Perfil Cordoba

Un monstruo de la literatura

Nutrido con ilustracio­nes a color, testimonio­s y material de archivo que acompañan la exhaustiva investigac­ión de Martín Felipe Castagnet, se publica en nuestro país un libro luminoso que es, a la vez, un análisis profundo y dedicado de la editorial Minot

- OMAR GENOVESSE

Este libro ejemplar lo es en el sentido que define el concepto de libros ejemplares. En tanto concepto de colección, criterio de traducción y edición, también en el aspecto del diseño de formato y tapa. Un evento inusual, exitoso, histórico y formador de lectores. Minotauro es sinónimo de esa magia editorial, y también de Francisco “Paco” Porrúa (1922-2014), nacido en Galicia, criado en la Patagonia argentina, educado en Filosofía y Letras de la Universida­d de Buenos Aires, lector, traductor, editor, corrector infinito de lo publicado, bestia en el laberinto de una Babel que desentraña Martín Felipe Castagnet (1986), con edición preciosist­a de Matías Raia.

De existir alguna duda sobre qué material literario nos ocupa, recomiendo que la lectura comience por el final: el extenso listado de casi 300 títulos publicados por Porrúa que figuran como anexo.

En sí, como letanía y homenaje, Una odisea de Paco Porrúa es el testimonio de aquella época cultural argentina que va de Jorge Luis Borges a Angélica Gorodische­r, de Julio Cortázar a Italo Calvino, de Marcelo Cohen traduciend­o a ciertos autores de habla inglesa indignados por la aparición de ese autor incómodo: J.R. Tolkien. El señor de los anillos fue, antes que un éxito de cine, una lectura de culto desde 1977. ¿Será por su calidad literaria o porque Porrúa trabajaba las traduccion­es para elevar el caudal lingüístic­o de la obra? ¿Hasta qué punto Ray Bradbury era tan poético como realmente lo trabajó este editor convertido en la sombra del producto? Sí, Porrúa sabía cómo hacer que un libro tomara forma material, que fuera leído, en una fórmula mágica del boca a boca que ni lo viral contemporá­neo podría imitar.

Estamos ante una lectura imprescind­ible para que los futuros lectores tomen real dimensión del trabajo de edición. Existe una idea, apenas aproximaci­ón, alguna lectura lateral, pequeños vientos que desatan un temporal discreto. Eso es el catálogo, la serie, los nudos de las cuerdas discursiva­s que podemos invocar como estilos literarios disímiles pero a la vez genéricos: representa­n una progresión literaria tan asimétrica como díscola.

Porrúa era tan precoz como aventurero, marino en lo suyo, como su padre. El inmenso mar de los significad­os produjo esa marea que opuso factores, junto a la coyuntura comercial, ante los que terminó cediendo por cansancio. Presumía de invisibili­dad, pero a la vez fue fundamenta­l dando trabajo y entidad. Con él tradujeron, entre otros, Rodolfo Walsh y Pirí Lugones.

Volvió a España tras la muerte de Franco. Fue un argentino exiliado añorando el círculo intelectua­l de este país, ya destrozado y disperso. Quedan los libros traducidos, impresos, rastros indelebles de una corrección imposible. El primer libro que publicó fue prologado por Borges, un gesto de grandeza hacia la ciencia ficción y la despectiva discusión que intentó acallarla como género. Ideas, se trata de ideas. Nada más molesto para quienes no las distinguen, ni siquiera en una ficción. En Editorial Sudamerica­na, Porrúa recomendó a Enrique Pezzoni como reemplazo a su trabajo de editor. A su vez Pezzoni legó a Luis Chitarroni su lugar. Esa trilogía temporal no fue casual y será, eso sí, tan irrepetibl­e como definitiva. Ahora, lectores, a leer…

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