El código Francisco
Cómo entender al papa argentino
Para leer a Francisco Emilce Cuda Manantial Teología
Esa palabra profética, la de Francisco. Palabra que huele a oveja y a militancia. Palabra que es nostalgia tanguera por un paraíso perdido con mezcla de alegría futbolera por una esperanza escatológica, fórmula ésta, insólita, la de un porteño que pone tan cerca el cielo y el infierno, al punto que a uno lo pinta posible y al otro lo hace visible. Palabra en la que en una tarde romana, sin quererlo, nivelaron destinos los de arriba y los de abajo, los de entonces y los de aún. Palabra que tracciona consigo toda la mar detrás; la de luchas, conquistas y derrotas de un pueblo, que son todos los pueblos, con sus vivos y sus muertos, sus amigos y enemigos. Palabra que aparece como la última voz del planeta desenmascarando al demonio, oculto tras un capitalismo deshumanizado; religión opaca la del consumo. Palabra de pastor con fundamento teológico y cintura política. Palabra que, como en un tango, nos desayuna hoy con lo que se sabía ayer, el evangelio de Jesús, el Cristo, para quien todos son persona, incluso los pobres, dignos de una vida buena en abundancia y alegría aquí y ahora, y no desechos del sistema. Esa palabra predica la unidad en la diferencia, la unión sin confusión. El discurso pontificio del actual papa latinoamericano tiende a desenmascarar las causas de la pobreza desacralizando estructuras injustas que han sido divinizadas, y desnaturalizando procesos que en realidad son históricos. Ese gesto, en la persona de uno de los sucesores de Pedro, pone la mirada de la academia y la prensa internacional sobre el pensamiento teológico y político argentino. Pero ¿cuánto hay de argentino en ese discurso de Francisco? Mucho, si se toma en consideración la denuncia política sin pedido de disculpas.
Esa actitud profética, en la persona de un pontífice, hace que el mundo teológico, y no teológico, se pregunte nuevamente, y ahora de modo interdisciplinario: ¿es pertinente hablar hoy de teología y política, de teología política y de ética teológica? El discurso de Francisco parece no ser sólo crítica de escritorio, sino que exhorta abiertamente a una conversión estructural –social y política–, como producto de una práctica cultural encarnada, es decir, involucrada en los agonismos del presente. Su discurso invita a tomar el camino del exilio desde una cultura de la muerte y la tristeza hacia una cultura de la vida y la alegría. Pero ¿cuán eficaz puede llegar a ser esa exhortación entre un público no católico, no creyente y no politizado?
Sin embargo, a simple vista puede comprobarse la presencia constante de Francisco en los titulares de los periódicos del mundo, cada día, en los últimos tres años. Con asombro se asiste, aun después del triunfo de la modernidad y su liberalismo laicista –que en muchos casos devino anticatólico–, a un espectáculo inesperado: un papa es noticia porque el papa es la noticia. Parece, entonces, que esta vez la voz del pastor no predica en el desierto. Su palabra es escuchada y considerada por los gobiernos laicos de casi todos los países del mundo, y en algunos casos hasta temida al momento de medir la opinión pública que los legitima en el Estado. Eso hace reaparecer una vez más, como un fantasma, la duda de saber quién reina y quién gobierna. Entonces: ¿genera Francisco un conflicto de doble obediencia, entre los católicos, para los Estados del siglo XXI, como advirtieron los republicanos americanos en el siglo XIX respecto del poder del pontificado romano? Este libro no pretende dar respuestas a esos interrogantes que Un asentamiento que tomó su nombre, y cuando visitó un barrio precario de inmigrantes en las afueras de Roma.