Argentina posperonista La voz del pueblo callada en 1976
EEn la Argentina posperonista, quienes más hablaban de democracia eran los que habían apoyado la autodenominada Revolución Libertadora; pero, a lo largo de dieciocho años de proscripción de las mayorías, esos discursos fueron perdiendo, naturalmente, credibilidad. El peronismo, con más razones que ninguno para considerarse democrático, por el respaldo popular mayoritario y la notable ampliación de derechos sociales generada desde los tiempos de la Secretaría de Trabajo y Previsión, no utilizaba mucho esa denominación. Halperin Donghi minimizaba el aporte democratizador del peronismo cuando señalaba que Perón, a pesar de sus grandes triunfos electorales, no cifraba en el sufragio universal la legitimación de un poder que consideraba natural confirmación de su genio de conductor. De todos modos, es cierto que el primer Perón no tuvo la preocupación que mostró en sus últimos años por las formas del poder y el rol de los partidos políticos. Desgraciadamente, este último Perón, que hablaba de ecología e integración latinoamericana, revalorizaba la democracia y se apoyaba en un poderoso frente de trabajadores y empresarios, no pudo controlar la compleja coyuntura que encontró a su retorno, y pagó tributo tanto a las inclemencias de la interna peronista como a su propia dificultad para liberarse de la creciente influencia que alcanzó en su gestión el sector más reaccionario de su gobierno, encabezado por José López Rega.
El presidente electo en 1946 había invocado a la Nación y al pueblo más que a la democracia, y es comprensible que en los textos que circularon entre la militancia, en clave de resistencia, después del derrocamiento del gobierno peronista, el tema democrático no ocupara el lugar central. Para ampliar un poco la mirada, puede recurrirse también a otro legado muy rico. En su actividad legislativa y periodística iniciada en 1946, el diputado John William Cooke diseñaba un futuro de protagonismo popular y profundas transformaciones, “con el pueblo en la calle expresando sus emociones y nosotros haciendo leyes para la recuperación de la soberanía nacional”.
Lejos aún de su perfil más conocido, el que adoptaría más tarde como teórico de la resistencia, la revolución institucional que entonces imaginaba el joven parlamentario no contemplaba la utilización de la violencia, en un momento en el que la inmensa mayo
El peronismo, más que ninguno,
se consideraba democrático, por el
respaldo popular
ría de la población celebraba pacíficamente el advenimiento de un nuevo orden social y, retomando una frase de Perón, “las manifestaciones peronistas tenían mucho de romería”. Es comprensible que, después de los bombardeos al pueblo inerme, el golpe de septiembre de 1955 y los fusilamientos del año siguiente, estos textos de Cooke parecieran algo inactuales. Hoy merecen ser rescatados, porque sirven para entender lo que es esencial en el peronismo y, además, para deslindar responsabilidades acerca del advenimiento de la violencia en la Argentina moderna.
La proclamación de la candidatura presidencial de Arturo Frondizi provocó en 1957 la ruptura del radicalismo. A pesar de que un sector muy importante de la UCR (Unión Cívica Radical), encabezado por Ricardo Balbín, siguió apoyando a la dictadura, se produjeron desgajamientos del bloque antiperonista, especialmente significativos en el campo cultural. Allí se inscriben tanto el balance de la revista Contorno, que combinaba audacia intelectual y eclecticismo político –“esto del peronismo sí, esto del peronismo no”–, como las denuncias de torturas que Ernesto Sabato acompañó con la renuncia a la dirección de una revista oficial y la adhesión de grandes contingentes de universitarios, profesionales y trabajadores de la cultura al candidato que recibiría más tarde el apoyo de Perón. Estas franjas de clase media no atinaban a sumarse al peronismo; sin embargo, les resultaba insoportable la represión contra el movimiento obrero y el discurso mentiroso de la Libertadora.
El derrocamiento de Frondizi, consecuencia de haber autorizado la presentación de candidatos peronistas que ganaron la elección en varias provincias, mostró en 1962 que no se podía gobernar sin el concurso del movimiento proscripto. Es cierto que entonces tampoco hubiera podido hacerlo con apoyo peronista, porque serían necesarios todavía muchos años de luchas y recomposiciones políticas para que las Fuerzas Armadas aceptaran el levantamiento de la proscripción del movimiento mayoritario.
Solo un año había transcurrido desde el Pacto Perón-Frondizi cuando el líder exiliado denunció su incumplimiento y la militancia del peronismo pasó otra vez a la resistencia. La ocupación del frigorífico Lisandro de la Torre por sus empleados, rechazando la privatización de la empresa, fue apoyada por una huelga general y marcó el punto más alto de estas luchas a co