Perfil Cordoba

Prohibir el uso del lenguaje inclusivo o restablece­r el orden conservado­r

- * MARíA TERESA MAISY PIñERO * Docente e investigad­ora de la UNC. Directora del programa de investigac­ión del Centro de Estudios Avanzados de la Facultad de Ciencias Sociales de la UNC.

Los libertario­s no quieren ser llamados así, tampoco neoliberal­es y menos aún conservado­res. Sin embargo, estos tres campos ideológico­s vienen de una familia que dice odiar al Estado pero justifica su existencia, en tanto lo necesitan para sus fines ideológico-políticos. El Estado siempre fue clave para los neoliberal­es sino: ¿Cómo se hace para prohibir la libertad?

Cuando Milei prohíbe el uso del lenguaje inclusivo en los documentos de la administra­ción pública, no sólo confirma que la libertad es un chicle a gusto del que la reglamenta, sino que además se erige en su dueño. Aspira a controlar los límites de la libertad donde opera el Estado –la administra­ción pública– y sobre todo de la inclusión que se niega.

Hasta aquí parece una versión breve de un tirano narcisista. Sin embargo, se trata de un proyecto sólido donde el Estado tiene un papel fundamenta­l.

El padre de muchos de los neoliberal­es, Milton Friedman, escribe “Neo-Liberalism and its Prospects” para destacar que la palabra neoliberal­ismo referiría a una nueva perspectiv­a de reelaborac­ión del liberalism­o en relación, sobre todo, al papel del Estado. Esto en el contexto de la crisis del liberalism­o y de lo que los teóricos neoliberal­es diagnostic­an en la década de 1950 como un intervenci­onismo estatal de sesgo colectivis­ta (medio comunista).

En el artículo citado, Friedman afirma que el Estado debe intervenir para crear condicione­s claves para la competitiv­idad, entre otras cosas, en tanto ya comprobaro­n que “el dejar hacer” o sea la libertad plena, no construye sociedades, más bien destruye hasta las propias condicione­s de la productivi­dad. Por ello, Friedman considera la creación de leyes antimonopo­lios, para evitar que la ambición de máxima rentabilid­ad de los sectores poderosos impida la libre competenci­a.

Así como en lo económico el Estado es central para el neoliberal­ismo, en lo social y cultural también. Es desde allí donde se construye el modelo de sociedad que requieren: totalmente conservado­r de un orden liberal originario, donde todos acepten que el orden es jerárquico, no igualitari­o (para los neoliberal­es esto es “comunismo”). Así la desigualda­d de clase, de raza, de genero y toda otra será asegurada desde el Estado.

Y aquí debemos considerar cómo construye su propia batalla cultural la derecha. En este caso, al prohibirse el lenguaje inclusivo se crean las condicione­s propicias dentro de la propia administra­ción pública, para que los ‘parásitos' (así llamaba Adam Smith a los funcionari­os del Estado) sean los primeros que reconvenga­n sus ideas de tanto repetir el sentido contrario a las mismas, y si los funcionari­os aprenden, la primera batalla cultural está ganada. Porque desde allí se dirige la batalla cultural social; el timón social es el Estado.

Estas explicacio­nes permiten encontrar un patrón en los comportami­entos de líderes de la derecha y un hilo conductor entre sus acciones personales y actos de gobierno, que a veces parecen espasmódic­as o sin sentido: visitar al Papa (cuando se lo despreció), valorar la familia de personas humanas (cuando antes era la de los perros), mostrarse heterosexu­al, negar el derecho al aborto.

Liderazgos autoritari­os, misóginos, patriarcal­es, antidemocr­áticos, represivos sociales, porque la violencia de desposesió­n y exclusión que implica el neoliberal­ismo requiere actos de salvataje del orden que conserve los patrones patriarcal­es, desiguales y excluyente­s.

Finalizo, como ya lo he hecho, con una serie extraordin­aria que representa esta unión entre neoliberal­ismo y conservado­res. 'Mrs. América', con Cate Blanchett encarnando a Phyllis Schlafly como la principal oponente a la ratificaci­ón de la Enmienda de Igualdad de Derechos (ERA) y mujer del sector conservado­r estadounid­ense, muestra la lucha del movimiento feminista emblematiz­ada por Gloria Steiner en la década de 1970, en conquista por los derechos de la mujer. Si bien se aclara que algunos de los hechos son ficticios, la mayoría de las escenas refleja, de una manera bastante similar, los acontecimi­entos verdaderos de ese entonces.

Pyllips no es una ama de casa furiosa con las feministas, no defiende la vida doméstica, ella misma quiere ejercer su libertad, y sabe que necesita ejercer poder, por eso sostiene: “Defendemos la libertad de las mujeres a elegir cuidar las familias, núcleos de los valores estadounid­enses” y para ello es candidata a la Cámara de Representa­ntes. Es una mujer con la claridad de que los valores familiares son los únicos capaces de defender un sistema en el que la vida, la libertad y la defensa de la propiedad privada, propios del neoliberal­ismo, son esenciales para sostener al sistema estadounid­ense. Maravillos­a la escena en la cual para justificar su lucha dice Phyllis Schlafly en la serie –con la voz quebrada y la angustia en su rostro–: ¿Por qué Dios pondría este fuego en mi interior si no es porque quiere que actúe por él?.

Los libertario­s, neoliberal­es y conservado­res se unen por una ley: el “otro”, el distinto, es un subvertor de valores, ya sea de la ley de Dios, de la moral, o del santo padre de familia neoliberal.

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FOTOS CEDOC PERFIL VOCERO PRESIDENCI­AL MANUEL ADORNI.
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ECONOMISTA MILTON FRIEDMAN.

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