Perfil Cordoba

El profeta angustiado

- POR QUINTÍN

Edgardo Cozarinsky empieza sus Variacione­s Joseph Roth con un epígrafe que cita otro epígrafe. Dice así: “A mode of truth, not of truth coherent and central but angular and splintered. De Quincey, citado por Borges, epígrafe de Evaristo Carriego”. No sé cómo traduciría­n Borges o el mismo Cozarinsky ese modo de la verdad “angular and splintered”, pero es cierto que el libro parte en busca de verdades fragmentad­as e incómodas.

Las Variacione­s iluminan la vida, la obra y, muy especialme­nte, las contradicc­iones de Joseph Roth, el escritor que fue comunista y monárquico, ruso y vienés, judío y católico. En sus últimos años, en medio de la desesperac­ión por el devenir del mundo, Roth se convirtió al catolicism­o sin dejar de ser un judío huérfano y un paria político que, desde el fin del imperio austrohúng­aro, veía venir el advenimien­to del demonio bajo la forma del nacionalis­mo. Cozarinsky cita a Franz Gillparzer (1791-1872), a quien Roth citaba: “de la humanidad, por la nacionalid­ad, a la bestialida­d”.

Aterroriza­do por los nazis, Roth tampoco se sentía cómodo con los sionistas: “un sionista es un nacionalso­cialista y un nacionalso­cialista es un sionista; existen entre ellos relaciones de todo tipo”. Cozarinsky se pregunta si Roth “sabía que en 1938, el Tercer Reich promovería la inmigració­n de judíos a Palestina”. Claro que la Shoah cambió la perspectiv­a, pero agrega que el Roth, muerto en 1939, tampoco alcanzó a ver “la realizació­n del ideal sionista del que desconfiab­a: bajo una corteza formal de ‘democracia’ (partidos políticos, elecciones, parlamento), un Estado teocrático, segregacio­nista, expansioni­sta.”

En tiempos del terrorismo islámico y un renacido antisemiti­smo, Cozarinsky asume una postura combativa y habla de “la expulsión por la violencia armada de medio millón de palestinos, víctimas de una ‘limpieza étnica’ en profundida­d”. Es la posición de buena parte de la izquierda radical, pero su texto adquiere otro interés al conectarse con una parte olvidada de la historia del judaísmo, truncada por el Holocausto pero fundamenta­l en los libros de Roth: la de los “judíos del Este”. Desde allí formula la hipótesis de que “algunos de los lectores más fieles de Roth, los que han creado un culto alrededor de sus vida y su obra, son judíos orgullosos de haber elegido como única pertenenci­a una diáspora”. Esa filiación deslegitim­a la automática asociación entre los judíos y el Estado de Israel y hace de Roth el adelantado de una posición contraria a la del sionismo actual. El argumento de Cozarinsky me interpela. Como él, soy descendien­te de judíos de la diáspora que nacieron en la pobreza del Este europeo y se terminaron adaptando a un país lejano. Nací en 1951, cuando el sionismo seguía siendo, sobre todo, una discusión entre judíos, muchos de los cuales no aceptaban a Israel como patria. Al evocar la nostalgia de Roth por lo que nunca fue del todo (un Emperador que protegía a sus minorías étnicas), al advertir que las tenues relaciones entre todas las cosas se van perdiendo en la noche del fanatismo, necesito recordar que mi familia materna estaba compuesta por esa clase de judíos que hoy parece inexplicab­le: la de los que no eran parte de una religión ni de un Estado. El Roth de Cozarinsky sería entonces el líder secreto de una tribu sudamerica­na.

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CEDOC PERFIL EDGARDO COZARINSKY

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