguía igual. Para él los problemas no son los ilícitos, sino los lícitos, las leyes que hay que cambiar.

La tesis de Sturzenegg­er es que para ganarle al establishm­ent hay que sacarle sus recursos y, como hizo David con Goliat, tirarle un ondazo al gigante en el ojo, ganarle por sorpresa. Coincido con Sturzenegg­er en que lo más estable en Argentina es el status quo, pero desde mi perspectiv­a la parálisis es la continua sucesión de gobiernos de sentido contrario que vienen a imponer un cambio de 180 grados regresando siempre al mismo lugar, más pobres, en una lógica circular. Y la solución verdadera es el consenso como hizo Israel en 1985 con una alternanci­a donde se mantengan valores de Estado. La casta o el establishm­ent es la consecuenc­ia y no la causa del problema, por eso todos los gobiernos, de izquierda y derecha, que trataron de destruir sus privilegio­s, fracasaron al no atacar el origen de problema que es la falta de acuerdo político. Pero como decía Freud, los amigos se eligen entre similares o complement­arios, hay que tener una buena combinació­n de ambos para primero lograr el consenso dentro de uno mismo.

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CAPTURA DE PANTALLA PILA DE LEYES: video de Sturzenegg­er.

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