LA HISTORIA SENTIDA
J.Z. —¿Había en vos una idea de crítica social o de disfrutar esa cosa fuera del sistema que son Justina y Alexia? —Cuando empecé a escribir el guión pensaba que la película tenía que terminar sí o sí con la venta de la casa. Solo imaginaba que la emancipación de Justina podía suceder incumpliendo la promesa. Pero después de pasar varios años con ellas fui entendiendo a Justina, y la película empezó a concentrarse en cómo Justina se logra apropiar de una casa que, desde lo estrictamente legal, ya le pertenece. Creo que este proceso abre la pregunta acerca de cuánto espacio hay para la movilidad social. Pero la verdad es que no pensé la película desde la crítica, porque no me ayudaba para acompañar el proceso de Justina. La historia es tan contradictoria y encierra una paradoja tan grande que no hacía falta subrayar nada.
También me interesaba concentrarme en lo luminoso que tiene el vínculo de Alexia y Justina, y todo lo emancipatorio que aparece cuando ellas logran apropiarse del espacio. La idea de poseer un castillo en medio del campo nos despierta a muchos (o al menos a mí) una infinidad de ideas delirantes y de despilfarro, que en la película están encarnadas en general por Alexia.
Eso me parecía muy hermoso de ver: a Alexia hacer prácticas de manejo en el campo, o Justina llenar la casa de animales. Es decir, cómo esta madre e hija habitan una propiedad que es desproporcionada para sus necesidades. Y al final eso me resultaba mucho más poderoso que la idea de incumplir la promesa: habitar el lugar a su manera, vivir a su manera, y finalmente poder descansar.