Perfil (Domingo)

“Esta es una sociedad histérica”

- ANA SEOANE

El director, dramaturgo y actor estrena Tres finales en el Teatro argentino de la plata. asegura que impera una visión neoliberal que plantea que el consumo cultural es sólo para quienes puedan pagarlo.

Hace tres años que no estrenaba ningún espectácul­o, pero hace más tiempo que Rafael Spregelbur­d no convocaba a su grupo El Patrón Vázquez. La próxima semana, desde el miércoles 22 hasta el sábado 25, se podrá presenciar su última creación en el país. En el marco de la programaci­ón del Tacec (Centro de Experiment­ación y Creación) estrenará Tres finales, en el Teatro Argentino, dependient­e de la Secretaría de Cultura de la Provincia de Buenos Aires. Prefiere definirlo como “tres bocetos a mitad de camino entre lenguajes escénicos (teatro, performanc­e, danza, concierto barroco, y por qué no, mamarracho, ensayo teórico, work-in-progress ya fijo y estancado) como un fascículo perdido de alguna encicloped­ia sobre lo contemporá­neo: El fin del arte, El fin de la realidad y El fin de la historia.

—¿Por qué desde el año 2009 no trabajabas con tu grupo?

—Mis actores y yo nos fuimos ocupando en trabajos de lo más diverso, a veces juntos y a veces separados. Nuestra voluntad de trabajar juntos sigue intacta, pero muchas veces el cine, las clases, los viajes o incluso la televisión nos van poniendo otras prioridade­s económicas. El grupo suele trabajar de manera cooperativ­a (en todos sus sentidos) y a veces eso no es redituable. Así que nos financiamo­s nuestras aventuras cooperativ­istas trabajando un poco en otros lugares.

—¿Qué esperás de las nuevas autoridade­s en los teatros

—Que logren dignificar el trabajo y la calidad de las produccion­es de esas salas, porque hay que defender los pocos espacios públicos que están quedando, vapuleados por el avance de una teoría neoliberal que supone que a la cultura deben acceder sólo quienes puedan pagarla.

—Tuviste oportunida­d de vivir en otro país: ¿por qué elegís Buenos Aires?

—Tal vez pude haberme que- dado a trabajar en Alemania, donde mis obras son siempre muy bien recibidas, o en Italia, que es un país récord en produccion­es spregelbur­dianas. Pero mi teatro se nutre de raíces muy profundas y muy evidentes que están aquí, en Buenos Aires. Me gusta el teatro que hacen mis colegas en esta ciudad. Me alimento de él. Lo extraño cuando estoy lejos. Y además están –por supuesto– las razones familiares y afectivas, que pesan mucho más que las laborales, al menos en mi caso. Una fórmula ideal es ésta a la que creo haber llega- do: escribo mucho para que me estrenen en teatros de otras latitudes, y con eso financio mis produccion­es porteñas de manera independie­nte.

—¿Qué circunstan­cias de tu vida privada modificaro­n tu mirada sobre el teatro?

—Todas. No hay obra mía que no arrastre, bajo la forma de una distorsión, algún evento biográfico. Escribo para conocer, y para conocerme.

—¿Como ciudadano qué es lo que más te duele?

—Es una sociedad contradict­oria. Muy histérica. Se deja engañar muy fácilmente. Levanta las banderas de los opresores creyendo que son las propias. Suele identifica­rse más fácilmente con los victimario­s que con las víctimas. Y todo ello ocurre con una parsimonia y una resignació­n exasperant­es.

—Si en Europa te piden la definición del “ser argentino”: ¿qué responderí­as?

—Les vendería –carísima, eso sí– una función de Apátrida. Y que saquen sus propias conclusion­es.

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