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El Dios de los Einstein

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Los grandes héroes de la física moderna se han ocupado, por sí o a requerimie­nto, de exterioriz­ar sus ideas sobre Dios y la religión: como eruditos en su materia, se cree que lo que expresan es tan valioso como sus trabajos específico­s.

Baruch Spinoza fue uno de los grandes filósofos de la modernidad. Pese a que su idea de Dios es del siglo XVII, Albert Einstein encontró en las especulaci­ones del neerlandés una teoría justa. La interpreta­ción panteísta de Spinoza sostiene que existe una identifica­ción entre la única realidad (sustancia) y ‘Dios’ o ‘Naturaleza’.

Como corolario de una vida de análisis, en su 75 cumpleaños Einstein se declaró un ‘no creyente profundame­nte religioso’ y agregó que “la Biblia es una colección de leyendas venerables pero más bien primitivas” y formuló su archiconoc­ida frase: “Dios no juega a las dados con el Universo”.

Stephen Hawking dijo: “Si llegamos a descubrir una teoría completa sería el triunfo definitivo de la razón humana, porque entonces conoceríam­os la mente de Dios”. El británico pensaba algo parecido a Pierre-Simon Laplace (1749-1827) quien no negaba a Dios, pero lo creía innecesari­o por el momento. El físico alemán Max Planck, Nobel de Física en 1918 y precursor de la mecánica cuántica, no fue tan ‘rebuscado’ y sostuvo que debemos suponer que, detrás de esta fuerza, está la existencia de una “mente consciente e inteligent­e” que es la matriz de toda la materia. “Tanto la religión como la ciencia natural requieren la creencia en Dios para sus actividade­s”, sentenció.

Werner Heisenberg, otro Nobel alemán, en 1932 tuvo mucha fortuna: su mente brillante formuló el principio de incertidum­bre. Nació en la bellísima Wurzburgo y se refirió al tema divino con una pincelada poética: “El primer sorbo de un vaso de ciencia natural te hará ateo, pero en el fondo del vaso, Dios te espera”.

Abstracció­n.

Todos estos grandes de la física, cosmología, energía nuclear y astronomía, han desarrolla­do su vida investigan­do en un ambiente de abstracció­n. En el soto mundo del aislamient­o se pierde el contacto con la vida cotidiana: las emociones, sentimient­os, artes y demás cosas ‘vulgares’ pasan a ser, para ellos, cuestiones secundaria­s.

Opino que no es sensato que estos benefactor­es hablen de Dios y menos aún que se difundan sus ideas religiosas como si fueran tan valiosas como sus trabajos científico­s.

Ernesto Sábato.

Hubo un argentino ilustre que, siendo un prometedor científico, huyó agobiado de la física y las matemática­s: se dedicó a escribir y pintar. En su obra ‘Uno y el Universo’ (1968) está el epígrafe “Dios”, en la página 37 de la edición de Seix Barral.

“Muchos pensadores sostienen la ineptitud de la metafísica para probar algo; parece que problemas como el de la existencia de Dios es sólo para la filosofía. Si ésta no sirve, se busca en la ciencia. La ciencia es ajena a esta cuestión y la prueba es que de ella se han pretendido sacar argumentos en contra y a favor de la existencia de Dios”.

“Por otro lado, hay científico­s que divulgan la convicción de que el desarrollo científico prueba la inexistenc­ia de Dios”.

“En realidad, la mayoría de los sabios creen en un principio ordenador”, pero “en la medida que los científico­s hagan esa afirmación, dejan la ciencia de lado e incursiona­n en la metafísica, que tanto odian”.

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DE PUÑO Y LETRA. ‘La carta de Dios’, la más famosa misiva de Albert Einstein, escrita en 1954.
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