“Me interesa producir material que sea sensible”
Manuel Attwell es actor, cantante, bailarín, coreógrafo, director; ha formado parte de diversos proyectos y elencos como Watt, Leticia Mazur e Inés Rampoldi; El rebenque, de Vivi Tellas, y Lorca, el teatro bajo la arena, de Laura Paredes. Entre la diversidad de sus talentos, también escribe. Su dramaturgia, original, ecléctica, zigzagueando por una imprevisible deriva poética, puede verse en la obra que va los jueves a las 21.30 en Planta Inclán (Inclán 2661): El hombre que se fue. Allí, una sucesión de escenas recoge a un ramillete de personajes que presentan, micrófono en mano, sus historias. La bailarina Selene Irrazábal hace apariciones con aspecto y movimientos de duende; al piano, participa Sebastián Sonenblum, y Attwell hace gala de su ductilidad camaleónica.
—¿Quién es, a quién alude “el hombre que se fue”?
—El título es la traducción literal del tema que canta Judy Garland en A Star is Born y alude a la idea del hombre ausente como organizador de la vida de los que se quedan: el marido que no vuelve, el padre abandónico, el amor platónico de la infancia. También señala al hombre que uno podría haber sido y que ya no es. Esa carencia, pensando sobre todo un par de generaciones atrás, se vuelve un rasgo identitario. La orfandad, la viudez son una herida constitutiva que delinea una poética. Los personajes de la obra encarnan el lamento por un tren que ya se fue y se cristaliza en una canción o un monólogo. Los monólogos son fragmentos de una foto familiar; el espectador arma el álbum.
—¿Qué líneas estéticas, influencias confluyen en esta
obra?
—En medio de esos monólogos, aparece el humor. Yo soy fan de Bette Midler, de sus shows de los 70s como Live at Last o de Liza with a Z. También, de Urdapilleta (Mamita querida es mi obra favorita), y de Lola Flores. En un punto, podrían ser la misma persona: trágica, atravesada por un rayo, que puede ser una tromba
y después un eco, una nada. Otra inspiración de la obra es la música de Sondheim, que tiene el mismo poder. E l formato de esta obra viene de estas referencias, que tienen que ver con la puesta del cabaret o del café concert, donde no hay cuarta pared y se puede armar un clima de intimidad, como de secreto revelado al público. Allí, un mismo actor arma escenas sostenidas solamente por la actuación y el texto.
—¿Qué
dice sobre cuestiones de género esta obra?
—Sin proponérselo, la obra dialoga con la cuestión de género. En los personajes, conviven elementos que se pueden asociar a la concepción tradicional binaria de “lo femenino” o “lo masculino”. Yo como actor, Sebas pianista o Selene bailarina, de forma natural usamos vestidos o guantes o nos maquillamos sin pensar en eso como un signo o una transgresión. Quizás hay algo más anacrónico en la subjetividad de los personajes; por ejemplo, en un momento soy un actor que se pone un vestido para hacer de una madre que se horroriza porque su hijo se pone un vestido.
—Tenés una trayectoria intensa, continua, sin ocupar primeros planos en las marquesinas. ¿Cómo te sentís en relación a tu despliegue profesional?
—No sé si lo pienso en esos términos. Yo empecé como bailarín y después coreógrafo y en paralelo entrenaba actuación y canto. Y siempre escribí. Hay gente que no sabe que actúo o que me dice “no sabía que cantabas”. Tengo suerte de poder hacer todo eso y de poder estar en obras que me encantan, de gente que admiro. Sobre el éxito, hay mucha gente muy talentosa que laburó más que yo y a quien la gente no la conoce, o que no tiene plata. La masividad o el prestigio no son necesariamente el resultado de laburar bien. A mí me interesa producir material que sea particular, sensible.