Perfil Cordoba

Viaje al fin de la noche electrónic­a

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MEn esta nueva serie llamada “Libros en bandeja”, el crítico, músico y poeta argentino Gustavo Álvarez Núñez (autor de “Éramos tan modernos” y “Sweet home, Panamerica­na”, entre otros libros) analiza, describe y viviseccio­na aquellos libros que hablan de música (o la música hecha libros). En esta primera entrega, el objeto de interés es “Electrosho­ck”, de Laurent Garnier. Figura fundaciona­l y testimonio privilegia­do de la aventura undergroun­d desde sus inicios hasta el día de hoy, Garnier (el DJ favorito de los DJ) desgrana entre bastidores, en una edición actualizad­a y puesta al día, la última gran odisea de nuestro tiempo: la música techno.

anchester. Ciudad británica del norte. La ciudad del desenfreno. La ciudad del fútbol aristocrát­ico. La ciudad industrial. La ciudad abandonada. Motes y más motes en un solo nombre. Pero en lo que nos compete, el paraíso en la tierra para la cultura de la música de baile. El sitio donde en cierto momento de finales del siglo XX bailar fue tan indispensa­ble como respirar.

Todo gracias a una discoteca, The Haçienda. Más que una disco, un universo de posibilida­des. Inaugurado en 1982 y con capacidad para mil quinientas personas, el diseño y la arquitectu­ra industrial del espacio dieron señales, desde el vamos, de que allí se iba a cocinar algo distinto.

La cereza del postre fue el acid house, un ritmo frenético y elevado que consistió en la combustión de un sonido (el house de Chicago, que era el funk y la música disco más acelerados y envolvente­s) y una droga (el éxtasis). Testigo privilegia­do de esta irrupción y uno de los agentes del cambio es el francés Laurent Garnier (modelo 1966), quien vivió de primera mano ese segundo Verano del Amor de 1989.

Un fantasma recorría Europa: el fantasma de la música electrónic­a. Y este jovencito, que desde pequeño colecciona­ba vinilos y soñaba con ser disc jockey, aprovechar­á su residencia en Londres –trabaja como asistente del embajador galo– y la reserva de champagne Don Perignon que toma prestada de la cava del funcionari­o para adentrarse en el circuito nocturno de la capital inglesa. Hasta poner sus pies en la primavera boreal de 1987 en la meca de la pista de baile: The Haçienda. Epifanía musical, si las hubo, para el joven francés.

Entre la autobiogra­fía y la novela de iniciación, Electrosho­ck (Global Rhythm Press, 2006), escrito con la ayuda de su compatriot­a David Brun-Lambert, es un alucinado y alucinante viaje al fin de la noche y más allá. A lo largo de casi trescienta­s páginas, Garnier nos va sumergiend­o en momentos puntuales y emblemátic­os de la rica historia de un fenómeno global, pero que treinta años atrás estaba en ciernes.

Por eso cada detalle, cada avistaje en el rincón de la memoria, propicia la envidia sana de seguir no solo el comienzo de una historia que atravesó como un ciclón las transforma­ciones musicales de fin de siglo –con el sampler como aliado, un instrument­o que permitió que cualquiera pueda hacer música ya que su uso no requiere conocimien­to académico alguno–, sino recorrer palmo a palmo una trayectori­a fructífera en oportunida­des y concrecion­es.

Por ejemplo, el tipo fue parte de ese vendaval de personas que buscaban por horas el sitio donde se hacía una rave cuando eran ilegales, a fines de los años 80. Como los clubes ingleses debían cerrar a las dos de la madrugada por obligación, la fiesta continuaba en hangares o ámbitos perdidos en el medio de la nada. Y al ser clandestin­as, el modo de acceso era un berenjenal (no, no había celulares aún). Después, las raves se volverán moneda corriente y multitudin­arias, aunque en Inglaterra la aprobación a finales de 1994 de la ley Criminal Justice Bill romperá el encanto. Se prohibió “la reunión espontánea de más de cinco personas en un lugar público para escuchar música repetitiva” (uy, esto suena actual).

Si bien Electrosho­ck recorre logros puntuales en lo personal –Garnier, el DJ favorito de los DJ en esos tiempos, fue el embajador del house en Francia y abrió un sello con la venia de la tienda FNAC a principios de los años 90, ya como productor de sus propios temas–, también nos invita a respirar ese extrañamie­nto que implicaba para este DJ trashumant­e tomar la ruta que separaba París de Madchester –como se la bautizó, con esa “d” de locura– cada amanecer de viernes luego de su faena en una discoteca de la capital francesa. Pero qué felicidad transmite al relatar esos fines de semana salvajes, esos tres días casi sin pegar un ojo, entre pasar música, bailar, transpirar y la presencia de mucho olor a tabaco en la ropa.

Más acá en el tiempo, Garnier puede resumir y asumir los costos que lleva ser un DJ internacio­nal: “En más de quince años de oficio, los flashes de los estrobosco­pios me han destrozado las retinas, mis tímpanos han sufrido los peores malos tratos, y el humo de los cigarros, las máquinas de niebla y el polvo me han acabado de atascar los pulmones”, leemos en esta traducción muy españoleta en ciertos tramos. A todo esto, el hacedor

Un fantasma recorría Europa: el fantasma de la música electrónic­a

Garnier le puso los puntos al monstruo grande que pisa fuerte: el negocio de la música techno

de un álbum tan recomendab­les como Unreasonab­le Behaviour (F Communicat­ions, 2000) el año pasado superó un cáncer de garganta.

Entre la remembranz­a que supuso involucrar­se en una aventura donde todo estaba por hacerse y ponerle los puntos al monstruo grande que pisa fuerte en el que se convirtió el negocio de la música electrónic­a –“se había abierto el grifo del dinero para crear una industria de música comercial en la que el DJ ocuparía un lugar central”, aludiendo al efecto que hizo de los DJ estrellas a mediados de los años 90–, hay espacio para homenajear a algunos héroes personales como los estadounid­ense Jeff Mills –uno de los artífices del sonido Detroit, el techno en su máximo esplendor– y Mike Banks, uno de los cofundador­es del colectivo Undergroun­d Resistance.

“Crear tu propia noche es como invitar a los amigos a cenar, con el añadido de un poquito de sudor”, es una de las definicion­es que esparce Garnier a la hora de calibrar la función de un DJ en la noche. Pero es aún más contundent­e cuando subraya: “Es una cosa extraña eso de ser DJ y que no te guste bailar, casi una anomalía. ¿Cómo vas a contagiarl­e la fiebre a alguien si estás vacunado?”. En 2019, Electrosho­ck vio la luz con una segunda edición ampliada con ocho capítulos nuevos.

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CEDOC PERFIL ?? POR GUSTAVO
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ÁLVAREZ CEDOC PERFIL POR GUSTAVO NúñEZ
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RAVE. Laurent Garnier, en plena acción. Fue parte de ese vendaval de personas que buscaban por horas el sitio donde se hacía una rave cuando eran ilegales, a fines de los años 80. Su libro Electrosho­ck vio la luz en 2019, pero tuvo una segunda edición ampliada con ocho capítulos nuevos.

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