Porrúa en Sudamericana
En Sudamericana, Porrúa fue el primero en volver a confiar en Julio Cortázar, cuando los ejemplares de Bestiario (1951) seguían almacenados en el depósito de Sudamericana. La relación entre ambos inauguró el período exitoso de Cortázar, a partir de la publicación de Las armas secretas (1959) y casi inmediatamente de Los premios (1960). En 1962, luego de un nutrido intercambio epistolar, Porrúa le propuso recopilar sus textos sobre cronopios; Cortázar terminó por publicar lo que sería Historias de cronopios y de famas en Minotauro. Porrúa era, para entonces, un buffer entre Cortázar y López Llausás: Por un lado defiende el proyecto literario de Cortázar ante sus jefes, pero nunca deja de defender los intereses de la empresa; dicho de otro modo, gracias a Porrúa, y a pesar de no pocos conflictos, Cortázar mantuvo una notable fidelidad a Sudamericana”. Porrúa editó la mayoría de los libros de Cortázar en Sudamericana, excepto Octaedro.
Paco Porrúa: Con Cortázar pasaban cosas raras todo el tiempo. Supuestas casualidades y manifestaciones del azar que él no consideraba para nada como simples coincidencias. [...] Y lo curioso era que, si tenías una relación más o menos cercana con Cortázar, estas rarezas comenzaban a ocurrirte a vos. A mí me ocurrieron varias. Me acuerdo, por ejemplo, de estar escribiendo el texto para la contratapa de Historias de cronopios y de famas y de no poder sacarme de la cabeza la imagen de una habitación llena de piolines que iban de pared a pared, cruzándose. Recuerdo que entonces llamé a Cortázar y se lo comenté y que se rio en el teléfono con esa risa inconfundiblemente suya y me dijo: Guardá esa idea para la contratapa de mi próximo libro . Y meses después, leyendo Rayuela, me di cuenta de lo que quería decirme: ahí estaba esa habitación surcada por piolines en un capítulo que, me explicó Cortázar, era el que estaba escribiendo él justo cuando yo lo llamé por teléfono para hablarme de mi habitación con piolines”.
En el abundante epistolario que comparten se puede seguir paso a paso la edición de Rayuela (1963): Prepárese, son unas 700 páginas , le escribe Cortázar, pero yo creo que ahí adentro hay tanta materia explosiva que tal vez no se haga tan largo leerla. De ilusiones así uno va viviendo (22 de mayo de 1961). Y luego: (No me imagino a la Sudamericana publicando eso. Se van a decepcionar horriblemente, este Cortázar que-iba-tan-bien...). Terminé la obra gruesa del libro, y lo estoy poniendo en orden, es decir que lo estoy desordenando de acuerdo con unas leyes especiales cuya eficacia se verá luego (14 de agosto de 1961). Un año después, Cortázar ya tutea a Paco: “Bueno, por supuesto todo lo que me decís en tu carta sobre Rayuela me ha dejado tan conmovido que no intentaré siquiera darte una idea. [...] Mira, Paco, a mí no me importa tanto que el libro te parezca bueno aunque eso tiene para mí una enorme importancia, por supuesto ; lo que realmente cuenta es que hayas estado tan desconcertado, tan trasladado , tan enajenado y tan al borde de un límite como lo está el pobre Oliveira, como yo cuando me batía a puñetazos con Oliveira en cada capítulo del libro. Le dije a Aurora: Ahora me puedo morir, porque allá hay un hombre que ha sentido lo que yo necesitaba que el lector sintiera . El resto será malentendido, idiotez, elogios, la feria de siempre. Ninguna importancia. Y lo que en el fondo más me ha gustado es que hayas tenido el deseo de tirarme con el libro por la cabeza. Pero claro, Paco. Pocas veces se ha podido ser tan insoportable, tan exasperante como creo que lo soy en algunos momentos. Lo sé de sobra, y me atengo a las consecuencias. Más adelante, si el libro se edita, querré tus críticas concretas, y sé que no me escamotearás nada de lo que pienses. Ahora me quedo con el enorme alivio de saber que cuatro años de trabajo valían de algo”.
(…) También publicó a Alejandra Pizarnik, Manuel Puig, Arturo Carrera, Alberto Girri y Juan José Saer. En 1965, tras leer las primeras obras de Gabriel García Márquez, Porrúa lo contactó y con un cheque inmediato de 500 dólares se aseguró la publicación de la novela que el colombiano estaba escribiendo: Cien años de soledad (1967). La publicación ya estaba decidida con la primera línea, con el primer párrafo. Simplemente comprendí lo que cualquier editor sensato hubiera comprendido en mi lugar. [...] Tampoco le hice ninguna corrección , dijo Porrúa en una entrevista con Max Seitz para la BBC en 2007.
Paco Porrúa: “El día que García Márquez me leyó en Buenos Aires para grabar un capítulo de Cien años de soledad me di cuenta de que era un texto raro, un texto para contar en voz alta delante de la gente, delante de amigos”.
Cuando el editor le contó que la tirada sería de 8 mil libros, García Márquez le respondió asustado: Paco, ¿por qué no empezar más suavemente? Solo ese año se vendieron 67 mil ejemplares.
Años más tarde, la editorial atravesaba por una situación difícil debido a la hiperinflación, y a García Márquez le propusieron editar sus libros en Barcelona y desde allí exportarlos a la Argentina, a lo que se negó rotundamente.
Gabriel García Márquez: “En ese momento le di a mi agente, Carmen Balcells, estas instrucciones precisas: ‘Pase lo que pase, en cualquier circunstancia, quiero que mis libros sigan siendo editados por Sudamericana. Nunca voy a olvidar la fe que Paco tuvo en mí y el dinero que me mandó cuando más lo necesitaba, sin haber leído ni una línea de Cien años de soledad. Mi relación con Sudamericana está unida al nombre de Paco Porrúa. Mi gratitud es con él”.
Como gerente de publicaciones de Sudamericana, Porrúa también publicaba libros de Sergio Pitol, Álvaro Mutis, Antonio Cisneros, Héctor Bianciotti, Severo Sarduy, Lawrence Durrell, Clarice Lispector y Antonio Skármeta, entre otros, además de obras de filosofía y de la escuela de Frankfurt.