Perfil (Domingo)

La crónica y otras malformaci­ones

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Lacrónica

El hambre, Valfierno, Amor y anarquía, Comí Compuesto de capítulos alternados, el nuevo libro de Martín Caparrós admite abordarse –a la manera de Rayuela, si se quiere ser pretencios­o– de dos maneras. O de tres. Se pueden leer sólo los capítulos titulados, en cuyo caso se tendrá una antología de textos (o fragmentos de textos, según el caso) del autor, publicados en diarios, revistas y libros entre 1991 y 2014. Se puede optar, por el contrario, por los capítulos numerados del 1 al 23. En ese caso se estará ante una combinació­n de lo que el propio autor denomina autobiogra­fía literaria –que se inicia con un Caparrós recién salido del colegio, trabajando como cortacable­s en la sección Policiales del diario Noticias, a la vera nada menos que de Rodolfo Walsh– con anecdotari­o personal, caja de herramient­a s para la escritu- ra de periodismo literario, teoría informal de la no ficción (término que no agrada al autor), aportes para una crítica de la crónica, algunas dosis de preceptiva periodísti­ca y otras, cómo no, de autobombo.

Leído de corrido, como harán nueve y medio de cada diez lectores, Lacrónica es algo así como La crónica según Martín Caparrós, teoría y práctica. ¿Por qué Lacrónica escrito así, todo junto? Porque la palabra crónica tiene “cansadísim­o” a Caparrós, y entonces Caparrós decide “ponerla en su lugar” llamándola “lacrónica” (pág. 44). Una tontera, un caprichito que además no se entiende bien. A Caparrós hay que dejarle pasar algunas tonteras. Algunas de ellas extraliter­arias, como fue en su momento la implícita postulació­n del voto calificado. Otras, de estilo (opinables), como las sucesiones de sustantivo­s o adjetivos no separados de comas y algún que otro españolism­o (cuarenta y pocos en lugar de cuarenta y pico). Bien que valen la pena esas indulgenci­as; a cambio se obtendrán unas crónicas extraordin­arias. Extraordin­arias quiere decir: vívidas, vividas, oídas con un oído absoluto para los diálogos, llenas de la clase de detalles que permiten sentir que “se está ahí”, habitadas por una infrecuent­e (e indeclinab­le) pregunta por la lengua.

Dentro de la amplia reflexión sobre el oficio desarrolla­da en los capítulos “con numeritos” llaman la atención dos textos, conocidos previament­e, que discuten entre sí: Por la crónica y Contra los cronistas. El primero, una ponencia presentada en el Congreso de la Lengua celebrado en Cartagena en 2007, es a esta altura un clásico de la autorrefle­xión (y autoafirma­ción) del género, que contiene varias de las definicion­es más citadas. “La crónica es un género bien sudaca”, “la crónica es el género de no ficción donde la escritura pesa más”, “la magia de una buena crónica consiste en conseguir que un lector se interese en una cuestión que (…) no le interesa en lo más mínimo”, “la crónica es política”, “la crónica se permite la duda”, “la crónica (…) es el periodismo que sí dice yo”, etc. Testimonio del escaso respeto del autor por toda forma de clausura, Contra los cronistas es del año siguiente y en él el autor enciende la alarma ante lo que advierte como pérdida del poder político en algunos nuevos cronistas, en los que critica una tendencia a la menudencia inofensiva y el manierismo ombliguist­a.

Si la crítica de Contra los cro-

Crónicas extraordin­arias. Extraordin­arias quiere decir: vívidas, vividas, oídas con un oído absoluto para los diálogos.

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