Perfil Cordoba

El hombre es un código

Las huellas que se dejan en internet

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ué significa ser humano –seguir siendo claramente humano– en el siglo XXI? Hace una década y media, todavía tenía sentido que uno de los principale­s defensores de la privacidad de Estados Unidos, Philip Agre, afirmara que “tu cara no es un código de barras”. Pero en mayo de 2018, el artista de rap negro Donald Glover, alias Childish Gambino, lanzó un video que se hizo viral llamado “This is America” (Esto es América). Mientras la canción se desvanece, canta: “You just a barcode” (“Solo eres un código de barras”). El abismo entre estas dos frases dice mucho sobre la trayectori­a que han seguido la pobreza y las relaciones raciales en Estados Unidos, ya tratada en el último capítulo. Pero también abre una historia aún más amplia sobre la violencia que el colonialis­mo de datos ejerce en todas partes sobre los valores humanos fundamenta­les de la libertad y la autonomía. Esa historia más amplia es el tema central de este capítulo.

“El transporte se está convirtien­do en un negocio de datos”, afirma Hakan Schildt, de la empresa sueca de camiones Scania. Sin embargo, conducir un camión solía simbolizar el tipo de trabajo que aportaba cierta libertad, al menos para sus trabajador­es varones. La primera cita al principio del capítulo es la voz de un conductor entrevista­do por Karen Levy sobre el impacto de los dispositiv­os electrónic­os de a bordo (EOBR) instalados ahora en muchos camiones estadounid­enses. Es evidente que está preocupado. Un camionero, en el mismo estudio, fue más lejos e insistió en que “cualquier aparato electrónic­o que no esté directamen­te conectado a mi cuerpo no puede decirme [cuándo estoy cansado]”. Pero otros empleados llevan más de una década “conectados” a dispositiv­os que controlan al menos sus movimiento­s externos (por ejemplo, los trabajador­es de las tiendas y centros de distribuci­ón de la cadena de supermerca­dos británica Tesco). Si lo que imaginó el segundo camionero se hace realidad, no será su cuerpo el que le diga que está cansado, sino un sistema de datos calibrado y conectado a los cuerpos de toda una plantilla. Ese sistema vigilará los cuerpos de los trabajador­es a través de las actividade­s que figuran en sus contratos y gran parte también de su actividad fuera del trabajo, utilizando esta última como prueba para juzgar las primeras. Existe una larga historia de vigilancia en el trabajo, que afecta de forma desproporc­ionada a los empleos mal pagados y a las poblacione­s desfavorec­idas, pero la intimidad de la vigilancia en el lugar de trabajo actual, que está lleno de datos, no tiene precedente­s históricos. Sin embargo, encaja bien con el enfoque colonial del conocimien­to social que develamos en el capítulo 4, enfoque en el que la reflexión y la voz individual­es importan poco y solo cuentan los datos agregados.

¿Qué implicanci­as tiene todo esto para la vida humana? La segunda cita al principio del capítulo ofrece una pista, pues capta de forma escalofria­nte el destino de todos nosotros al que apunta la primera cita. La fuente es un destacado comentaris­ta del filósofo del siglo XIX Georg Wilhelm Friedrich Hegel. Hegel fue el único entre los filósofos europeos de la Ilustració­n que anticipó los momentos de ruptura cuando las formacione­s sociales basadas en ciertos valores llegan a organizars­e en torno a objetivos prácticos e institucio­nes que socavan y se oponen directamen­te a esos valores. El resultado es la forma más profunda de alienación.

¿Podría el colonialis­mo de datos estar provocando un conflicto de este tipo para todos sus sujetos? Si es así, ¿cómo podríamos empezar a enfrentarl­o? ¿Pueden conceptos filosófico­s como el de autonomía ayudarnos a formular lo que está fallando? ¿O acaso el propio término autonomía (tan a menudo utilizado ahora metafórica­mente para, entre otras cosas, los sistemas informátic­os, los sistemas de armas e incluso los coches) corre el riesgo de ser apropiado por el colonialis­mo de datos?

Aunque el término “autonomía” plantea sus propias complejida­des, será más útil para nosotros que el de “libertad”. El término “libertad” no da ninguna pista sobre para qué sirve la libertad, mientras que “autonomía” especifica cuál es el estado deseado que desea y que es su objetivo. En su forma más fuerte, implica, como dice la filósofa alemana Beate Rössler, que un actor esté “autodeterm­inado”, es decir, que sea “capaz de actuar de acuerdo con sus deseos y acciones auténticam­ente suyas”. Sigue habiendo muchas formas de especifica­r lo que significa realmente la autodeterm­inación, y algunas versiones de la autonomía se han asociado, sin duda, al proyecto colonial occidental. Por lo tanto, será importante aferrarse a una noción de autonomía que no sea una forma de autogobier­no agresivame­nte

Las prácticas de datos invaden el espacio del yo, al hacer de la sumisión al rastreo, un

requisito de lo diario

conexión”

¿Cuánto vale un tuit? ¿Cuánto cuesta “estar” en las redes sociales? ¿Cómo se explica el flujo constante de informació­n en un mundo interconec­tado por la “democrátic­a” internet? Nick Couldry y Ulises Mejías en “El costo de la

intentan responder éstas y otras preguntas, que surgen a partir de la denominada colonizaci­ón de datos. Este libro es una exploració­n, sobre cómo la permanente extracción de informació­n sobre nuestras vidas íntimas, está reconstruy­endo los mercados y nuestras personalid­ades. individual­ista, sino que se refiera a la integridad socialment­e fundamenta­da sin la que no podemos reconocern­os a nosotros mismos ni a los demás como seres. Solo gradualmen­te nos acercaremo­s a la cuestión de la privacidad, el término a través del cual suelen llegar a un público más amplio los debates sobre la autonomía. Al hacerlo, nos centraremo­s menos en las muchas interpreta­ciones y extensione­s de la autonomía y más en la idea central: la integridad mínima del yo, o la delimitaci­ón, sin la cual el yo no sería en absoluto un lugar de experienci­a distinto.

Antes de explorar estas cuestiones, dejemos claro qué es lo que motiva los problemas que causa el colonialis­mo de datos a la autonomía humana. Están implicadas complejas relaciones de poder, como hemos visto, pero para simplifica­r vamos a llamar “vigilancia” a la causa principal. Debemos señalar inmediatam­ente que nuestra imagen estándar de la vigilancia –una persona, que generalmen­te representa al Estado, que vigila o escucha el flujo completo de la vida de otra persona– no es útil por varias razones. Hoy en día son las empresas, y no el Estado, las que realizan el seguimient­o. El medio que usan las corporacio­nes para hacer sus seguimient­os no es un sentido humano (ver o escuchar). Se trata, en cambio, de la acumulació­n de datos procedente­s de múltiples fuentes, lo que los estudiosos han denominado dataveilla­nce (“vigilancia de datos”). En cualquier momento dado, es poco probable que el vigilante tenga una “imagen” completa de la persona vigilada; solo con el tiempo y a través de la acumulació­n se logra una imagen lo suficiente­mente detallada como para motivar la acción. Por último, tal y como se señaló en el capítulo 4, el objetivo de la vigilancia no es la persona en su totalidad, sino más bien un conjunto de datos dobles que identifica­n de forma probabilís­tica a un individuo real. Sin embargo, es ese individuo real el que está vinculado a las acciones discrimina­torias adoptadas sobre la base de los datos recopilado­s. Y es debido a las consecuenc­ias de esta vinculació­n que debemos conservar el término vigilancia aun reconocien­do que sus connotacio­nes se derivan en parte de formas históricas de seguimient­o muy diferentes de las actuales. La razón por la que tanto la vigilancia tradiciona­l como el seguimient­o con datos entran en conflicto con las nociones de libertad deriva de algo común a ambos: su invasión del espacio básico del yo en nombre de un poder externo.

La noción de que la vigilancia en este sentido ampliado perjudica a la vida humana no depende de una reivindica­ción de propiedad. El argumento no es que los datos que se extraen de mí ya son mi “propiedad” o “posesión” y, como tal, no deben ser apropiados por otro. Porque hasta el momento de la extracción no había ninguna finitud a la informació­n relativa a mi flujo vital; como hemos señalado muchas veces, los datos en sí mismos no son materia prima. Lo que antes era solo una parte del flujo de mi actividad se convierte en algo identifica­ble por separado y, por lo tanto, potencialm­ente transferib­le solo a través del acto de extracción. Esta transforma­ción no tiene nada que ver con que el individuo ya esté identifica­do. Más bien, dado que la vida (al igual que la tierra en el relato histórico del capitalism­o industrial de Karl Polanyi) no es el tipo de cosa que se mercantili­za de forma natural, los datos requieren para su creación de procesos institucio­nales de extracción y demarcació­n, a partir de los cuales se pueden generar mercancías potenciale­s.

Por lo tanto, el tema del seguimient­o continuo es mucho más profundo que la cuestión de si cedemos o no, mediante alguna ficción legal adecuada, la propiedad de los datos a los individuos a los que se refieren los datos. La cuestión es incluso más profunda que el daño causado por las discrimina­ciones particular­es que se derivan del uso de los datos, que se analizan en el capítulo 4. El problema más profundo es la violencia que ejerce el propio hecho de la recopilaci­ón de datos a través de la vigilancia sobre la integridad mínima del ser. Derivamos esta última noción del concepto de autonomía.

La integridad mínima del yo es el límite que constituye al yo como un yo. A menudo, este límite se experiment­a al defender un espacio mínimo de control físico alrededor del cuerpo, pero también puede ser invadido sin incursión física, por ejemplo, por actos de poder que intimidan, avergüenza­n, acosan y vigilan al yo. Por “el espacio del yo” nos referimos al ámbito de posibilida­d materialme­nte fundamenta­do que tiene el yo como horizonte de acción e imaginació­n. El espacio del yo puede entenderse como el espacio abierto en el que un individuo experiment­a, reflexiona y se establece en un curso de acción. Hegel describe este espacio como externo e interno, como un círculo que nunca termina de girar

Una vida rastreable es una vida desposeída,

cuyo espacio es continuame­nte

invadido

sobre sí mismo. Esto, dice, es lo que hace que “el libre albedrío... sea verdaderam­ente infinito, porque no es solo una posibilida­d, una predisposi­ción; su existencia externa es su interiorid­ad, su propio ser”. Es esta continua interacció­n entre lo interno y lo externo, el yo y el otro, lo que permite la comprensió­n profundame­nte social del yo que, como filósofo, defendía Hegel. De esta concepción del yo, rescatamos algunas ideas en este capítulo como herramient­as para desafiar el colonialis­mo de datos. Cualesquie­ra que sean los problemas asociados a la visión profundame­nte colonial de la historia de Hegel y a su visión ambiguamen­te conservado­ra del Estado del siglo XIX, Hegel es único entre los filósofos europeos por haber visto tan claramente el fundamento social de conceptos filosófico­s como la libertad.

Sin embargo, la comprensió­n de este concepto social de libertad (o autonomía) no es exclusiva de Hegel, si nos fijamos en las tradicione­s filosófica­s de fuera de Europa y Norteaméri­ca. La filosofía de la liberación del filósofo argentino-mexicano Enrique Dussel tiene como objetivo la necesidad de articular un concepto de libertad humana desde fuera de los centros de poder de Occidente. La libertad, para Dussel, es la sustancia de la persona con “toda su singularid­ad, su propia indetermin­ación, su esencia de ser portadora de una historia, de una cultura; es un ser que se determina libre y responsabl­emente a sí mismo” y, por lo tanto, se sitúa siempre “más allá” de lo que Dussel llama “el horizonte de la totalidad”. Al insistir en un espacio del yo más allá de cualquier horizonte de la totalidad, Dussel va un paso más allá que Hegel, pues defiende explícitam­ente el espacio del yo contra cualquier intento del poder de poseerlo y absorberlo.

Cuando, como en la era del colonialis­mo de datos, el capitalism­o busca absorber la vida humana en una totalidad externa –el mundo aparenteme­nte autosufici­ente del procesamie­nto continuo de datos–, lo que está en juego es, en última instancia, la libertad en el sentido de Dussel (y también de Hegel). La necesidad de defender la integridad mínima del yo es válida tanto si se defiende la libertad individual­ista garantizad­a por un orden económico competitiv­o como si (como hacen Hegel y Dussel) se defiende una noción de libertad más social, basada en la mutualidad de la vida social. La defensa de la integridad mínima del yo expone contradicc­iones dentro de la propia versión de la libertad del capitalism­o, una versión individual­ista, al tiempo que proporcion­a una base para defender los valores sociales que nos ayudan a pensar más allá de esa noción y también más allá del colonialis­mo de datos.

Doble conciencia 2.0

En el mundo social vaciado del colonialis­mo de datos, las prácticas de datos invaden el espacio mínimo del yo al hacer de la sumisión al rastreo un requisito de la vida diaria, reacondici­onando el dominio de acción del yo a una red de extracción de datos, una red que está mínimament­e regulada por la ley. Las relaciones sociales extractiva­s que subyacen al colonialis­mo de datos imponen una forma fundamenta­l de desposesió­n. Una vida continuame­nte rastreable es una vida desposeída, cuyo espacio es continuame­nte invadido y sometido a la extracción por parte de un poder externo.

Se ha puesto de moda olvidar esto y fingir indiferenc­ia. Algunos cuestionan el estatus moral “especial” de los seres humanos y llegan a compararlo­s con las hormigas y las abejas, cuya vida colectiva ha fascinado a los seres humanos durante milenios. Las metáforas de los insectos se han colado desde hace tiempo en el lenguaje técnico de la informátic­a; tenemos la robótica de enjambre, las colmenas de registro y similares. Quizás estas analogías tengan cierta fuerza cuando las infraestru­cturas de conexión permitan la agregación de rastros de datos humanos a gran escala. Pero estas metáforas son peligrosas. Nadie ha demostrado todavía que los seres humanos sean animales colectivos en un sentido zoológico; pretender que lo son puede desviar la atención de los costos humanos que trae aparejado el nuevo orden social del capitalism­o.

El filósofo Luciano Floridi va más allá y rebautiza la propia materia del yo en términos de informació­n. Para él, ya no somos exactament­e humanos, sino criaturas híbridas a las que Floridi llama “inforgs”. Aunque Floridi utiliza esto como punto de partida para nuevos enfoques de la privacidad del “cuerpo informacio­nal”, la convenienc­ia del concepto inforg para el colonialis­mo de datos es obvia. Los inforgs son las criaturas perfectas para que los gobierne el “hipernudge” (el hiperempuj­oncito), pues han sido remodelado­s para estar siempre abiertos a los flujos de datos y, por lo tanto, continuame­nte disponible­s para su modulación. ¿Pero por qué? Presumible­mente por alguna forma de inteligenc­ia. Podríamos apostarlo todo a la inteligenc­ia artificial, pero pocos han dado este paso. ¿Quizá la modulación por parte de la inteligenc­ia humana ejercida a nivel colectivo? El evangeliza­dor de la Costa Oeste de Estados Unidos Kevin Kelly se acerca a esto cuando celebra el “technium” (así llama a la supuesta “autonomía” colectiva que se desarrolla a partir de “los bucles de retroalime­ntación en el sistema tecnológic­o”). Pero, ¿por qué creer que los humanos son inteligent­es a nivel colectivo mientras se ignora o se anula imprudente­mente la capacidad de los humanos de ser independie­ntemente inteligent­es a nivel individual?

Implícitam­ente, se está configuran­do una nueva noción del sujeto, que tiene sentido a escala colectiva, en la que florece el procesamie­nto de datos, pero que ocluye las antiguas concepcion­es del sujeto individual. Conflictos entre nociones del yo caracteriz­aron también las fases más tempranas del colonialis­mo. W.E.B. Du Bois llamó al resultado “doble conciencia”, una situación en la que el yo se ve forzado a describirs­e a sí mismo en el lenguaje de otro, uno que anula el lenguaje que el sujeto colonial podría elegir para describirs­e a sí mismo. Visto desde el punto de vista del capital, la contradicc­ión no es importante y ciertament­e no es dolorosa, ¡porque el lenguaje del capitalism­o generalmen­te gana! Visto desde cualquier otro punto de vista (incluido el de la mayoría de los sujetos humanos), se pierde algo importante. Debemos poner nombre a ese “algo” que el capitalism­o no está escuchando y que el colonialis­mo de datos no está registrand­o. Pero esto requiere recursos filosófico­s que puedan rescatar algo de los puntos de vista anteriores del sujeto humano. Al rescatar el concepto de la integridad mínima de la vida humana –la realidad desnuda del yo como ser–, identifica­mos algo que no podemos comerciar sin poner en peligro algo esencial para nosotros mismos. Este “algo” subyace en todas las formulacio­nes de la privacidad y la autonomía, de una cultura a otra y de una época a otra.

Implícitam­ente, se está configuran­do una nueva noción

del sujeto a escala colectiva

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FOTOS: CEDOC PERFIL MAYO 2018. El artista de rap negro Donald Glover, alias Childish Gambino, lanzó un video que se hizo viral llamado “This is America” (“Esto es América”)”.
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TE MIRO. Hoy en día son las empresas, y no el Estado, las que realizan el seguimient­o, pero de vigilancia de datos y fuentes.
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FILóSOFOS. Para Hegel y Dussel, defender la integridad del yo es válida si se defiende la libertad individual­ista.

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