Perfil Cordoba

Morir en tierras lejanas

- GUILLERMO PIRO

Hay una escena memorable en Sin aliento, de Godard. La periodista en ciernes Patricia Franchini (Jean Seberg) en un momento entrevista a Jean Parvulesco, encarnado por el cineasta Jean-Pierre Melville. Godard pone en boca de Parvulesco palabras tal vez oídas por ahí o sacadas de algún libro (rara vez Godard hizo decir a sus personajes algo que hubiera sacado de algún lado) cuando Patricia le pregunta qué desea más que ninguna otra cosa: “Ser inmortal y después morir”, responde Parvulesco. Claro que siendo inmortal es de suponer que uno podría elegir las circunstan­cias y el lugar en que se muere, cosa a la que al común de los mortales no les está permitida. Los hombres célebres que mueren lejos de su país, por ejemplo, deberán lidiar con la repatriaci­ón de sus restos, que creo que debe de ser algo incómodo hasta para un muerto.

En estos días se habla del deseo de la sobrina nieta de Jorge Luis Borges, Mariana de Torre, hija de Miguel de Torre, fallecido en septiembre de 2022, y nieta de Norah Borges, hermana del escritor, y de Guillermo de Torre. Mariana encontró una carpeta con los documentos que dan cuenta de las tratativas de su padre para repatriar los restos de Borges, y decidió retomar la misión, ahora que María Kodama no es ya un obstáculo, como lo fue siempre para todo lo relacionad­o con Borges, que vaya uno a saber cuál era. Hasta quienes no se ocupaban de denigrarla podían recibir de un momento a otro una intimación (unas obras completas que haría falta compilar: las cartas-documento enviadas por María Kodama). Pero volviendo a Borges, que como todos sabemos murió en Ginebra el 14 de junio de 1986, y cuyos restos descansan en el cementerio Plainpalai­s, en la capital suiza, al parecer hay poemas que dan cuenta de su deseo que sus restos descansen en la bóveda familiar, en la Recoleta, donde también están los restos de su amada madre. Sea como fuere, aunque Borges no hubiese escrito ni una palabra dando conformida­d para que sus restos regresaran al país, creo que habría que traerlos de todos modos. Mejor dicho: habría que traerlos aunque se hubiese negado terminante­mente. Porque la voluntad de los escritores no le importa a nadie.

Leopoldo Lugones se suicidó tomando un cóctel fulminante de whisky y cianuro, y junto al vaso vacío encontraro­n una breve esquela que entre otras cosas decía: “Prohíbo que se dé mi nombre a ningún sitio público”. Bastante explícito fue el suicida. Y sin embargo, terminaron dándole su nombre a una autopista. No a una plaza, no a un panteón, ni siquiera a un aeropuerto, donde los aviones decolan como poemas lanzados a volar en el cielo de la literatura. No: a una autopista.

El propio Borges, creo que en conversaci­ones con Osvaldo Ferrari, en determinad­o momento dijo algo así como que no quería que su nombre terminara designando a una calle, porque era de la opinión que de los hombres célebres que acaban siendo nombres de calles se termina olvidando todo, y solo pasan a ser un nombre, vacío y perdido en un barrio lejano. ¿Y qué terminaron haciendo? Le pusieron Jorge Luis Borges a una calle. ¿La voluntad de Borges no era esa? ¡Y a quién le importa! ¡En este país la voluntad de los escritores la usamos como pantalla en la que podamos proyectar nuestros epítetos más justos y amorosos, esas cosas que solo tienen sentido dentro de los límites de nuestro país!

¿Los restos de Cortázar descansan en el cementerio de Montparnas­se? ¡No tienen nada que hacer allí! ¡Hay que repatriarl­os! ¿Los de Osvaldo Lamborghin­i en el cementerio Montjuic, en Cataluña? ¡Qué vuelvan! ¿Los de Wilcock en el cementerio Protestant­e de Roma, a pocos pasos de los de Gramsci? ¿Y qué hacen ahí? ¡Que vuelvan! ¿A quién le importa la última voluntad de esa gente? ¿Tráiganlos! De cualquier forma no van a quejarse...

 ?? FOTO: MANUEL CASCALLAR ?? mariana de torre.
FOTO: MANUEL CASCALLAR mariana de torre.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina