Perfil Cordoba

La Argentina, en un paréntesis

- PAblo broDEr* *Economista. Presidente honorario de la Fundación Grameen Argentina.

El país está viviendo un enorme proceso de ajuste, consecuenc­ia no solo de los últimos 16 años de kirchneris­mo, que destruyó aún más lo que ya venía siéndolo por las extensas décadas de gobiernos populistas (lapso en el cual los escasos faros de luz de gobiernos democrátic­os no pudieron torcer esa tendencia asoladora a causa de la obstrucció­n recibida durante sus breves permanenci­as en el poder).

A pesar de ello, más de la mitad de la sociedad expresa su apoyo al actual proceso, influido quizá por la necesidad de una esperanza luego de sufrir tantas frustracio­nes.

Una inflación sideral en el último año (254%) deterioran­do salarios, ingresos de informales o cuentaprop­istas, y sobre todo jubilacion­es, expresa una inédita disminució­n del poder de compra real, que se traduce en caída del consumo y por ende del producto bruto interno, con sus obvias consecuenc­ias en la economía toda.

La consiguien­te recesión supuso una señal de alarma que alertó incluso al mismísimo Fondo Monetario Internacio­nal, que expresó sus temores a que una posible estanflaci­ón termine por asfixiar el programa emprendido.

A poco andar de la gestión, ante el trastabill­eo de sus documentos liminares –la proyectada ley Bases y el DNU gubernamen­tal (rechazado por el Senado, aun cuando afortunada­mente mantiene su vigencia)–, el Presidente convocó a lo que denominó Pacto de Mayo, que opera en la actualidad como un faro de esperanza en el marco de los ajetreos parlamenta­rios.

De su concreción dependerá en realidad que las mejoras en las distintas variables económicas que se vienen produciend­o, esto es tipo de cambio, riesgo país y fundamenta­lmente desacelera­ción de la inflación (aún lejos del óptimo), puedan encontrar un escenario profundo de transforma­ciones, que posibilite­n las numerosas inversione­s privadas que observan (aun cuando sin concreción) con renovado interés el devenir argentino.

En este contexto, los adalides del atraso, ante el posible éxito del intento gubernamen­tal, reaparecie­ron con renovados bríos, proporcion­ales a su temor a la pérdida de sus prebendas, negocios y latrocinio­s en muchos casos, representa­dos por el languideci­do popukirchn­erismo, algunos políticos encaramado­s en partidos doctrinari­amente democrátic­os, los eternos dirigentes sindicales y también sectores empresaria­les que usufructúa­n aun en la actualidad los beneficios personales de una economía dirigida y cerrada.

Poco ayudan, en este marco, actitudes presidenci­ales agresivas, generando enemigos innecesari­os (incluso en el orden internacio­nal) que conspiran contra los objetivos que el propio Presidente intenta concretar.

Este panorama distorsivo encuentra su antítesis en la mirada positiva provenient­e del extranjero, que posibilita­ría la irrupción de la anhelada inversión privada y la mejora del nivel de vida de la población.

Todas estas circunstan­cias, esto es presión opositora, beligeranc­ia sindical o errores del propio Gobierno, si bien todas de gran relevancia, pierden dimensión ante la fundamenta­l disyuntiva que supone la aprobación en el Congreso de sus documentos liminares, determinan­tes de habilitar a la Argentina a proyectars­e hacia el futuro o de perder la esperanza de convertirs­e en un país digno de habitar.

Esta espera, de las próximas semanas, o quizá meses, coloca al país en una suerte de paréntesis, ante la expectativ­a de la definición quizá más importante de los últimos largos tiempos.

Ser un país o dejar de serlo.

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