Perfil (Domingo)

VECES EN LA HISTORIA LLEGO ARGENTINA A JUGAR SEMIFINAL DE COPA DAVIS

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Juan tuvo un amago de recuperaci­ón en el tercer set, pero la sospecha de que si el tandilense concretaba la chance de sacar para ganar el tercer set –4-3 y 15-40– el asunto podía darse vuelta sólo quedó en un amago.

Fue un golpe ingrato para Mónaco, que volvió a la Davis con la ilusión del chico que ya no es y la maduración de los que sienten que la salud deportiva les regaló una segunda oportunida­d.

Quizá Delbonis sí pueda llevar a Fognini al territorio de las dudas. Por estos días, para Fabio una zona de dudas se parece mucho al infierno tan temido.

Sin embargo, la real historia del sábado tenístico se jugó en el dobles, esa especialid­ad bastardead­a en el circuito –tuvo que cambiarse la reglamenta­ción para que no se la eliminase directamen­te del circuito de la ATP–, que recobra absoluta vigencia en la Davis. Y en los Juegos Olímpicos: una medalla en dobles no sólo vale tanto como una en singles sino que pesa lo mismo que una de Usain Bolt o de un palista uzbeco.

Arrancó para fiesta criolla, se complicó hasta el fastidio, pudo ser pesadilla y concluyó como la parábola perfecta, en relación con aquella referencia del comienzo respecto de esa versión deportiva de Rómulo y Remo que son la victoria y la derrota.

Fue la vuelta a la Davis de Juan Martín del Potro. Y les puso el sello de su jerarquía a varios de los momentos críticos del partido. Fue el debut como doblista de Guido Pella, que brilló en los extremos del partido lo suficiente como para dejar casi en lo anecdótico un bache que amenazó con amargarle la tarde hasta lo impensado.

A la vuelta del asunto, no sólo la Argentina volvió al hotel con una ventaja importante, sino que impidió que Fognini llegase al domingo con el impulso único de un singles poco menos que impecable y una victoria de esas que quedan para siempre cuando se levanta una desventaja de dos sets a cero.

Por cierto, también abrió un escenario atractivo para el caso de que sea necesario jugar un quinto punto, ya que, más allá de la decisión que tome el capitán argentino, Daniel Orsanic –sería un hecho de absoluta justicia que Mónaco pudiese darse el gusto de jugar y ganar un partido decisivo–, los italianos deberían elegir entre Seppi, que terminó el viernes algo mal de la espalda y bastante mal del espíritu, y Lorenzi, meritorio en una veteranía que lo ubica en el mejor momento de su carrera pero que resulta un gran interrogan­te a la hora de imaginarlo ante un escenario de semejante presión.

Como sea, está más claro que nunca que no hay nada definido. Y que es mucho mejor llegar en ventaja a la zona de incertidum­bre.

Lo demás, bien lo sabemos los argentinos, es presumir que podemos descifrar los misterios y las trampas de una competenci­a esquiva. Un error que no me permito cometer. Al fin y al cabo, hay algo de sabiduría en aceptar que es cierto que, a veces, lo más difícil de conseguir es aquello que más se desea. Cuando la dupla argentina aflojó el nivel, apareció el público argentino.

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AGUANTE.
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