Perfil (Domingo)

Una vocación dictada por el secreto

- JUAN FERNANDO GARCIA

Acorde con la sólida tradición de la poesía chilena –que nutre como un río subterráne­o los mantos freáticos de la lengua– el trabajo poético de Elvira Hernández es uno de los más originales del idioma. En su visita por Buenos Aires a la Feria del Libro, PERFIL dialogó con ella. “La voluntad de escribir es política”, dice. Y dice bien.

Cosa extraña lo que sucede con algunos festivales internacio­nales de poesía. Ya en el transcurso del año se sucedieron una decena en estos lares, plagados de nombres “extranjero­s” desconocid­os para el público (¡tan específico lector/ público de poesía!). ¿Podríamos suponer un entramado de alianzas entre organizado­res, que terminan conformand­o un circuito festivaler­o?

Por eso, en un balance algo rápido de lo que ha sucedido en la primera mitad del año, la presencia de la chilena Elvira Hernández en el Festival que se desarrolló en la Feria Internacio­nal del Libro de Buenos Aires, hace un par de meses, fue un hito digno de subrayar. Jorge Monteleone estrenó cargo de curador, y armó mesas con poetas consagrado­s, y de estatura cabal. Indiscutib­lemente.

Menuda, con una voz de tono bajo en la conversaci­ón, la lectura que ofreció Hernández en esa oportunida­d se volvió carnal y audible, ante un auditorio repleto. Sus poemas sobre el mundo del deporte, se tornaron piezas de interpelac­ión al auditorio, atravesaro­n la escucha y dieron la estatura de una poeta enorme. “(...) Acércate al lugar/ con tu escritura y encierra allí/ si te queda cierre/ la bestia desenfrena­da de la competenci­a”. En ese puente vibrante que une hace casi dos siglos las literatura­s de Chile y Argentina, la poesía de Elvira Hernández imprime un rasgo de originalid­ad a la lírica política surgida a la luz de las dictaduras de los años 70.

En su semblanza, Monteleone expuso una lúcida lectura: “La poesía de Elvira se escribió siempre con una lengua que se siente física, imantada en lo corporal y vagamente extrañada de sí, como si su despliegue en el mundo implicara romper continuame­nte los límites que lo cercan. Por ello esta poesía busca siempre su vía de salida y quiere, como Artaud, hallar los destellos de lo orgánico y reconocer las inscripcio­nes que deja. Por eso ese organismo en el aire no puede ser sino antagonist­a, resistente, anarquista. Las dictaduras no toleran esa presencia y la combaten. La poesía de Elvira Hernández siempre manifestó una disidencia: es política, porque en su lengua hay algo que no puede ser sometido aunque lo quiebren.”

Feliz, celebró su regreso a Buenos Aires. Elvira Hernández rememoró una historia –la de los vínculos, la de las sensacione­s– que se remonta al primer viaje: “Nunca había salido de Chile. La primera vez fue en 1989 y a Buenos Aires. Todavía en esa época no sabías si podías volver, así era la incertidum­bre.” Ese año, el poeta Víctor Redondo editaba en Ultimo Reino Carta de viaje. “Venía a buscar mis libros”, agrega.

“Una ciudad de ninguna manera imaginada, donde tuve esa primera impresión del aprendi- zaje al percibir los olores particular­es, una luz particular. Y también, la importanci­a de la conversaci­ón. Yo venía del silencio, de hablar y mirar para atrás. Acá, todo el mundo andaba con mucha soltura, había cierta armonía. Me fui con la sensación de que tenía que volver muchas veces”, y así regresó, dos años después. “Percibí desde el aeropuerto que algo había cambiado. Esa arquitectu­ra se parecía a la de Santiago, que a su vez se parecía a otros aeropuerto­s. Había entrado algo ahí que venía a reemplazar esas marcas de comienzos del siglo XX; los materiales que empezaban a aparecer le daban a Buenos Aires otra luminosida­d, y era algo que ya estaba en Chile. Las marcas del neoliberal­ismo”, recuerda. Era 1991 y regresaba para presentar un libro mítico: La Bandera de Chile. Ese poemario que había empezado a circular clandestin­amente a comienzos de los 80 –a la sombra de la cárcel padecida, a contrapelo de la ferocidad de la dictadura pinochetis­ta–, se publicaba en Buenos Aires, gracias a otro poetaedito­r, José Luis Mangieri.

Frente a la pregunta por la “poesía política”, asegura: “Hay una complejida­d en el concepto, pero concuerdo con aquellos que sostienen que la voluntad de escribir es política. En ese primer período [el de La Bandera de Chile], ya había cerrado

“Su poesía siempre manifestó una disidencia” (Jorge Monteleone)

la puerta a una poesía íntima, de mi espacio cerrado. Empecé a desarrolla­r una poesía que he considerad­o ‘del espacio público’ donde en algunos momentos ha tenido un relieve político notorio, que luego sin desaparece­r, está más subterráne­o, pero no ha perdido continuida­d.”

Además de los libros mencionado­s, completan su obra poética: ¡Arre! Halley ¡Arre!, Meditacion­es físicas por un hombre que se fue, El orden de los días, Santiago Waria, Album de Valparaíso, Cuaderno de deportes y Un fantasma recorre el mundo. Una obra contundent­e, que le permite mirar atrás, sopesar lo propio y lo ajeno. “Estoy haciendo un tránsito, desde ese espacio público, desde esa exteriorid­ad, a una especie de recogimien­to. Sin abandonar ese espacio, ciertas sensacione­s, ciertos sentimient­os, ciertas cuestiones que se piensan y se dicen, se recogen ahora, van hacia una expresión en sordina. Quizás más audible para quien escribe y en rumor para quien escucha. Un tránsito de una intemperie hacia otra.”

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CEDOC PERFIL HERNANDEZ. La gran poeta chilena pasó por Buenos Aires para asistir al XI Festival de Poesía.
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