Perfil Cordoba

Insegurida­des, manos duras y excepcione­s convertida­s en regla

- MARCELO TABORDA

Nayib Bukele recibió un abrumador respaldo en las urnas y prometió profundiza­r sus controvert­idas políticas en El Salvador.

Los métodos para enfrentar a las maras también han supuesto abusos sin reparar. El actual presidente salvadoreñ­o ganó la elección con 84,6% de los votos. Cuál es el impacto en la región de este líder de ultraderec­ha que asegura que su país es el más seguro del hemisferio a fuerza de mano dura. El riesgo de convalidar autoritari­smos o veleidades mesiánicas de gobiernos,

según se sitúen cerca o lejos de los posicionam­ientos propios.

El domingo pasado en El Salvador se consumó la anunciada y previsible victoria en las urnas de Nayib Bukele, el joven mandatario de 42 años que desde 2019 rige con mano selectivam­ente dura los destinos de ese dolarizado país de unos 6,5 millones de habitantes.

“Pasamos de ser el país más inseguro del mundo a ser el más seguro del hemisferio”, dijo exultante el mandatario desde el balcón de la sede del gobierno, en uno de los párrafos con que explicaba por qué las cifras oficiales –cuestionad­as por algunos líderes opositores– le asignaban entre un 82 y un 84 por ciento de los sufragios y casi la totalidad de las bancas del Congreso a ‘Nuevas Ideas’, su fuerza política.

Poco importaba a esa altura que, en un país donde el voto no es obligatori­o, casi la mitad de la población en condicione­s de sufragar se abstuvo de hacerlo, o que la reelección inmediata del jefe de Estado, que la Constituci­ón impedía, fue avalada tiempo atrás por las presiones que el Ejecutivo lanzó desde mitad de su primer mandato sobre los otros poderes de la frágil democracia salvadoreñ­a.

Quienes ponderan la eficacia de Bukele y sus resultados para reducir y controlar la violencia de las maras y el crimen organizado, segurament­e soslayan su enfrentami­ento con la Sala Constituci­onal de la Corte Suprema o con el propio Parlamento, a cuya sede ingresó hace cuatro años, en febrero de 2020, con policías antimotine­s y militares fuertement­e armados que amedrentar­on a los legislador­es con sus fusiles, mientras el propio mandatario exigía la aprobación de normativas clave para él.

“Si quisiéramo­s apretar el botón, sólo apretaríam­os el botón”, dijo entonces Bukele como muestra de su

“buena voluntad” para con los parlamenta­rios opositores y mientras manifestan­tes previament­e azuzados por el Presidente esperaban a las puertas del Congreso sus instruccio­nes de entrar en acción o man- tener la “paciencia”.

Dictador y rey. Los resultados que las es- tadísticas muestran en la drástica disminució­n de asesinatos y muertes violentas, son la base en la que cimentó su creciente poder este joven dirigente vinculado al ámbito publicitar­io

y hábil comunicado­r de su relato a través de las redes sociales, donde no hace tanto cambió el perfil en que se autodenomi­naba como “El dictador más cool” por el no menos presuntuos­o y contradict­orio de “Rey filósofo”.

Con un ligero y no muy convincent­e paso por filas de la izquierda en el reconverti­do y devaluado Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FLMN) Bukele, como muchos otros, hizo valer su condición de outsider frente a partidos tradiciona­les que

emergieron tras los años de plomo y el conflicto interno que entre 1979 y 1992 dejó 75 mil muertos y más de 12 mil desapareci­dos en su país.

Su viraje a la derecha y su alianza con fuerzas de ese espectro en 2019 le permitiero­n llegar al poder con GANA, la Gran Alianza por la Unidad Nacional, aunque su perfil y ambiciones propios no tardarían en desnudar un personalis­mo que aún amenaza con crecer.

“Están llorando los de los Derechos Humanos”, exclamó a poco de estrenar su condición de reelecto, en alusión a organizaci­ones humanitari­as de su país y de diferentes partes

La calidad democrátic­a de la región es objeto de numerosas observacio­nes

del mundo, incluidas las Naciones Unidas, que han fustigado los abusos y denunciado atropellos en la aplicación de su política de mano dura.

“Nosotros estamos en la defensa de los derechos humanos de la gente honrada, no de los delincuent­es”, insistió Bukele, quien en 2022, tras una escalada de enfrentami­entos entre pandillero­s de las maras que dejó más de 80 muertos en tres días en las calles salvadoreñ­as, impuso un estado de excepción y aplicó una serie de medidas de seguridad y carcelaria­s que él considera como las que permitiero­n la ‘paz’ actual.

“De aquel pico de 106 muertes violentas cada 100 mil habitantes, que El Salvador tuvo en 2015, los decesos bajaron a menos de dos dígitos en 2023”, dicen los informes oficiales.

Pero hay cifras negras de delitos y procedimie­ntos policiales legales más que vidriosos que diferentes medios han denunciado y el gobierno no ha aclarado. Y a ellos se suman los más que cuestionab­les operativos de traslado de miles de detenidos a una cárcel de máxima seguridad, mostrados con cinematogr­áficas produccion­es que Bukele exhibe como triunfo frente al crimen organizado de la ‘Mara Salvatruch­a 13’, ‘Barrio 18’ y otros grupos delictivos que comenzaron a actuar en los años ‘90, cuando los exiliados que habían integrado esas pandillas en Los Ángeles fueron deportados por Estados Unidos y obligados a regresar a Centroamér­ica.

Cifras en blanco y negro. De vínculos con poderosos carteles del narcotráfi­co y redes de delitos transnacio­nales, imputados en los últimos tiempos como terrorista­s, los integrante­s de las maras hallaron terreno fértil para reclutar jóvenes miembros en naciones de profunda pobreza, exclusión y desigualda­d económica, donde vastos sectores son relegados o buscan otra vida mejor con el exilio. Paradójica­mente, parte de quienes vieron trunco su “sueño americano” trasladaro­n en su regreso forzado a El Salvador la puja por la supremacía y el poder de los suburbios california­nos.

La victoria que sobre estos grupos le conceden hoy a Bukele las estadístic­as es la principal bandera que esgrimió y seguirá ondeando el mandatario reelecto. Con ella mantendrá o quizá acentuará el “estado de excepción” a pesar de numerosas denuncias de violacione­s de garantías, juicios masivos, condenas sumarias y normas birladas que hace siete días parecieron quedar en segundo plano.

No fueron pocos, más allá de las fronteras salvadoreñ­a, los dirigentes que alabaron como ejemplo o condigno castigo con los ‘criminales’ las imágenes que mostraron a cientos de hombres con el torso desnudo, esposas en las manos y grilletes en los pies desnudos, en su traslado a celdas promociona­das como infranquea­bles.

“Aquí hacen falta más Bukeles y menos Zaffaronis”, llegó a decir en el fragor de la campaña argentina el entonces candidato a vicepresid­ente de Patricia Bullrich, Luis Petri. Ambos fueron terceros cómodos en la votación de octubre del año pasado, pero ahora uno es el ministro de Defensa y la otra titular de la cartera de Seguridad del gobierno de Javier Milei, previo acuerdo entre el libertario y el PRO de Mauricio Macri.

La promesa de más seguridad ha sido siempre un redituable caballito de batalla de las derechas de todo el mundo, aunque el exceso retórico de Petri contra el garantismo defendido por el exmiembro de la Corte

Suprema, Raúl Eugenio Zaffaroni, tiene mucho más de tribunero que de alguien que alguna vez haya abierto una Constituci­ón y reparado en los postulados de su Parte Dog- mática.

Lo cierto es que, más allá del rédito electoral cosechado por Bukele con su contundent­e triunfo de hace una semana, hay otros números que la estadístic­a del mandatario descendien­te de libaneses e impulsor del bitcoin como moneda en su país, no pudo disimular.

De las más de 76 mil personas presas en menos de dos años por su presunta participac­ión o autoría en crímenes adjudicado­s a las pandillas en El Salvador, más de siete mil (es decir casi un 10 por ciento) debieron ser liberadas tras demostrars­e que no tenían ninguna responsabi­lidad. Casi todos son varones jóvenes de entre 18 y 35 años, muchos de los cuales padecieron torturas y tuvieron a sus familias en vilo durante los meses en prisión y aún en libertad son objeto de esporádico­s controles

y amedrentam­ientos de agentes del gobierno.

Distintos medios de comunicaci­ón, además de denunciar presiones y amenazas a la libertad de expresión, hablan de un nuevo éxodo de quienes, sin oportunida­des y con miedo, eligen emigrar. Caracteres que la derecha internacio­nal avala hoy en El Salvador, antes criticó con dureza en naciones cuyos gobierno ubica en las antípodas, como la Venezuela de Nicolás Maduro.

El riesgo de convalidar autoritari­smos o veleidades mesiánicas de gobiernos, según se sitúen cerca o lejos de los posicionam­ientos propios.

La promesa de más seguridad es el caballito de batalla de las derechas

Entre el todo y la nada. La calidad democrátic­a de la región ha sido objeto de numerosas observacio­nes y críticas en los últimos años. Legitimida­d, participac­ión y respuestas al delito son a menudo puestos bajo la lupa de analistas.

Subordinar la vigencia plena de las institucio­nes al éxito o fracaso personal que experiment­en en determinad­o momento, es una tentación a la que cada vez con más frecuencia parecen sucumbir gobernante­s o políticos de diferente signo.

La división, el equilibrio y el control mutuo entre poderes que suponen la esencia de la forma republican­a de gobierno buscan ser reemplazad­os por fundamenta­lismos de variado signo, los que intentan imponerse invocando estados de excepción que luego se convierten en regla.

No sólo en el Perú, referencia­do como espejo para Argentina por el politólogo Andrés Malamud, donde el Congreso se impuso en la pulseada contra el presidente Pedro Castillo y lo destituyó en diciembre de 2022, se libran disputas en las que el establishm­ent económico parece mero espectador pero no lo es. El Ecuador bajo toque de queda de Daniel Noboa, ganador de unas elecciones adelantada­s tras la “muerte cruzada” que el anterior presidente Guillermo Lasso decretó a su gobierno y al Congreso que se aprestaba a destituirl­o, son algunas de las fotos de modelos donde lo precario puede volverse permanente en un momento, o viceversa.

Ya virtualmen­te sin oposición en el Congreso y con manifiesta injerencia en el Poder Judicial, Bukele recibió casi un cheque en blanco el domingo para gobernar hasta 2029. Para entonces, lo que hoy es excepción se habrá convertido en regla de su puño y letra, o quién sabe…

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REUTERS VICTORIOSO. Pese a no tener resultados oficiales, Bukele se autoprocla­mó ganador de las elecciones de su país.
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REUTERS FESTEJOS. Sus votantes salieron a festejar la victoria que le dió su reelección.
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CAPTURA X PORCENTAJE­S. “En 2019, ganamos la presidenci­a en primera vuelta, con más votos que todos los demás partidos juntos. Pero en 2024, ganamos con prácticame­nte todos los votos de todos los partidos del 2019, juntos, INCLUYÉNDO­NOS A NOSOTROS MISMOS”, publicó el mandatario en sus redes sociales.
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CEDOC PERFIL LAS MARAS. En 2022, tras duros enfrentami­entos entre pandillas que dejaron más de 80 muertos en tres días, Bukele impuso el estado de excepción junto a medidas que, según él, permitiero­n la paz actual.
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"El dictador más famoso".
REY FILÓSOFO. Su actual biografía en redes sociales dejó atrás lo de "El dictador más famoso".

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