“Gracias a ellas terminamos haciendo una película luminosa”
El director narra el proceso detrás de su producción El castillo, una cruza de géneros, que va y viene entre diferentes modos de contar una historia única y excepcional.
Un relato que posee un corazón enorme, pero que también sabe ver la forma en que las diferencias de clase pueden definir un momento, un cuento, y expandir lo que el cine es. Ellas son Justina y Alexia, un vínculo que el director Martín Benchimol observó durante años, y son la base y alma de El castillo, la película del director que tendrá funciones en enero en Cacodelphia y desde el 25 de enero al Gaumont. ¿Dónde nace la idea del castillo como rincón para filmar y qué crees que dice de vos como autor?
Benchimol:
“La primera vez que fui al castillo desde ya me asombró encontrarme con una mansión estilo francés en medio de la llanura pampeana. Pero lo que en realidad me motivó a hacer la película no fue la arquitectura del lugar sino conocer a Justina y a Alexia”. Y suma: “En ese momento ellas estaban recién instalándose en el castillo (que se usaba como casa de fin de semana). Justina me contó que trabajaba desde los 5 años para la antigua dueña, y que le había prometido cuidar del lugar a cambio de heredarlo. Ella, una trabajadora oriunda del
Chaco, se había convertido sorpresivamente en propietaria, y ahí estaba junto con su hija Alexia –en ese momento de 14 años– desempacando unas pocas cajas con pertenencias, repartiéndolas en algunas de las habitaciones. En ese momento no pensé muy bien qué tipo de película podía hacer, ni tampoco tenía claro que iba a hablar de las contradicciones del sistema de clase. Pasé una tarde con ellas, sentí una conmoción muy grande y les propuse que hiciéramos una película. Quizás eso hable de mí como autor: lo que me mueve a hacer una película no es un tema, sino por el interés o las ganas de descubrir a lxs protagonistas. Luego me voy enterando de qué temas estoy hablando”.
—¿Cuándo Justina y Alexia se incorporaron en la narrativa?
—Desde el inicio me resultaba bastante evidente que Justina era la protagonista, pero en los años previos al rodaje Alexia pasó de tener 14 a 20 años y eso inevitablemente transformó la película. Al momento de filmar ya no era una madre sosteniendo una casa y una hija, sino una madre-hija que tienen una relación de amistad, de sociedad, de mucha complicidad y también de un inevitable hastío por ser la una para la otra prácticamente el único vínculo cotidiano. También empezó a ser cada vez más visible para mí la pertenencia de clase de Alexia, que es completamente distinta a la de su mamá. Ale creció bajo el ala de la antigua dueña, fue a un colegio privado, habla inglés, consume mucho contenido norteamericano, y nunca le faltó nada. Por eso la vida en el castillo representa para ella un descenso de clase respecto de lo que conocía de su “abuela” –como llama ella a la antigua dueña–. Entonces la separación madre-hija condensaba varios elementos centrales de la película y me conmovía muchísimo. Porque más allá de lo peculiar de la historia, había algo muy emotivo de una madre y una hija que solo se tienen entre sí, y aún así planean separarse.
“Lo que me mueve es el interés de descubrir a lxs protagonistas.”
—¿Qué apareció en el rodaje que no pensabas que iba a estar ahí, y hoy es crucial a su identidad?
—El final de la película. Es algo que tardé en incorporar, porque empecé a escribir el guión con una sensación de claustrofobia y cierto dramatismo. Y gracias a pasar mucho tiempo con las protagonistas y conocerlas, terminé haciendo una película mucho más luminosa y con pinceladas mágicas. O sea, lo que apareció es el carácter lúdico, que es también lo que define mí vínculo con Ale y Justi. Creo que la culpa burguesa a veces nos hace abordar las temáticas sociales con solemnidad, y eso en realidad genera una distancia muy grande con lxs protagonistas. ¿O acaso el humor también es pertenencia de las clases media-altas?