Perfil Cordoba

“El sistema carcelario está armado para castigar”

- GUILLERMIN­A DELUPI

Norfolk está ubicada a unos 40 minutos de Boston. Se trata de una cárcel de mediana seguridad en la que los presos tienen permitido salir de sus celdas, cuentan con cierta posibilida­d de socializar y todos los domingos pueden asistir a una misa que se realiza en el predio.

La población carcelaria es de 1.200 presos, un tercio son blancos, un tercio negros y otro tercio latino.

Allí, los reclusos tienen acceso a distintos programas y les está permitido cursar materias del secundario e incluso la universida­d o aprender idiomas.

Muchos de ellos, condenados de por vida, tienen la posibilida­d de apelar y pedir la libertad condiciona­l.

–¿Hace cuánto tiempo que estás como voluntario en Norfolk?

–Llevo 12 años en Estados Unidos y desde hace 11 vengo a la cárcel. Doy la misa en español los domingos a la que asisten en total entre 30 y 40 presos. Hay mucha gente que conocí cuando empecé y siguen todavía ahí. Yo voy, digo la misa y después me quedo charlando un rato.

–¿Cuáles son los temas de conversaci­ón?

–Tenemos conversaci­ones de todo tipo, desde fútbol y béisbol, porque muchos son dominicano­s, hasta historias de vida. Tengo 57 años y hay un par de tipos de mi edad, con problemas similares. Mi madre murió en julio del año pasado con demencia y se hicieron cargo mis hermanas que están en Córdoba. Y muchos de estos muchachos están en la misma, están presos desde hace 30 años, sus padres están envejecien­do y a veces hay alguien de la familia que se puede hacer cargo y a veces no. Es un espacio difícil.

—¿Ves el sistema carcelario como una herramient­a válida de recuperaci­ón de los individuos?

—No, el sistema está armado para castigar, la recuperaci­ón la hacen los voluntario­s. Acá hay muchos programas en los que hay voluntario­s de la comunidad libre que van a ayudar. Desde programas religiosos hasta de alcohólico­s anónimos. En esta cárcel hay un programa muy importante que manejan los presos que es el de ‘justicia

El sociólogo y teólogo cordobés se encuentra radicado en Boston desde hace 12 años. A sus actividade­s como docente e investigad­or, el jesuita le sumó un voluntaria­do

restaurati­va’, que es la posibilida­d de que se haga una justicia más profunda, que no sea una justicia punitiva sino que restaure las relaciones humanas rotas. Y fiscales, jueces y diputados participan de estos programas junto con los presos y las víctimas, que vienen a contar sus experienci­as. Pero es un programa que los presos empiezan. Es como decir: yo quité una vida, esto es cierto, pero no puedo volver atrás, en la cárcel de mediana seguridad Norfolk (Massachuse­tts), donde desde hace 11 años se dedica a dar la misa de los domingos y comparte charlas con los presos.

¿dar mi vida soluciona eso? Yo no trabajé en cárceles en Córdoba así que no conozco cómo funcionan allá, pero mi experienci­a aquí es que a la recuperaci­ón la hacen los presos fundamenta­lmente, que se dan cuenta que tienen que hacer algo aunque no vayan a salir. Y eso es heróico: hacer algo para mejorar tu vida cuando sabés que te vas a morir en una celda a mí me impresiona muchísimo.

—La redención.

El año pasado recibió el Premio Jerónimo, que entrega la Municipali­dad de Córdoba a las personas y organizaci­ones más sobresalie­ntes de la ciudad en el último año.

—Sí, hay una cosa muy sagrada en esto del dolor, en la lucha de ellos para recuperars­e, que es muy fuerte. Y está lo del tiempo, sobre todo: ¿Cuánto tiempo es suficiente?, ¿cuánto más hay que esperar después de 20, 30 años?

—¿Y ellos hablan de eso?

—Hay gente que lo piensa y tratan de mejorar, van buscando espacios de redención, de cambio, hacen el secundario, la universida­d, van peleando su posibilida­d de salir, ayudando a otros presos. Hay mucha fuerza religiosa ahí, ven en Dios la fuerza para seguir.

—Y son muchos los voluntario­s?

—Sí, hay mucha gente. En términos religiosos hay 16 grupos distintos, católicos, no católicos, cristianos, rastafaris, musulmanes y judíos que van a la cárcel. Por cada uno de esos grupos, son dos o tres voluntario­s. Y después hay programas no religiosos: el de justicia restaurati­va del que hablábamos antes, programas para hablar en público, para poder hablar entre varones, para educar a los hijos o manejar las finanzas desde la cárcel, cuestiones de pareja, abusos. Terapias más profundas como alcohólico­s o narcóticos anónimos.

—¿Todas las cárceles tienen estos programas?

—No. Por eso hay presos que se portan bien en otras cárceles para pedir que los manden acá porque, claro, el sistema es medio perverso: cuando vos vas a pedir la libertad condiciona­l te preguntan si hiciste algún programa para mejorar. Si vos decís que no, aunque la razón sea porque estás en una cárcel donde no tienen ningún programa, te devuelven a la prisión hasta que hagas algún programa.

Los programas suman puntos y por supuesto hay gente que lo hace por los puntos pero hay mucha gente que cambia verdaderam­ente.

—¿Has visto cambiar a mucha gente en estos años?

—Sí. El programa religioso, por ejemplo, no da puntos. Y ellos van. He visto gente que ha cambiado, que son otras personas, que tienen unas historias impresiona­ntes de madurez, de entendimie­nto, de perdón. De comprender finalmente la magnitud de lo que han hecho. Muchas veces también han sido víctimas ellos. Ha habido misas que, en los momentos de peticiones, los presos piden por la persona que mataron. Y podrían no hacerlo.

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FOTOS CEDOC PERFIL GUSTAVO MORELLO. Radicado en Massachuse­tts, el jesuita dicta clases de sociología en el Boston College.

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