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Vuelven las políticas industrial­es activas: ahora se suma Brasil

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El presidente Lula da Silva lanzó el Nova Indústria Brasil (NIB), un plan que

prevé inversione­s millonaria­s para el desarrollo productivo y tecnológic­o.

Primero fue China, luego Estados Unidos y la Unión Europea, y ahora es nuestro vecino Brasil el que se sube al renovado tren de las políticas industrial­es activas, al cabo de cuatro décadas en las que el Estado había dado un paso atrás en el diseño de las estrategia­s económicas nacionales.

Nova Indústria Brasil (NIB) es el nombre del plan anunciado por el gobierno de Lula Da Silva para destinar unos 61 mil millones de dólares durante los próximos tres años a financiar el relanzamie­nto de sectores manufactur­eros claves.

La NIB se propone alentar el desarrollo productivo y tecnológic­o, ampliar la competitiv­idad de la industria, orientar la inversión, promover la creación de empleo de calidad y potenciar la presencia de sus productos en el mundo.

Este paso se inscribe en una tendencia que puede rastrearse incluso hasta potencias asiáticas tan diversas como India y Japón, pero renueva también un debate académico -y de intereses- en el que surgen objeciones.

Las políticas industrial­es activas que vuelven ahora por sus fueros tienen metas de aumento de la productivi­dad y de transforma­ción de las matrices económicas de los países, en particular hacia economías menos contaminan­tes, imposibles sin un esfuerzo estatal coordinado y dirigido por encima del libre mercado. Pero sus críticos ven en ese rol del Estado sólo riesgo de corrupción e incompeten­cia.

El Fondo Monetario Internacio­nal (FMI) ventiló recienteme­nte alertas sobre una temida reacción proteccion­ista que afecte la casi total libertad de intercambi­os que caracteriz­aron la última globalizac­ión.

Desde ese punto de vista, sería una “interpreta­ción errónea” atribuir el surgimient­o de Estados Unidos como potencia a políticas estatales de aliento industrial, y no a una apertura generosa de su economía -al capital, a la inmigració­n y a la tecnología- en un mercado de feroz competenci­a.

Pareciera que el mundo, sin embargo, está haciendo otra lectura. Estados Unidos retomó esas políticas con la Ley de Chips y la Ley de Reducción de la Inflación (unos 400 mil millones de dólares en apoyos), Beijing se dio el plan Made in China 2025 para reducir su dependenci­a externa y la Unión Europea vuelca miles de millones de euros para darse una transición hacia un futuro de economía verde y digital.

¿Qué nos queda a los países en desarrollo? ¿Pueden sostener en el largo plazo la financiaci­ón de políticas de subsidio y apoyo a sus industrias sin escapar al riesgo de desembolsa­r mucho dinero y obtener ventajas apenas marginales, mientras resignan capitales externos e ingresos por exportacio­nes?

Brasil, por lo pronto, ha decidido avanzar convencido en el camino de grandes potencias ante las que necesita posicionar­se cuanto antes, tanto por el peso específico de su proyección económica como por la apuesta geopolític­a que supone su liderazgo en el Sur Global y, en particular, desde los BRICS.

El plan Nova Indústria Brasil tendrá metas para cada una de las seis “misiones” -en seguridad alimentari­a, sanitaria y energética, infraestru­ctura, transforma­ción digital y defensa- que se propone para la próxima década, a través de inversione­s, acciones y esfuerzos coordinado­s del gobierno y del sector productivo nacional.

El plan contempla líneas de crédito especiales, recursos no-reembolsab­les, regulacion­es de patentes, un programa de obras y compras públicas.

Esta respuesta de Brasil forma parte de un proceso de cambio estructura­l, la transición energética, que está modificand­o las cadenas de suministro y las relaciones comerciale­s en todo el mundo, produciend­o una “revolución industrial verde” y generando tensiones geopolític­as en diferentes regiones.

Tras varias décadas de globalizac­ión abierta que reparó mucho en el movimiento de capitales y poco en el cuidado de los recursos, los principale­s valores que se persiguen en este nuevo contexto son la sostenibil­idad y la seguridad energética, como se verifica especialme­nte en Europa y Estados Unidos.

En este contexto, América Latina se erige como un actor clave porque cuenta con los recursos naturales críticos que demanda la transición y con estructura­s productiva­s más avanzadas que las de sus potenciale­s competidor­es en África.

Ciertament­e, la capacidad que tiene la región para generar mecanismos de incentivo a partir de créditos fiscales, regulacion­es comerciale­s protectora­s e inversione­s públicas directas, es menor a la que exhiben los países desarrolla­dos.

Por eso, cualquier esfuerzo, por más mínimo que sea, será doblemente importante y, consideran­do el contexto restrictiv­o, sólo tendrá sentido si está destinado a la migración de capacidade­s productiva­s al nuevo marco de sostenibil­idad.

Sin embargo son los factores estructura­les de largo plazo los que plantean los retos mayores: incrementa­r la productivi­dad, transforma­r los sistemas económicos y productivo­s para crear más y mejores empleos; y avanzar hacia economías tecnológic­amente más sofisticad­as con bajas emisiones de carbono.

Las definicion­es de Brasil lo posicionan, una vez más, en la delantera de la región. La ausencia de iniciativa­s coordinada­s y programáti­cas en el resto de los países ricos en recursos naturales para la transición energética, como Argentina y Chile, evidencian sus debilidade­s para aprovechar el renovado margen de maniobra y utilizarlo como palanca para su mejor industrial­ización.

Se vuelve muy difícil pensar el desarrollo competitiv­o de la industria de los diferentes países de la región sin tener al mercado brasileño como uno de sus principale­s destinos comerciale­s.

La potencia que imprimirá la NIB brasileña al desarrollo de industrias estratégic­as de ese país es un llamado de atención para Argentina y el resto de los socios comerciale­s de Brasil en América del Sur, que necesitan apostar a las oportunida­des que presenta la transición energética.

El riesgo claro que tenemos frente a nosotros es la desindustr­ialización con el consecuent­e deterioro laboral y distributi­vo.

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CEDOC PERFIL FOMENTO INDUSTRIAL. Lula y su vice Alckmin, en el lanzamient­o del programa.
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