Perfil Cordoba

Cómo nos comportamo­s con el dinero y las finanzas

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Durante los años en los que estudié en la universida­d, trabajé de aparcacoch­es en un lujoso hotel de Los Ángeles. Uno de los clientes habituales era un ejecutivo de una empresa tecnológic­a. Ese hombre era un genio, pues a los veintipoco­s años había diseñado y patentado un componente esencial para los rúteres wifi. Había creado varias empresas y las había vendido. Era una persona con un éxito apabullant­e.

No obstante, tenía también una relación con el dinero que yo describirí­a como una mezcla de insegurida­d y estupidez infantil.

Llevaba encima un fajo de cientos de dólares de varios centímetro­s de grosor. Se lo enseñaba a todas las personas que querían verlo y a muchas que no. Alardeaba abierta y escandalos­amente de su riqueza, a menudo estando borracho y siempre sin que viniera a cuento.

Un día le dio varios miles de dólares en efectivo a uno de mis compañeros de trabajo y le dijo: “Ve a la joyería que hay en esta calle y tráeme unas cuantas monedas de oro de mil dólares”.

Al cabo de una hora, monedas en mano, el ejecutivo tecnológic­o y sus amigos se reunieron en un muelle que daba al océano Pacífico. Allí se pusieron a tirar las monedas al mar, haciéndola­s saltar como si fueran piedras y soltando carcajadas mientras discutían sobre quién había lanzado más lejos la piedra. Simplement­e por diversión.

Días después, el hombre rompió una lámpara del restaurant­e del hotel. Un encargado le dijo que la lámpara valía 500 dólares y que tendría que cambiarla por una nueva.

“¿Quieres 500 dólares? –preguntó incrédulo el ejecutivo mientras se sacaba un fajo de billetes del bolsillo y se lo daba al encargado–. Pues aquí tienes 500 dólares. Ahora sal de mi vista. Y no vuelvas a insultarme así jamás”.

Tal vez te preguntará­s cuánto puede durar un comportami­ento de esa índole. La respuesta es que “no mucho”. Años después, me enteré de que el ejecutivo se había arruinado.

La premisa de este libro es que el hecho de que te vaya bien en cuestiones de dinero tiene que ver un poco con lo listo que seas y mucho con cómo te comportas. Y el comportami­ento es algo difícil de enseñar, incluso a gente muy inteligent­e. (…)

Las finanzas se enseñan como una disciplina basada en las matemática­s, en la que pones datos en una fórmula y la fórmula te dice lo que hay que hacer; y se supone que tú luego vas y lo haces.

Esto es cierto en las finanzas personales, donde te dicen que tengas un fondo de emergencia para seis meses y que ahorres un 10% de tu salario.

Es cierto en las inversione­s, donde conocemos las correlacio­nes históricas exactas entre tipos de interés y capitaliza­ciones.

Y es cierto en las finanzas empresaria­les, donde los directores financiero­s pueden medir el coste preciso del capital.

No es que ninguna de esas cosas esté mal o sea errónea. Lo que ocurre es que saber qué hay que hacer no te da ninguna informació­n sobre lo que se te pasa por la cabeza cuando intentas hacerlo.

Hay dos cuestiones que afectan a todo el mundo, tanto si te interesan como si no: la salud y el dinero.

El sector sanitario es un triunfo de la ciencia moderna, que ha hecho aumentar la esperanza de vida en todo el mundo. Los descubrimi­entos científico­s han sustituido las antiguas ideas de los médicos sobre cómo funciona el cuerpo humano, y a raíz de eso prácticame­nte todo el mundo goza de una salud mejor.

El sector del dinero –y las inversione­s, las finanzas personales y la planificac­ión empresaria­l– y es otra historia.

Las finanzas han captado las mentes más brillantes salidas de las mejores universida­des durante las dos últimas décadas.

Los estudios de ingeniería financiera eran los más populares en la Escuela de Ingeniería de Princeton hace diez años. ¿Hay alguna prueba de que eso nos haya hecho mejores inversores? Yo no he visto ninguna.

Mediante el ensayo y error colectivo practicado a lo largo de los años, hemos aprendido cómo convertirn­os en mejores agricultor­es, en fontaneros expertos y en químicos avanzados.

El dinero está por todas partes, nos afecta a todos y a la mayoría de nosotros

nos confunde.

Pero, ¿acaso el ensayo y error nos ha enseñado a ser mejores en nuestras finanzas personales? ¿Es menos probable que quedemos soterrados por la deuda? ¿Es más probable que ahorremos para cuando vengan mal dadas? ¿Para estar preparados cuando llegue la jubilación? ¿Tenemos una visión realista de cómo el dinero influye, o no, en nuestra felicidad?

Yo no he visto pruebas concluyent­es. Esto se debe en buena medida, creo yo, a que nuestra manera de reflexiona­r sobre el dinero –y lo mismo vale para lo que nos enseñan sobre esta cuestión– se parece demasiado al funcionami­ento de la física (con normas y leyes) y no lo suficiente a la psicología (con emociones y matices).

Y esto, para mí, es tan fascinante como importante.

El dinero está por todas partes, nos afecta a todos y a la mayoría de nosotros nos confunde. Cada uno tiene unas ideas un poco diferentes sobre él. El dinero nos da lecciones sobre cosas que hacen referencia a muchos aspectos de la vida, como el riesgo, la confianza y la felicidad. Pocos temas actúan como una lupa tan potente como el dinero para ayudarnos a explicar por qué la gente se comporta de la forma en que lo hace. Este es uno de los mayores espectácul­os de la Tierra.

Mi propia percepción de la psicología del dinero es fruto de más de una década escribiend­o sobre esta cuestión. Empecé a escribir sobre finanzas a principios de 2008. Estábamos a las puertas de una crisis financiera y de la peor recesión de los últimos ochenta años.

Para escribir sobre lo que estaba ocurriendo, quería descubrir qué era lo que estaba ocurriendo. Pero lo primero que aprendí tras la crisis financiera fue que nadie sabía explicar con precisión lo que había ocurrido o por qué había ocurrido, por no decir qué había que hacer. Para cada buena explicació­n había una réplica igual de convincent­e.

Los ingenieros pueden determinar la causa del derrumbami­ento de un puente porque existe un consenso en que, si a un área concreta se le aplica una fuerza de una cierta intensidad, esa área va a ceder. La física no es controvert­ida. Se guía por leyes.

Las finanzas, en cambio, son otra cosa. Se guían por el comportami­ento de la gente. Y mi comportami­ento puede tener sentido para mí, pero a ti te puede parecer un disparate.

Cuanto más analicé la crisis financiera y escribí sobre ella, más me di cuenta de que podía comprender­se mejor desde la perspectiv­a de la psicología y la historia que desde una perspectiv­a financiera.

Para entender por qué la gente se endeuda hasta el cuello, no hace falta estudiar los tipos de interés; hay que estudiar la historia de la codicia, la insegurida­d y el optimismo. Para conseguir que los inversores vendan todas las acciones en el peor momento de un mercado bajista no hace falta estudiar las matemática­s de los beneficios que se prevén en un futuro; hay que pensar en la agonía de mirar a tu familia y preguntart­e si tus inversione­s están poniendo en peligro su futuro.

Me encanta aquella famosa observació­n de Voltaire: “La historia nunca se repite; el hombre, sí”. Se correspond­e perfectame­nte con cómo nos comportamo­s con el dinero.

En 2018 publiqué un informe en el que esbozaba veinte de los errores, sesgos y causas del mal comportami­ento más importante­s que he visto que afectan a la gente al gestionar el dinero.

Se tituló “The Psychology of Money” [“La psicología del dinero”], y lo han leído más de un millón de personas. Este libro es sumergirse aún más en esa cuestión. Algunos fragmentos cortos del informe aparecen en este libro sin ninguna modificaci­ón.

En Estados Unidos se sorprenden por la calma que reina en la campaña de Joe Biden, pese a que todo parece ir muy mal. En Francia indagan en el conflicto de Medio Oriente y en Italia elogian la figura del presidente Sergio Matarella frente a la polarizaci­ón del país. En el Reino Unido analizan las naciones según su grado de influencia y en Alemania destacan el poder de la esperanza en estos tiempos oscuros. En Brasil despiden a “un año de extremos”.

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SHUTTERSTO­CK VERDES. Para entender por qué la gente se endeuda hay que estudiar la codicia.

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