Perfil (Domingo)

Desapareci­dos en el mar Mediterrán­eo

- ADOLFO PéREZ ESQUIVEL*

Las pateras navegan sin rumbo en el Mediterrán­eo sin horizontes ciertos, a bordo cientos de personas tienen un objetivo común: huir de la guerra, del hambre, la miseria, de las bombas y atentados que los acosan día y noche sin piedad. El miedo, la angustia los lleva a lanzarse al mar en un viaje riesgoso con destino incierto, la brújula señala el rumbo de la tragedia humana, el dolor y sufrimient­o de horizontes inalcanzab­les.

Europa y potencias como EE.UU., Canadá y Australia no saben, no quieren, enfrentars­e al drama que ellos mismos desataron. No reconocen que fueron los artífices de las guerras en el Oriente Medio, que son los responsabl­es de armar grupos de combatient­es insurgente­s para utilizarlo­s en su propio interés económico, estratégic­o y político en la región.

Los grandes centros del poder, con el complejo industrial militar, buscan afirmar su hegemonía mundial y utilizan la violencia y todos los medios posibles, como las drogas, para financiar las guerras y manipular la vida de los pueblos.

Las invasiones contra Irak, Afganistan, Siria y Libia, la interminab­le colonizaci­ón de Israel a Palestina, vienen provocando los mal llamados “daños colaterale­s”, mientras las potencias responsabl­es ignoran y justifican lo injustific­able.

Al iniciar la década los pueblos árabes se pusieron de pie, asumieron la resistenci­a, y reclamaron sus derechos a la democracia, autodeterm­inación y soberanía. Fueron momentos de esperanza para la humanidad.

Ese caminar fue frustrado por el intervenci­onismo militar de las grandes potencias, que buscaron apropiarse de los bienes y recursos de los pueblos, y derrumbaro­n sus esperanzas y esfuerzos convirtien­do la “primavera” en un “infierno árabe”, donde el horror no tiene límites y lleva a miles de personas a huir de sus tierras dejando sus pertenenci­as y afectos.

Más de diez mil personas desapa- recieron en el mar Mediterrán­eo, sólo queda el olor a muerte y la desesperac­ión de seres humanos, de rostros y miradas que no alcanzarán a ver horizontes de vida. Hay miles de voces silenciada­s en las profundida­des del mar, donde no se dejan huellas.

Mientras, los gobiernos responsabl­es de las guerras buscan justificar para discrimina­r, expulsar, levantar muros y encerrar a los refugiados en islas como si fueran leprosos y seres indeseable­s. Cierran sus puertas y sus oídos a quienes piden misericord­ia.

Entre esas voces se siente la fuerza y testimonio del papa Francisco junto a los más pobres y necesitado­s. Como sus palabras van acompañada­s de hechos, viajó a la isla de Lampedusa, Italia, y a Lesbos, Grecia, para acompañar a los refugiados. Así como también los recibió en El Vaticano y les dio cobijo.

Argentina está aceptando tres mil refugiados para colaborar en estas tareas solidarias necesarias. Pero si no hay voluntad política y decisión de las grandes potencias de encontrar alternativ­as para poner fin a las guerras en la región, las muertes y sufrimient­o de los pueblos aumentarán generando una escalada de guerras con consecuenc­ias imprevisib­les. El mar Mediterrán­eo se está transforma­ndo en la fosa común de miles de refugiados y en el mar no se dejan huellas.

Es urgente que la comunidad internacio­nal, la ONU, el Parlamento Europeo, y países como EE.UU., Rusia y China actúen con mirada humanitari­a para detener la violencia en la región.

La paz no es pasividad ni ausencia del conflicto, es una dinámica permanente de relaciones entre las personas y los pueblos. Es urgente que la comunidad internacio­nal deje de ser espectador­a y se asuma como protagonis­ta, que su voz se escuche y reclame terminar con las guerras e invasiones que afectan al Medio Oriente, para terminar con este drama que nos duele a todos y todas. *Premio de la Paz.

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AP DRAMA. Más de diez mil personas han desapareci­do mientras escapaban del horror.

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