Una historia de amor
Tres meses; un año
Autor: Fernando Chulak
Género: novela
Otras obras del autor: Tilde, tilde, cruz;
Beatriz Viterbo, $ 7.950
GONZALO SANTOS Las primeras páginas de este libro nos dejan al borde de una posibilidad alarmante. En algún lugar de Epecuén – lugar donde también transcurren las otras novelas del autor–, hay un hombre que parece estar lidiando con una pérdida –la de Julia, su mujer– y narra entonces una cotidianeidad atravesada por lapsus, vacíos y un perro que no se sabe por qué ladra. ¿Será otra de esas ficciones sobre el duelo donde no ocurre prácticamente nada? ¿Habrá sólo un hombre que se hace bifes a la plancha, se lava los dientes y experimenta saudades?
Fernando Chulak tiene una prosa poética muy agradable con la que podría sustentar una narración de esa naturaleza, pero por suerte la apuesta es otra: pronto advertimos que hay trama –o sea, van a pasar cosas– y suspiramos con alivio. El hombre lleva a su perro al veterinario y ve un folleto que muestra una mujer perdida, amnésica, cuya identidad se desconoce. Unos días después la va a buscar, se presenta como el marido y se la lleva a su casa. Ignoramos si se trata de su esposa, porque el narrador juega con la reticencia, la ambigüedad y escatima toda evidencia empírica que amenace con zanjar la cuestión. Lo que sabemos es que su vida cotidiana, a partir de entonces, se concentra en un acto pedagógico: enseñarle a ser Julia, quizás con la esperanza de que en algún momento ocurra una suerte de milagro ontológico.
Parafraseando al personaje de La invención de Morel, podría decirse que, si cocina como Julia, si duerme como Julia, si agarra la taza como Julia, si camina como Julia, si toma vino como lo tomaba Julia, entonces ya estaría Julia. El narrador, de hecho, juega con la posibilidad de la transmigración y la pedagogía se transforma, con el tiempo, en una metafísica: le enseña y, al mismo tiempo, la invoca. O más bien concibe la enseñanza como una invocación.
La referencia a la novela de Bioy Casares no es casual porque la novela, en cierto modo, podría leerse desde la ciencia ficción, en el sentido de que tiene una dinámica muy parecida a esas ficciones cuyos personajes, incapaces de lidiar con una pérdida, intentan recuperar al ser querido a partir de un artificio tecnológico, como hizo Descartes –según dice la leyenda– con su hija Francine, o como pasa en el episodio Be right back, de Black Mirror. La mujer amnésica es, desde esta perspetiva, un ente escribible como lo podría ser un androide, o una ginoide. Una tábula rasa sobre la que se puede imprimir un carácter, un repertorio de gestos, un pasado en común. La diferencia, en todo caso –o una de tantas–, es que en este tipo de narraciones tarde o temprano suele haber una distorsión aberrante que puede suscitar horror o inaugurar nuevas perversiones.
Chulak elige otro camino. Tres meses; un año podría haber explorado ese rumbo, pero el autor opta por una alternativa un poco menos oscura y construye una historia de amor que transcurre justo antes –y este dato temporal constituye una metáfora, una clave de lectura– de que la crecida del lago termine por convertir a Epecuén en esa devastación que hoy
El hombre lleva a su perro al veterinario y ve un folleto que muestra una mujer perdida, amnésica, cuya identidad se desconoce. Unos días después la va a buscar, se presenta como el marido y se la lleva a su casa.