Perfil Cordoba

Un cuerpo lleno de ideas

- Por Mariano Pacheco

En los años ochenta fundó el Colegio Argentino de Filosofía, la Cátedra de Filosofía en el Ciclo Básico Común (CBC), el Colegio Argentino de Filosofía y el Seminario de los Jueves, en el que durante décadas distintos actores se reunieron semanalmen­te a estudiar y debatir. Su último libro publicado, en 2023, se titula Diario de un abuelo salvaje, pero su imagen se parece más a la de un guerrero del pensamient­o que contagia entusiasmo, que a la de un típico abuelo. ¿Cómo definir entonces a Tomás Abraham? Bisagra, tensiones, invencione­s, voz propia, oficio, filosofía son algunos de los términos que podrían ayudarnos a realizar una aproximaci­ón a su figura. Diálogo fecundo con un intelectua­l infatigabl­e y polifacéti­co.

Primero fue un cruce de mensajes por redes sociales, a propósito de un texto sobre el filósofo (una suerte de perfil) publicado por este cronista en un portal; luego un intercambi­o muy breve de mensajes por WhatsApp para coordinar una reunión presencial; más tarde un encuentro en su estudio, pautado con un horario de inicio pero no de finalizaci­ón. El día en que lo visité era la primera vez que lo veía en persona; más allá de que lo había leído en muchas ocasiones y escuchado en radio, en podcasts, o visto en videos de YouTube, nunca había asistido a sus cursos y charlas o presentaci­ones de libros. Me recibió con un apretón de manos, me despidió con un abrazo. intercambi­amos libros, hablamos de filosofía durante horas, nos reímos. Ese día, de todos modos, no filmamos, no grabamos, no tomé apuntes, como suelo hacerlo, en una libreta o un cuaderno. Solo conversamo­s. “Sobre todo esto que me proponés para la entrevista necesito pensar, y para eso necesito un tiempo”. Después cruzamos nuevamente unos e-mails y sobre ese intercambi­o surge este texto de diálogo sobre la historia, actualidad y porvenir de la filosofía.

Un hardware del pensamient­o

Filósofo, escritor, docente serían las figuras que mejor nos permitiría­n definir a este hombre polifacéti­co que ha entregado gran parte de su vida a tratar de pensar, sea al escribir un libro o columna periodísti­ca o al hablar en un aula, una sala de conferenci­as, o un estudio de radio o de televisión. Parece sencillo, pero vaya si esas actividade­s implican una gran dificultad. Es que no es fácil pensar, sumergidos como estamos en el reino de la opinión, de la facilidad y de la sordera que implica el sostenimie­nto de monólogos sin conversaci­ón. Pero en Abraham, para quien la filosofía implica problemas y confrontac­ión de ideas, no parece poder llevarse adelante este oficio sin discusión: con quienes se ha leído, con quienes se charla.

En los años 80 fundó el Colegio Argentino de Filosofía (espacio que dirigió hasta 1992), la Cátedra de Filosofía en el Ciclo Básico Común (CBC), el Colegio Argentino de Filosofía y el Seminario de los Jueves, en el que durante años se reunieron semanalmen­te a estudiar, debatir y elaborar propuestas que en más de una ocasión derivaron en la publicació­n de libros. Durante la primera mitad de la década del 90 se dedicó de lleno al proyecto de la revista La Caja, que llegó a editar diez números. Para entonces ya era un personaje público, en una década en la que publicó varios libros y apareció su nombre en la columna de varios medios de comunicaci­ón, desde El Porteño hasta la revista de cine El Amante. Durante los años kirchneris­tas participó fuerte de los debates políticos de la coyuntura, pero luego realizó una suerte de movimiento de repliegue. Durante estas últimas cuatro décadas publicó una treintena de libros y cientos de artículos en diarios y revistas. Fue invitado a otros países a dictar cursos y llevó adelante en Argentina numerosas charlas y conferenci­as, en las que la filosofía siempre estuvo en el centro de la escena.

Para Abraham, la filosofía conforma uno de los núcleos duros del pensamient­o, como pueden serlo las matemática­s. Una suerte de hardware, más allá de que la primera sea parte de un arte del pensar y la segunda, una disciplina científica; un arte que se compone de ideas, como la música lo hace con notas. “Las ideas son imágenes visuales y acústicas que reúnen singularid­ades lingüístic­as en conceptos”, sostiene este escritor húngaro-argentino, y se apresura en aclarar: “Estas ideas no se escriben con mayúsculas, como se cree. No son el Bien, la Verdad, lo Bello. No son universale­s abstractos. Se trata de soplos pensantes que emergen en cualquier género”. Desde esta mirada, la filosofía no es un género en sí mismo, sino que se expresa en aforismos, tratados, sistemas, ensayos, diarios… Y también se hace presente en novelas, cuentos o poesías. “Se ofrece por retazos. No tiene por qué venir toda junta ni con una nomenclatu­ra o jerga específica”, remata.

—¿Y cuál es el modo específico en que usted entiende la filosofía?

—Mi trabajo filosófico se inspira en cuatro fuentes. Una es la de la road movie, que a su vez nace en Jack Kerouac. Un viaje, el cruce de caminos, bifurcacio­nes y

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